martes, 28 de julio de 2020

CRUCERO DE AMOR: CAPÍTULO 28






Era un diseño de su nueva serie y, como todos los suyos, estaba pensado para destacar los atractivos de una mujer real, no de una modelo de pasarela. Debido a ello llevaba más tela que la mayoría de los biquinis que se veían en aquel momento en la piscina. La falda-pareo había resbalado por sus muslos cuando se giró para mirar a Pedro, y dada la inclinación de su postura, sus senos estaban peligrosamente cerca de salirse. Se ajustó los tirantes para asegurarse de evitarlo.


—Otra vez estás usando tu tono de profesor. Es irritante. Este traje de baño es un diseño original mío… con el cual probablemente volveré a ganar otra fortuna.


—Indudablemente. Muchos hombres pagarían una cantidad considerable por disfrutar de esa vista.


—Si lo siguiente que vas a insinuar es que soy una inmoral sólo porque me gusta sentirme cómoda con mi propio cuerpo…


—Sonríe.


—¿Qué?


—Que sonrías. Sebastián nos está mirando y parece preocupado.


Paula miró hacia la piscina. Pedro tenía razón: Sebastián se había metido el pulgar en la boca y tenía una expresión ceñuda. Le sonrió y lo saludó con la mano mientras murmuraba entre dientes:
—Mi vida amorosa y mi vestuario no tienen nada que ver con mi aptitud para hacerme cargo de mi sobrino. Y si vas a echarme en cara que te he besado, tendré que recordarte que tú me devolviste el beso.


—Sí, es verdad.


—¿Por qué? ¿Para fingir que nos llevábamos bien delante de Sebastian?


—¿A ti qué te parece?


Volvió a subir los pies en la tumbona y se cubrió los muslos con el pareo.


—Lo cierto es que no lo sé, Pedro. No todo en la vida tiene que ser analizado o programado, o simplemente significar algo. Sólo fue un beso. Dios mío, eres irritante…


—Sí, eso ya me lo has dicho.


—¿Fue por eso por lo que te abandonó tu mujer?


Se arrepintió de la pregunta en el mismo instante en que escapó de sus labios. 


Rápidamente estiró una mano y le rozó los nudillos.


—Lo siento. Eso ha sido un golpe bajo.


Pedro giró la cabeza y la miró, con la expresión de sus ojos todavía velada por las gafas de sol.


—Tenía que suceder. Te estaba provocando.


—Le pediré un vaso de agua al camarero. Te toca tomar el analgésico.


—Creo… —le sujetó la mano antes de que pudiera retirarla— creo que podré soportar un nuevo asalto contigo sin necesidad de tomar medicación.


Pedro


—Para serte sincero, admiro la manera que tienes de no dejarte pisar por los demás, Paula. Sabes dar tan bien como recibir.


—Si es un elogio, no lo parece.


—Pues lo es. No eres una oponente fácil.


—Lo creas o no, hoy he estado intentando mantener una tregua contigo. No tienes por qué hablar de tu matrimonio, si no quieres.


—Hablar es lo único que soy capaz de hacer en este momento —le apretó la mano antes de soltársela—. ¿Qué te hace pensar que fue mi esposa la que me dejó y no al revés?


—Te he visto con Sebastián. Sé que no eres un hombre que rompa sus compromisos fácilmente.


—Pues tienes razón. Fue Elena la que me abandonó.


—¿No quería a Sebastian?


—Sí, pero no lo suficiente.


De repente a Paula se le ocurrió algo:
—Espero que no esté pensando en formar parte también de la vida de Sebastian…


—No. Ahora vive en Boston, con su amante. Se casarán este otoño.


—Qué rápido.


—Llevaba viéndolo en secreto desde hacía más de un año cuando me sugirió la idea de adoptar a un niño. Yo creía que todavía tenía ganas de salvar nuestro matrimonio, pero en realidad lo estaba utilizando para cubrirse las espaldas.


—¿Qué quieres decir?


—Varios especialistas en fertilidad le habían dicho que tenía muy pocas posibilidades de concebir, pero ella sabía que todavía era posible —tensó la mandíbula—. Elena me sugirió lo de la adopción sólo para distraerme. Durante todo el tiempo planeaba dejarme para irse con su amante, pero lo retrasó porque lo que estaba intentando era quedarse embarazada de ambos.


Paula estaba impresionada. Evidentemente, los únicos sentimientos que le habían importado a la ex esposa de Pedro habían sido los suyos propios. La infidelidad ya era algo reprobable, pero utilizar a Pedro como un potencial donante de esperma…


—Eso es sencillamente despreciable. ¿Cómo puede una mujer hacerle eso al hombre al que ha jurado amor? Me alegro de que te dejara. Y espero que nunca llegue a concebir un hijo. Una mujer tan egoísta sería una madre horrible.


—Es curioso. Yo solía pensar que Elena sería una madre perfecta.


—¿Por qué? ¿Cómo era?


Pedro se quedó un rato en silencio.


—No se parecía en nada a ti, Paula.


No supo muy bien cómo interpretar eso. Ya sabía que Pedro no la tenía por la candidata ideal para convertirse en madre. Aunque, por otro lado, se alegraba de que la considerara tan diferente a la tal Elena. Qué idiota debía de haber sido esa mujer… ¿Cómo habría podido amar a otro teniendo al lado a un hombre tan fuerte, inteligente y sensible como Pedro? Hacía menos de una semana que lo conocía, pero podía ver a las claras que reunía las cualidades tanto de un buen padre como de un marido maravilloso…


Ella misma se asustó de aquel pensamiento. 


¿Un marido? Eso era lo último que ella quería.


—No has respondido a mi pregunta —le recordó.


—Elena me dejó porque estaba cansada de mí. Aburrida. Desinteresada. Cansada.


—Bueno, en realidad no era ésa la pregunta que quería que me respondieras…


—¿Ah, no? ¿Cuál es, entonces?


—¿Por qué me devolviste el beso?


Pedro la miró por encima de las gafas de sol.


—¿Estás segura de que quieres que responda a eso?


Paula contuvo el aliento. Sus ojeras hablaban de la mala noche que había pasado, pero su expresión atormentada se debía a algo más que el dolor físico. ¿Sería porque había sacado a colación el tema de su matrimonio? ¿Seguiría aún enamorado de Elena?


Esperaba que no. Pedro se merecía algo mejor. Necesitaba una mujer que pudiera hacer aflorar esa pasión que llevaba dentro, en vez de mantenerla encerrada.


—¿Señor Alfonso?


Se sobresaltó al escuchar aquella dulce voz. Había estado tan concentrada en Pedro que no la había oído acercarse. Era Ariana Bennett, la bibliotecaria del barco.


—Hola, Ariana —la saludó Pedro, volviéndose a colocar las gafas—. ¿Qué tal?


—Eso era precisamente lo que venía a preguntarle —juntó las manos sobre el regazo—. Lamento no haber venido antes, pero tenía trabajo. Sólo quería decirle lo horrorizada que estoy por todo lo que ha pasado. Espero que se esté recuperando bien.


—El médico me aseguró que en unos días estaría como nuevo.


—Habría podido ser mucho peor. El taxi no aminoró la velocidad.


—Hablas como si lo hubieras visto… —terció Paula.


—Es que lo vi. Estaba al otro lado de la fuente cuando vi al señor Alfonso cruzar corriendo la calle.


—No recuerdo haberte visto en nuestro grupo —dijo Pedro.


—No, no estaba en la excursión. Yo, er… —vaciló, juntando y separando las manos—. Quería explorar Nápoles por mi cuenta. Era mi primera visita, así que me perdí. Estaba intentando parar ese mismo taxi cuando de repente pasó de largo a mi lado, sin detenerse —miró por encima de su hombro, hacia la piscina donde Sebastián estaba jugando—. Todo sucedió tan rápido… Si no hubiera empujado a su hijo a tiempo…


—Espere. Si intentaste parar el taxi, entonces debiste de estar lo suficientemente cerca como para verle la cara al conductor.


—Sí, pero sólo por unos segundos. Ya se lo describí a la policía de Nápoles.


—Bien —aprobó Paula—. Espero que puedan identificarlo. Ese tipo debería estar entre rejas.


—No creo que sea tan difícil de encontrar, con esa horrible cicatriz que tenía en la cara.


Paula se sintió como si acabara de recibir un puñetazo.


—¿Una cicatriz?


Pedro se sentó rápidamente en la tumbona.


—¿Has dicho que tenía una cicatriz en la cara?


Ariana asintió mientras se señalaba una mejilla.


—Sí, aquí mismo. Con forma de hoz.




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