viernes, 3 de julio de 2020

A TODO RIESGO: CAPITULO 60




Paula recorría inquieta las habitaciones de la casa de la playa, revisando armarios y cajones para comprobar si le faltaba algo. La cubertería de plata, la cristalería, la colección de monedas, unas cuantas pinturas originales: ese era el legado de su abuela que en ningún momento se había movido de allí. Faltaban varios artículos, incluida la pulsera de oro de su abuela y un collar que no había echado en falta hasta ese momento.


—¿En cuánto valoras lo sustraído? —le preguntó Pedro, reuniéndose con ella en el dormitorio que había sido de su abuela.


—No más de cinco mil dólares: desde luego, una cantidad por la que difícilmente a alguien se le ocurriría matar. Pobre Florencia. Está destrozada. Afortunadamente cuenta con muy buenas amigas que la ayudarán a salir adelante.


—Y yo me alegro de que Leo no te matara en ese particular descenso suyo a los infiernos.


—Sí, y ahora todo ha terminado. La vida sigue, y debo confesar que me alegro de que todo esto no esté relacionado con Juana. Su muerte fue un trauma para mí, pero no habría soportado pensar que realmente la habían asesinado.


Pedro señaló la lista de artículos sustraídos.


—Me gustaría echarle un vistazo a esta lista cuando la hayas terminado, con la mayor cantidad posible de detalles de cada artículo. Me pasaré por las tiendas de empeños de la zona, a ver qué encuentro. Probablemente Leo no haya llegado mucho más lejos.


—Sería estupendo poder recuperarlos. Al menos la pulsera de mi abuela.


—Haré todo lo posible.


—Lo sé. Nuca habría podido sobrellevar todo esto sin ti. Y tú no habrías venido si Marcos Caraway no se hubiera escapado de la cárcel. En cierta forma, él fue el responsable de que tú y yo nos conociéramos.


Lo abrazó. Pedro había entrado en su vida, la había hecho sentirse más atractiva, más llena de vida que cualquier hombre antes. Solo que ahora ya todo había terminado. Esa noche, al día siguiente, como máximo al cabo de dos días, haría la maleta y se marcharía. El bebé se removió en su vientre, como si quisiera recordarle su presencia. El bebé y Pedro. Volvió a experimentar aquella terrible sensación de vacío, agotadora, asfixiante. Se llevó una mano al estómago cuando sintió una fuerte punzada de dolor en la parte baja de la espalda.


—¿Qué te pasa? ¿Es el bebé?


—Mi primera contracción —aspiró profundamente—. Una falsa alarma, me imagino, pero creo que será mejor que me siente. Y me gustaría beber un vaso de agua.


Pedro la llevó hasta la cama de dosel.


—Quédate aquí hasta que vuelva —le quitó las zapatillas y la tumbó delicadamente.


Se quedó perfectamente inmóvil, casi sin atreverse a respirar. No estaba preparada para dar a luz. Todavía tenía que llamar a la agencia de adopción. Se volvió hacia el teléfono que había en la mesilla y descolgó el auricular. Se sabía el número de memoria, pero sus dedos se negaban a seguir las órdenes de su cerebro.


—Oh, pequeñita —se sujetó el vientre con las manos—. No me lo pongas tan difícil. No puedo ser tu mamá. No puedo. No sería justo para ti.



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