domingo, 16 de febrero de 2020
TE ODIO: CAPITULO 42
Se lo había jugado todo… y había perdido. No. Paula se llevó una mano al abdomen. No se lo había jugado todo. No le había contado que estaba embarazada.
«Eres un monstruo. Saber que tengo un hijo contigo me pone enfermo».
Paula se cubrió la cara con las manos y un sollozo escapó de su garganta. No quería tener otro hijo con ella. Muy bien. Nunca sabría que el niño era suyo. Se marcharía, desaparecería de San Piedro y él no sabría nunca…
Pero no podía hacer eso. Alexander. Dios Santo.
Para hacerle daño a ella, Pedro iba a solicitar la custodia del niño. Destruiría la vida de su hijo…
—¿Alteza?
Paula se volvió al oír una voz de mujer.
Valentina Novak estaba tras ella.
—¿Qué quiere?
—Sólo quería decirle… que lo siento.
—¿Lo siente?
—Únicamente quería probarme su vestido. Ha sido una bobada, lo sé. No debería, pero… —Valentina se mordió los labios, nerviosa—. Es que usted tiene una vida tan perfecta. Sólo quería probármelo para ver…
—¿Una vida perfecta? —repitió Paula, irónica—. ¿Qué parte de mi vida envidias? ¿Los paparazis que me persiguen por todas partes, los consejeros que me dicen lo que tengo que hacer o ese palacio en el que hace frío hasta en verano y no se puede tocar nada por miedo a romperlo?
—Me refería a Pedro. Yo daría lo que fuera por tener a un hombre que me quisiera como él la quiere a usted.
Paula apartó la mirada.
—Pedro no me quiere.
—¿Cómo que no? Está loco por usted, cualquiera puede verlo.
—No me quiere y no me ha querido nunca. Él mismo me lo ha dicho.
—A lo mejor lo ha dicho con palabras, pero… ¿qué le dice con sus actos?
Un torrente de imágenes apareció en la cabeza de Paula. La risa de Pedro, sus besos, cómo la abrazaba por las noches. Cómo insistía en que hiciera realidad sus deseos, desde aprender a cocinar a montar en moto. Cómo la enseñaba a enfrentarse con sus miedos, cómo la protegía…
«Siempre te protegeré, Paula».
«Yo siempre digo la verdad, aunque duela».
De repente, se le doblaron las rodillas. Durante todo ese tiempo había temido que la traicionase… pero no la había traicionado, no le había mentido.
La amaba y era ella quien lo había traicionado.
No sólo una vez, sino varias.
Cada vez que callaba sobre Alexander.
Cada vez que creía lo peor de él.
Pedro la amaba.
Paula levantó la cabeza entonces. El recuerdo de las reinas guerreras de su estirpe dándole fuerzas.
Había sido una cobarde. Pero eso se había terminado.
Esta vez lucharía. Esta vez le demostraría que estaban hechos el uno para el otro.
—Gracias, Valentina —dijo, casi sin voz—. Gracias por todo.
Sacando el móvil del bolso, marcó el número de Mariano y, cuando saltó el buzón de voz, le dejó un mensaje:
—Lo siento, Mariano, pero debo declinar tu oferta después de todo. Me he dado cuenta de que estoy locamente enamorada de tu hermanastro. Estaré en el circuito, animándolo.
Luego marcó el número de Pedro, pero tampoco contestó. Daba igual. Iría al circuito y le contaría que se había hecho una prueba de embarazo. No habría más secretos entre ellos, nunca.
Haría que Pedro la perdonase. Y si no la perdonaba, seguiría intentándolo. Para siempre, si era necesario.
Y él la perdonaría, tenía que hacerlo. El era su amor, su familia. El padre de sus hijos.
Era su hogar.
Paula subió al Mini, pero no fue capaz de arrancarlo.
—Oh, no…
Se le había olvidado poner gasolina. Miró a su alrededor, nerviosa, y vio la moto de Pedro. Y no lo pensó un momento.
—¿No pensará ir en moto hasta el circuito? —exclamó Valentina.
—Es la única manera de llegar a tiempo —contestó Paula.
—Pero si sólo ha tomado unas cuantas clases… y va a tener que conducir por el borde de un acantilado. ¿No le da miedo?
Ella negó con la cabeza.
—Sólo tengo miedo de perder a Pedro.
Cuando atravesaba la verja se sorprendió al ver que no había paparazis esperando. Sin duda debían de estar en el circuito, fotografiando a todos los famosos que habían acudido al Grand Prix. Bendiciendo su inusual anonimato, condujo a toda velocidad, girando en una curva para tomar un atajo, un lugar secreto para llegar a palacio que sólo conocía la familia real y sus guardaespaldas.
Paula sonrió. Iba a llegar a tiempo. Quizá incluso podría besar a Pedro antes de que empezase la carrera…
Pero en cuanto llegó al camino una fila de afilados clavos pinchó la rueda delantera. La rueda explotó, haciendo que la moto se inclinase bruscamente a la izquierda. Paula levantó las manos para protegerse la cara mientras la máquina, fuera de control, se lanzaba enloquecida hacia un árbol…
Sintió que volaba, que caía. Y, enseguida, un terrible dolor en la parte derecha del cuerpo. Cuando despertó un minuto después estaba tumbada en la hierba.
La cabeza de un hombre apareció entonces sobre ella, bloqueando el sol. Tenía un aspecto sucio como si llevara varios días escondido en el bosque y su rostro estaba en sombra. Pero Paula lo reconoció de inmediato. Había aparecido en sus sueños desde que secuestró a su hijo.
—Hola, Alteza —le dijo René Durand, con una sonrisa aterradora—. Estaba esperándola.
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