domingo, 2 de junio de 2019

MELTING DE ICE: CAPITULO 13




Mientras se hacía el nudo de la corbata, Pedro se sorprendió silbando. No solía llevar corbata a menudo, pero iba a volver a ver a Paula después de tres días y quería estar bien.


Durante aquellos tres días, había aceptado que Paula no se iba a mudar de casa y que, además, no podía dejar de pensar en ella.


Lo había llamado el día anterior con una invitación de lo más interesante. El periódico para el que estaba trabajando le había dado entradas para la fiesta de recaudación de fondos de cierto candidato a la alcaldía.


—Ven conmigo —le había dicho entre risas—. Te prometo que me comportaré bien.


—Mentirosa —había contestado Pedro—. Lo que quieres es que te proteja por si Scanlon no te deja entrar.


—Supongo que tiene muy claro que voy a estar en la fiesta. Gracias a mí y al periódico está consiguiendo un montón de publicidad gratuita.


Pedro le había dicho que había declinado ir a esa misma fiesta cuando Mario lo había invitado, pero acabó accediendo a ir con ella. Por lo visto, Paula no veía ningún problema en que Pedro la acompañara a pesar de que cada uno estaba de un lado de la valla.


Pedro se puso el abrigo sobre el esmoquin, apagó la cadena de música que se había comprado el día anterior y se fue andando a casa de Paula.


Mientras caminaba, se preguntó cómo iría vestida ella. ¿Con traje de chaqueta o con un vestido sexy? ¿Bailarían en la fiesta, se lanzarían indirectas sobre lo mucho que se deseaban el uno al otro?


Nada lo había preparado para el placer que le produjo verla. Paula llevaba puesto un traje de color plata vieja de falda larga y lucía unos tacones altísimos, pero lo que le llamó poderosamente la atención fue la chaqueta, de escote muy bajo y bien ceñida. No llevaba blusa debajo para no quitarle protagonismo al escote y lo único que lucía sobre la piel era un collar de perlas negras.


—Perdona, todavía me tengo que poner los pendientes —se disculpó haciéndolo—. Me han llamado por teléfono a última hora y me he retrasado —añadió apresurándose—. ¿Llamamos para reservar un taxi en la terminal de ferrys?


—No hace falta, nos está esperando mi chófer —contestó Pedro.


Durante el trayecto en el barco, Pedro pensó que Paula parecía distraída, pero, cuando le preguntó, negó con la cabeza y él lo achacó a los nervios de tener que enfrentarse cara a cara con su enemigo de la infancia.


—¿Qué crees que hará cuando te vea? —le preguntó en voz baja.


—No tengo ni idea —confesó Paula.


Cuando llegaron al lugar en el que se estaba celebrando la fiesta, bajaron del coche y, tras indicarle a su chófer que lo llamarían para volver, se adentraron en el edificio. Mientras lo hacían, se dispararon varios flashes. Pedro hizo una mueca de disgusto, pero Paula lo agarró del brazo y entraron juntos.


Una vez dentro, Paula se puso a hablar casi inmediatamente con conocidos de la televisión. 


Pedro se tomó una copa antes de cenar y la observó admirado. En poco tiempo, había una fila de personas esperando para hablar con ella.


«Qué diferente somos», pensó.


Mientras la estaba observando, vio que Mario Scanlon iba hacia él. Había visto a Paula, pero ella a él todavía no.


Aquello podía ser interesante.


—¡Pedro! Cuánto me alegro de que hayas venido —lo saludó estrechando la mano.


—Ha sido una decisión de última hora.


Evidentemente, allí pasaba algo.


Pedro no conocía a Mario Scanlon mucho, pero siempre lo había tenido por un hombre frío, elegante y encantador. Evidentemente, aquella noche estaba nervioso. Así lo demostraba la perla de sudor que tenía en la frente. También tenía las manos húmedas. Además, no paraba de mirar a un lado y a otro, como si estuviera esperando que se produjera una catástrofe en cualquier momento.


—Te quería comentar que preferiría que no dijeras en público que estoy apoyando tu campaña —le dijo Pedro.


—No hay problema —contestó Mario.


Paula los había visto y, tras conseguir zafarse de una mujer, fue hacia ellos. Pedro aguantó la respiración. Mario le estaba agradeciendo por enésima vez su contribución cuando Paula se colocó al lado de Pedro y miró a su enemigo con el mentón bien alto.


Mario la miró, desvió la mirada y la volvió a mirar. 


Estuvo a punto de quedarse con la boca abierta.


—Vaya, vaya, vaya, pero si es la señorita Pepa Chaves.


—¿Cómo has dicho? —ladró Pedro.


—No pasa nada, Pedro —le dijo Paula poniéndole la mano en el brazo—. Así me llamaban de pequeña. No me importa.


Pedro se quedó mirando a Mario Scanlon. Nunca lo había visto con aquellos ojos. Mario también se quedó mirándolo, obviamente comprendiéndolo todo.


—¿Durmiendo con mi enemigo, Pedro? Por supuesto, es una manera de hablar solamente —se apresuró a añadir al ver la cara de pocos amigos de Pedro—. Confieso que estoy sorprendido… y bastante decepcionado, pero espero que sigas siendo generoso en tus contribuciones a mi elección. Soy un buen amigo de por vida.


Pedro se lo quedó mirando con frialdad.


—Lo cierto, Mario, es que te veo bastante desmejorado —comentó Paula con naturalidad—. ¿Es el estrés del trabajo o, quizá, que alguien te está sacando los trapos sucios y no te está gustando?


Mario sonrió, pero era obvio que aquella conversación no le estaba gustando en absoluto. 


Por primera vez en su vida, Pedro lo vio como lo debía de ver Paula, como un manipulador grotesco.


—Señorita Chaves, su acompañante se puede quedar, pero usted perdió el derecho de asistir a esta fiesta en el mismo instante en el que comenzó a escribir esa odiosa columna, así que le voy a pedir que, por favor, se vaya.


—Será un placer, Mario. En cualquier caso, tú también empiezas a estar de más en esta ciudad. Esta fiesta es asquerosa —contestó Paula levantando la voz—. Veo que todavía le das al whisky —añadió—. Espero que la niñera de Jose tenga su propio coche.


—Jose es ya muy mayorcito como para tener niñeras, pero te aseguro que tú fuiste la mejor niñera de mi hijo.


Ante aquellas palabras, Pedro sintió cómo le hervía la sangre en las venas.


—¡Basta! —exclamó inclinándose sobre aquel odioso hombre.


Paula fue más rápida que él y se colocó entre ambos hombres, de frente a Pedro.


—No le des esa satisfacción —le rogó.


Mario aprovechó la intervención de Paula para dar un paso atrás y colocarse bien la corbata.


—Por favor, Pedro —insistió Paula.


Pedro se quedó mirándola, consciente de que había estado a punto de perder el control. Miró a Mario de nuevo, que estaba intentando controlar su consternación, y a continuación se sacó la cartera del bolsillo, eligió una moneda y la lanzó al aire. Mario, Paula y una pareja de curiosos que había cerca se quedaron mirando mientras la moneda se elevaba por los aires y caía exactamente en el vaso de Mario.


Mario Scanlon hizo una mueca de disgusto pues el líquido color ámbar que estaba bebiendo le había salpicado la cara y la camisa.


—Esto por la copa que me he tomado —le dijo Pedro—. Es el último dinero que vas a ver de mí.


Mientras salían de la fiesta, varios fotógrafos los siguieron. Pedro no pudo evitar sentirse muy tenso, pero Paula le indicó que se relajara y, a continuación, le brindó a uno de los fotógrafos, un tipo muy insistente, una maravillosa sonrisa.


Una vez en la calle, decidieron que, en lugar de llamar al chófer de Pedro, irían andando hasta el muelle. Al llegar, descubrieron que todavía faltaba mucho tiempo para que llegara el siguiente barco, así que decidieron ir a dar una vuelta.


Al llegar junto al mar, se quedaron mirando el horizonte. Pedro se dio cuenta de que Paula agarraba la barandilla con mucha fuerza y se dijo que debía de estar tan tensa como él.


—Mi héroe —murmuró Paula mirándolo—. Llevaba trece años sin verlo. Ya sé que no está bien odiar a alguien, pero lo odio.


—Es normal.


—¿Has visto? Yo diría que estaba muy nervioso.
Pedro asintió.


—Incluso antes de verte, estaba sudando. A mí me parece que tiene muchas cosas en la cabeza.


—Sí, y supongo que serán cosas un tanto oscuras. Justo antes de que me vinieras a buscar, he recibido una llamada de la mujer de mi antiguo jefe. Por lo visto, Gaston ha desaparecido. Hace tres días me dejó un extraño y emotivo mensaje en el contestador diciéndome que ya me llamaría, pero no lo ha hecho. Por lo que me ha contado su mujer, llevaba semanas nervioso.


—¿Y qué tendría que ver esto con Scanlon?


—He descubierto que Mario tiene a muchos peces gordos de la televisión chantajeados. Sé que a mi jefe no le hizo ninguna gracia tener que despedirme, pero no tuvo más remedio que hacerlo para impedir que me pusiera a investigar en el programa la red de corrupción de Mario.


Pedro la miró sorprendido.


—¿Te despidieron? Creía que lo habías dejado tú.


—Ésa es la versión oficial. Gaston me dio esa opción por si algún día quería volver a trabajar en la televisión —le explicó Paula—. También he averiguado que uno de los directores es muy amigo de Mario y creo que todo está conectado.


—Me alegro de que me hayas abierto los ojos y me hayas hecho ver lo canalla que es —contestó Pedro preguntándose si Paula tendría frío—. Menuda manera de tirar el dinero.


Paula asintió, pero parecía más pendiente de las manos de Pedro, que estaban a pocos centímetros de las suyas en la barandilla.


Pedro pensó que era maravilloso mirar a aquella mujer. No solamente por sus atributos femeninos sino por la vitalidad que emanaba. La vida que había en ella a pesar de los malos momentos vividos. Era una mujer generosa y optimista y, de alguna manera, llenaba un hueco que había en su interior.


¿Cuándo había sido la última vez que se había sentido tan atraído por una mujer?


Pedro recorrió con los dedos los últimos centímetros hasta que sus manos se encontraron. La descarga de energía que sintió entonces fue muy fuerte, pero no lo suficiente como para impedirle sentir que Paula también tenía los dedos quietos y tensos.


Aunque sabía que no debería hacerlo, le tomó las manos entre las suyas. Lo cierto era que jamás se había sentido tan atraído por una mujer. Con el exilio autoimpuesto en el que vivía, tampoco tenía muchas oportunidades de conocer a nadie.


Paula se acercó a él y Pedro sintió unas inmensas ganas de besarla. ¿Por qué no lo hacía? No había nadie cerca.


Lo lógico sería que se acostaran. Así, una vez hecho, Pedro podría concentrarse en el gran proyecto de su vida y no pasar los días y las noches obsesionado con ella.


Normalmente, no se acostaba con mujeres a las que fuera a ver a menudo, pero no esperaba que Paula se quedara para siempre en la isla. 


Teniendo en cuenta que era una mujer a la que le gustaba estar rodeada de gente y que era una celebridad de la televisión, lo más probable era que pronto se aburriera de su casa vieja y húmeda y volviera a la ciudad.


Y allí terminaría todo.


—¿Pedro?


Pedro se giró hacia ella y la miró a los ojos. Sí, allí terminaría todo. Entonces, sería obvio que Paula no podría vivir en su mundo y que él no podría formar parte de ninguna manera del de ella.


—Estás en otro mundo —le dijo Paula.


—No, estoy aquí —contestó Pedro.


Paula le acarició la mejilla y Pedro sintió una descarga eléctrica por todo el cuerpo.


—Sé que el estadio es muy importante para ti —añadió Paula.


«Nada es tan importante para mí en estos momentos como besarte y hacerte mía», pensó Pedro apasionadamente.


—¿No podrías convencer al alcalde? ¿Lo has intentado? Benson es mayor y tiene una forma peculiar de ver las cosas, pero es un hombre leal a su gente.


—Lo cierto, Paula, es que a mí no se me da bien convencer a los demás de nada —contestó Pedro acariciándole con el pulgar la palma de la mano.


Cuando la miró a los ojos de nuevo, se encontró con que Paula tenía la boca abierta y los labios húmedos, invitándolo. Pedro tragó saliva.


—Esto se nos está yendo de las manos —murmuró tomándola entre los brazos.


Dando al traste con los preliminares, Paula abrió la boca directamente para besarlo, así que Pedro introdujo la lengua en su boca y la apretó contra su cuerpo.


—¿Señora Summers? —dijo alguien de repente.


Al mirar hacia la voz, ambos quedaron momentáneamente cegados por el potente flash de una cámara de fotos.


En cuanto se hubo recuperado, Pedro reconoció al mismo fotógrafo que los había retratado al salir de la fiesta, aquél que se había mostrado tan insistente.


La incredulidad y la ira se apoderaron de él.


Pedro —le dijo Paula preocupada.


Pedro no la escuchó.


—¿Te gusta nadar, listillo? —le dijo al fotógrafo yendo hacia él.


El joven salió corriendo. Pedro lo hubiera perseguido si no hubiera sido por los repetidos ruegos de Paula.


—No pasa nada, ¿no? —le dijo ella al verlo tan preocupado—. Ninguno tenemos pareja…


—No es eso lo que me molesta —contestó Pedro con el ceño fruncido—. Vámonos a la terminal —añadió comenzando a andar hacia allí.


Paula lo siguió.


—Antes de que apareciera el fotógrafo, estaba pensando que, tal vez, podrías enfocar el tema del estadio como algo más de la gente, no tanto como un negocio…


Pedro se paró en seco.


—Paula, aquí no hay historia —ladró—. Mira, ahí llega el ferry.


Paula se quedó mirándolo. Sus ojos reflejaban un inmenso dolor. Pedro se sintió fatal, pero había llegado el momento de que Paula se diera cuenta del tipo que hombre que era.


En el trayecto de vuelta a casa, hablaron poco. 


Paula estaba cabizbaja. Pedro, enfadado y excitado.


Tampoco hablaron en el taxi.


Al llegar a casa de Paula, Pedro tuvo que hacer un gran esfuerzo para no salir con ella. Qué cruel era la vida, que primero le ponía a la mujer de sus sueños delante y ahora lo hacía apartarse de ella.


Paula se quedó mirándolo, pero Pedro no se movió.


—Gracias —se despidió Paula—. Sólo una cosa, Pedro. ¿Estabas enamorado de la actriz?


Aquello era lo último que Pedro hubiera pensado que le iba a preguntar.


—No pude soportar la publicidad —contestó negando con la cabeza. Paula asintió.


—Sigo sin poder soportarla —añadió Pedro


Paula lo miró confusa, parpadeó y se bajó del taxi.



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