miércoles, 15 de agosto de 2018

LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 27




De acuerdo, había hecho trampa; lo reconocía. 


Le había dicho a Pedro que iba a cocinar, pero finalmente había decidido hacer un pedido a una de sus marisquerías favoritas: tres raciones de fettucini con gambas; una para ella y dos para él por si quisiese repetir.


Sólo quedaba un detalle por resolver; ¿cómo iba a darle la noticia de que estaba embarazada? 


Después de lo que había pasado la noche anterior sabía que tenía que decírselo, pero... ¿tenía que ser precisamente esa noche?, se preguntó al sentir que el pánico estaba apoderándose de ella.


Se sentía a la vez culpable y frustrada. Su mayor deseo era que la noticia lo hiciese feliz, pero por las veces que lo había sondeado de forma indirecta estaba claro que no sería eso lo que ocurriría. Aquello lo cambiaría todo entre ellos.


Mientras calentaba en el horno unas barritas de pan y preparaba una ensalada, se puso a pensar cómo podría decírselo. Al fin y al cabo era relaciones públicas, se dijo intentando animarse, así que si alguien podía idear el modo perfecto de comunicarle la noticia, tenía que ser ella.


—¿Sabes qué, Pedro? —probó ensayando en voz alta—. Vas a ser padre... otra vez.


Crispó el rostro, disgustada. Aquello sonaba fatal.


—Estoy embarazada —probó de nuevo. No, aquello tampoco sonaba bien.


—Eres un auténtico semental y tus espermatozoides son campeones olímpicos de natación. Y puedo demostrarlo.


Una sonrisa traviesa asomó a las comisuras de sus labios, y de pronto se encontró riéndose de tal modo que hasta se le saltaron unas lagrimillas, pero carraspeó y se puso seria.


Pedro, estoy embarazada, pero quiero que sepas que no espero que te cases conmigo, y que pienso criar al bebé yo sola.


Bueno, eso quedaba mucho más sincero, pero no estaba segura de que sería capaz de decirle eso mirándolo a los ojos. Quizá después de todo, aquélla no fuera la noche más indicada para darle la noticia.


Decírselo en vísperas de Navidad como estaban le parecía un poco cruel; le estropearía las fiestas. No era más que un pretexto ridículo para no hacerlo, pero no pudo evitar desear que las cosas fueran distintas. En unas circunstancias diferentes aquella noticia sería un regalo, y no algo que temiese decir.


De pronto los ojos se le habían llenado de lágrimas y, mordiéndose el labio inferior, Paula apretó los dedos contra ellos para evitar que se le corriera el rimel. Aquellos vaivenes emocionales podían estropearle a una por completo el maquillaje.


El día después de Navidad, decidió, entonces se lo diría. Así tendría siete días para prepararse psicológicamente, él podría disfrutar de las fiestas, y con un poco de suerte la medicación que le habían recetado tendría su úlcera bajo control y a prueba de noticias bomba.


Puso la mesa con la vajilla que había dejado la dueña de la casa, y colocó sendas copas de agua y de vino para ambos, pero se sirvió agua en las dos suyas para que Pedro no le hiciera preguntas. Ni siquiera lo notaría, porque iba a servir vino blanco y las copas eran ligeramente tintadas, y como sólo faltaban unos instantes para que llegara, abrió la botella. 


Además, ¿no decían que el vino había que dejarlo respirar antes de servirlo? Finalmente, para completar la jugada, echó un poco por el fregadero para que diera la impresión de que en efecto ella ya se había servido y volvió a colocar la botella en la mesa.


En ese preciso momento llamaron al timbre. 


Paula se sonrió. Siempre tan puntual, se dijo yendo a abrir la puerta.


—¿Cómo te encuentras? —le preguntó.


—Ahora que te tengo frente a mí mejor que nunca —respondió Pedro antes de pasar dentro—, Mmm... huele bien.


Paula lo abrazó y hundió el rostro en su pecho.


—¿A qué viene esto? —le preguntó él rodeándole la cintura con los brazos.


—Es que todavía me estoy reponiendo del susto de ayer noche —contestó ella con un suspiro. 


Pedro se rió suavemente.


—En ese caso puedes abrazarme todo lo que quieras.


Paula lo condujo hacia la mesa.


—Vamos, la cena ya está lista: fettucini con gambas.


Pedro miró los platos impresionado.


—Vaya, qué presentación tan bonita, y qué buen aspecto... Seguro que no tienen nada que envidiarle a los que sirven en Julián's, esa marisquería que tanto te gusta.


Y había una razón por la que no tenían nada que envidiarles: que eran de Julian's. Quizá en otra ocasión se lo confesaría y los dos se reirían de ello.


—Gracias. Bueno, espero que te guste.


Pedro le retiró la silla y esperó a que se sentara antes de hacerlo él.


—Gracias otra vez —murmuró Paula. Siempre tan caballeroso, pensó sintiéndose culpable de pronto por haber pedido la comida a un restaurante en vez de haber preparado algo ella. 


Pedro levantó su copa y propuso un brindis:
—Porque cenemos juntos muchas veces más en el futuro... y también desayunos —añadió con una sonrisa picara.


Paula se rió, brindaron, y empezaron a comer.


—¿Sabes?, la otra noche, cuando te llevé a casa después de la fiesta en casa de los BiHings, dijiste algo que me hizo pensar —dijo Pedro de repente.


Paula se tensó.


—¿Tenemos que hablar de esa noche?


—Lo digo porque he llegado a la conclusión de que en parte tenías razón —dijo Pedro.


—¿Perdón? —balbució ella, que no estaba acostumbrada a verle hacer concesiones.


—Bueno, tú me conoces muy bien; lo sabes todo sobre mí —le explicó Pedro—. Y es natural; un director de campaña tiene que conocer todos los puntos fuertes y débiles del candidato al que asesora.


Paula pinchó una gamba con el tenedor y asintió con la cabeza.


—Cierto.


—Bien pues... lo que quería decir es que tú lo sabes todo sobre mí, pero yo sólo sé lo que ponía en tu curriculum y lo poco que he podido sonsacarte sobre tu vida personal.


Paula se encogió de hombros.


—No era yo quien me presentaba a las elecciones.


—Sí, pero las elecciones han pasado, Pau, y nuestra relación nos concierne a los dos, no sólo a mí. De hecho, ni siquiera sé qué es lo que quieres hacer con tu vida a corto plazo, qué aspiraciones tienes.


Paula se removió incómoda en su asiento


—Bueno, seguir con mi carrera, por supuesto, aunque no sé exactamente...


—No me refiero en el plano profesional —replicó él esbozando una media sonrisa—, me refiero en el personal.


—La verdad es que no he pensado mucho en eso. ¿Y tú?, ¿tienes planes a nivel personal sobre qué quieres hacer en los próximos cinco años?


—Hasta que me presenté a las elecciones no lo sabía —respondió Pedro—. Me he dado cuenta de que quiero tener una relación mejor con mis hijos —se quedó callado un instante y la miró a los ojos—... y sé que quiero tenerte a mi lado.


El corazón de Paula palpitó con fuerza por la intensidad de sus palabras. Tomó un sorbo de agua, y le dijo:
—Pues si quieres que te sea franca, a mí no me parece que uno pueda tener mucho control sobre lo que pueda sucederle aun en un futuro próximo en el plano de lo personal. No me veo diciendo: «Es veinte de diciembre y quiero que mi príncipe azul entre por esa puerta dentro de tres meses. Medirá tanto, pesará tanto, y se enamorará de mí tan perdidamente, que a pesar de mis defectos y mis errores no podrá vivir sin mí».


Pedro se inclinó hacia delante.


—Si vamos a hablar de errores, yo tengo cinco hijos que tienen sentimientos encontrados hacia mí, una hija cuya existencia desconocía hasta hace unos meses, mi matrimonio fue un fracaso, y le fui infiel a mi mujer. No creo que puedas superar eso.


Paula pensó en el bebé que llevaba en su vientre; pensó en el bebé al que había entregado en adopción años atrás.


—Eso es discutible —dijo.


Pedro enarcó una ceja y se quedó mirándola en silencio un buen rato.


—Ya, ahora irás a decirme que antes de convertirte en mi directora de campaña fuiste una prostituta, o una terrorista.



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