viernes, 20 de marzo de 2020

ANTES DEL AMANECER: CAPITULO 49





Tan excitado estaba, que le resultó poco menos que imposible quitarse los vaqueros empapados. 


Pero lo consiguió, y al momento cerró con llave la puerta, sólo por si Kiara se despertaba y se le ocurría ir a buscar a su madre.


Descorrió la cortina y se reunió con Paula en la gran bañera de patas de bronce. Pero no se movió. No podía. Se quedó de pie, mirándola, jadeando, repentinamente aterrado. Habían pasado tres años y medio desde la última vez que había estado con una mujer.


Sus temores, sin embargo, se desvanecieron cuando Paula lo atrajo hacia sí, abrazándolo con ternura. Tenía el cuerpo húmedo, resbaladizo, tibio, deliciosamente suave. Se estremeció al sentir el contacto de sus senos contra su pecho.


Alzó la cabeza, ofreciéndole los labios. Cuando sus bocas se fundieron, Pedro se quedó tan aturdido de deseo que a punto estuvo de caerse de espaldas. Aturdido, mareado, embriagado de un millón de sensaciones que lo habrían dejado abrumado si se hubiera detenido a pensar sobre ellas.


Pero no estaba pensando. Sólo estaba reaccionando, estimulado por un violento deseo que no parecía encajar con el hombre en que se había convertido. Aquel era el antiguo Pedro. La besó una y otra vez, incansable, deslizando las manos por su espalda, por su cintura, por su escurridizo trasero. Ansiaba mirarla, tocarla por todas partes, acariciarle los pezones con la lengua y deslizar los dedos en sus más secretos lugares. Quería oírla gemir de placer hasta que estuviera tan preparada como él…


—Déjame mirarte, Paula.


Se apartó para mirarla de pies a cabeza.


—No hay mucho que ver —susurró ella.


—A mí me pareces preciosa…


Mejor que eso. Eran tan real, tan natural… Le acunó los senos entre las manos. Eran perfectos. Sin soltarlos, comenzó a besárselos.


—¡Oh, Pedro…! ¿Cómo hemos llegado hasta aquí?


—Cortesía de Mackie.


Sabía que no era eso a lo que se había referido, pero si intentaba hablar en las condiciones en que se encontraba, diría algo poco adecuado y la decepcionaría. Y decepcionarla era lo último que quería hacerle esa noche.


Continuó besándola, y acariciándola… Hasta que enterró suavemente los dedos en el interior de su sexo.


—¡Oh, Pedro! —gimió su nombre, aferrándose a sus hombros—. Si sigues haciéndome eso, no seré capaz de esperar…


—Pues no esperes.


—Te quiero dentro de mí.


Deslizó una mano entre sus cuerpos para tocar su miembro erecto. Acariciándoselo suavemente, lo guió hasta su sexo y seguidamente le echó los brazos al cuello, mientras él la penetraba.


—Oh, Paula, Paula… —susurró, preso de una necesidad que lo dejaba consumido.


Miles de pensamientos cruzaron por su mente. 


¿Cómo podía decirle que aquello superaba todos sus sueños, todas sus fantasías? El pulso atronaba sus sienes con la potencia de un río desbordado. Se sumergió en ella una y otra vez hasta que reventó en una explosión de sensaciones que lo dejó jadeante, sin aliento.


La abrazó con fuerza, el corazón todavía acelerado. Pero la pasión fue desapareciendo y se hizo un silencio incómodo. Pedro temía que ella pudiera esperar oír de sus labios alguna promesa de amor, o de compromiso. Alguna promesa que muy probablemente, jamás podría cumplir.


Sin embargo, no ocurrió nada de eso. De repente Paula se puso de puntillas y lo besó de nuevo, murmurando con un tono entre burlón y seductor:
—Ahora sí que has vuelto a la vida, Pedro Alfonso.


—Pero he necesitado un poco de ayuda.


—Ya que estamos aquí… ¿Qué te parece si yo te lavo la espalda y tú me lavas la mía? —le propuso, empapando una esponja y ofreciéndosela.


—Trato hecho.


Pese a aquel tono bromista, habían traspasado una frontera al hacer el amor. De amigos se habían convertido en amantes.


Pedro se dijo que ya pensaría en algo más tarde, para solucionar su situación. De momento se aseguraría de que sus sentimientos no interfirieran en la tarea de protección que se había encomendado. Porque ese era un error que no estaba dispuesto a volver a cometer.




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