martes, 8 de enero de 2019

AL CAER LA NOCHE: CAPITULO 19



Pedro se sentó tras el volante de su coche y tras hablar un momento con el policía que estaba a cargo de la vigilancia, se dirigió hacia el parque Cedar. Quería verlo vacío, tal y como probablemente se lo había encontrado el asesino.


Aparcó en la puerta, pero no salió del coche. El parque no estaba iluminado, pero la noche era clara y la luz de la luna era más que suficiente.


Esperaba que la víctima hubiera podido ser identificada al día siguiente. Después, tendrían que asumir la triste tarea de comunicarle la noticia a la familia.


Eran pocas las cosas que podía decir sobre la vida de la última víctima, pero no iba a buscar indicios de culpabilidad entre los miembros de la familia. Aunque no podía estar seguro, era altamente probable que el crimen hubiera sido cometido por el mismo hombre que había matado a Sally Martin. Un asesino cruel y sin conciencia.


El mismo tipo de hombre que había matado a Natalia.


El corazón se le encogió como si alguien se lo estuviera apretando con fuerza. Se suponía que el tiempo curaba las heridas, o por lo menos eso le había dicho el psiquiatra de San Antonio al que le había hecho ir su jefe antes de trasladarlo a Georgia. Pero habían pasado siete años y nada había amortiguado ni el recuerdo ni el dolor.


Habría sido diferente si hubiera podido cerrar de alguna manera aquel caso. No habían atrapado al hombre que había matado a Natalia, aunque Pedro había estado tan obsesionado con encontrarlo que había perdido su trabajo. Pero ni siquiera eso lo había detenido.


Sin embargo, al darse cuenta de que se estaba convirtiendo en un alcohólico amargado, como lo había sido aquel padrastro al que tanto había odiado, había cambiado de actitud y había conseguido un puesto en el departamento de policía de Prentice, gracias a la recomendación de su antiguo supervisor. Probablemente, Tony Sistrunk le había salvado la vida.


Pedro había recorrido un largo camino desde entonces. Pero aquellas dos muertes habían vuelto a removerle todo. Habían muerto dos mujeres de forma completamente inútil, y por si eso no fuera suficiente, aquel asesino se había encaprichado de Paula Chaves, una mujer que había conseguido metérsele a Pedro bajo la piel como no lo había hecho ninguna otra en muchos años.


Pedro se alejó de la casa, llevándose con él a Natalia , el dolor de su pérdida y su obsesión por un asesino. Y con el sabor de una atractiva y sensual periodista pegado a los labios.



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