viernes, 17 de abril de 2020

CITA SORPRESA: CAPITULO 4




Una pena que la vida real no se le diera tan bien como las historias inventadas, pensaba Paula mientras iba en el autobús. Sería estupendo llegar a casa y que hubiese un hombre esperándola, un hombre forrado de dinero que estuviera loco por ella y que le dijese: «No tienes por qué soportar a tipos como Pedro Alfonso».


Paula dejó escapar un suspiro mientras limpiaba el cristal con la manga. Había mucha gente corriendo por Piccadilly para resguardarse de la lluvia y todos parecían saber a dónde iban. ¿Por qué ella era la única que parecía ir saltando de un charco a otro?


Treinta y dos años... ¿y qué tenía? Ni trabajo fijo, ni casa propia, ni novio. Lo único que había conseguido en los últimos años era engordar cinco kilos. Ni siquiera las dietas le funcionaban. Para ella comer era lo único que aliviaba el dolor de haber perdido a Sebastian y su trabajo antes de Navidad. Un golpe terrible.


Fortificada por Isabel y Paola... y cuatro copas de champán, Paula había decidido que todo cambiaría antes de Año Nuevo. Iba a poner su vida en orden. Conseguiría un trabajo mejor y un novio mejor, se juró a sí misma. Perdería los cinco kilos y empezaría a ir al gimnasio.


Pero todas esas cosas parecían más fáciles con una copa de champán en la mano.


Había llegado febrero y sus resoluciones para el nuevo año seguían sin cumplirse ni remotamente.


Al menos debería haber encontrado un buen trabajo, pero el mercado no parecía estar para muchos trotes. Y los trabajos temporales no pagaban lo suficiente como para que una pusiera su vida en orden. Paula estaba a punto de aceptar un trabajo de camarera cuando Alicia se rompió una pierna.


Al día siguiente, se prometió a sí misma, compraría el periódico para buscar un buen trabajo, iría al gimnasio y se haría una ensalada con cero calorías.


El día siguiente sería el primero de su nueva vida.


Cuando llegó a su apartamento, Isabel estaba comiendo tostadas en la cocina, con el pelo lleno de rulos. Desde que Paola se casó, Isabel, Paula y su antipático gato compartían casa.


Gato, ése era su nombre, estaba esperando al lado de la nevera y Paula sabía que no podría sentarse antes de darle la comida porque era más que capaz de destrozarle los tobillos a arañazos. De modo que sacó una latita de la carísima comida para felinos y llenó su plato antes de quitarse el abrigo.


–Pensé que ibas a salir –le dijo a Isabel, mirando las tostadas con envidia.


Su amiga podía comer todo lo que le diese la gana sin engordar un solo kilo.


«Metabolismo», solía decir cada vez que otras chicas, menos afortunadas, se quejaban. 


Además, era muy guapa; una rubia de ojos azules con piernas kilométricas que siempre estaba alegre. Lo peor de Isabel, y Paula y Paola estaban de acuerdo, era que no se la podía odiar.


–Sí, voy a salir, pero Guillermo piensa llevarme a un restaurante carísimo de esos modernos donde seguro que las porciones son minúsculas, así que he pensado tomar algo antes. Además, tengo hambre.


Afortunada Isabel, que iba a salir con el guapísimo Guillermo, mientras ella tenía que
conocer a un pobre viudo. Paula dejó escapar un suspiro. Qué típico. Sin pensar, puso
un trozo de pan en el tostador.


–Lo lamentarás –le advirtió su amiga, con la boca llena–. Gabriel suele cocinar para un
regimiento. Además, ¿no estabas a régimen?


–No tiene sentido estar a régimen cuando tienes que ir a cenar –replicó Paula, quitándose el abrigo–. Además, tenemos que comernos todo lo que hay en la nevera antes de volver a llenarla con cosas sanas.


Contarle que había tomado prestado a Guillermo fue una buena excusa para tomar una tostada con mantequilla sin que su amiga se metiera con ella.


–No iba a decirle a Pedro Alfonso que tengo una cita a ciegas con un viudo.


–¿Un viudo?


–Pues sí, un viudo con una niña pequeña. No creo que vaya a ser una cena precisamente divertida –lijo Paula, suspirando.


–A lo mejor es muy guapo –sonrió Isabel.





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