domingo, 28 de julio de 2019

INTENTO DE MATRIMONIO: CAPITULO 45




Pedro abandonó la comisaría y se dirigió hacia su coche. Era casi medianoche. Estaba físicamente exhausto, pero sabía que su cerebro le negaría el sueño. Desde que dejó a Paula había estado encerrado en su despacho. Había repasado mil veces cada foto de cada crimen, cada detalle, cada palabra del informe de la especialista del FBI, cada ínfimo rastro de evidencia. La respuesta estaba en alguna parte. 


Solo tenía que encontrarla.


Un coche se detuvo a su espalda, enfocándolo con los faros. Instintivamente se llevó la mano a la pistola.


—¿No duermes, socio?


—¿Qué diablos estás haciendo aquí? Creía que pensabas cenar tranquilamente con tu madre y luego dormir a pierna suelta hasta el amanecer.


—Intenté dormir, pero no pude. Así que me harté de permanecer despierto. Como no contestaste cuando te llamé al apartamento, supuse que te encontraría aquí.


—Ya. Sigo pensando que se nos ha escapado algo. Una pista.


—Más tarde o más temprano, Freddie cometerá un error. Y entonces lo atraparemos.


—¿Pero cuántas mujeres morirán primero?


—¿Te apetece que tomemos una taza de café y hablemos de ello?


—No. Si tomara café, ya no podría dormir en toda la noche —Pedro abrió la puerta y subió al coche—. Mejor demos un paseo.


—Al escenario del último crimen no, espero. Está muy lejos. Además, seguro que hay alimañas acechando en ese sucio pantano...


—Un hombretón como tú no puede tener miedo de unas inofensivas criaturas de la noche...


—No siempre y cuando anden a dos patas.


—Estaba pensando más bien en el domicilio de los Chaves.


—Es demasiado tarde para hacerles una visita.


—Lo sé. Simplemente me gustaría echar un vistazo, ver si hay luces encendidas o si el médico sufre también de insomnio.


—No tienes ninguna prueba a tu favor, Pedro, y el jefe ya te ha avisado. Cuidado con ir detrás de esos médicos. Pero aquí hay algo más. Ese hombre está casado con una mujer a la que conocías de hace años, ¿verdad? Y supongo que no seguirás chiflado por ella...


Lo estaba, pero Corky no tenía por qué saber nada.


—Solo estoy haciendo lo que tengo que hacer, socio. Que no es otra cosa que mi trabajo.


Cuando minutos después aparcaron frente a la casa de los Chaves, las luces estaban apagadas. Y el edificio tan silencioso como lo había estado el móvil de Pedro durante toda la noche. Había esperado que llamara Paula. No lo había hecho. Y en aquel momento debía de estar en la cama, acostada con su marido...


Aquel hombre podía extender una mano y tocarla, podía estrecharla contra sí y abrazarla con fuerza. Aspirar el aroma de su cabello, probar la dulzura de sus labios, acariciar su cuerpo como él lo había hecho una vez antes, años atrás. Mariano era su marido. Él no.


Pedro no tenía ningún derecho sobre ella, excepto protegerla con su propia vida, si era necesario. Y padecer de insomnio por su culpa.




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