miércoles, 13 de junio de 2018

THE GAME SHOW: CAPITULO 25




Todo pasó cuando estaban a una manzana del apartamento. 


Macarena y Chloe habían estado muy tranquilas comiéndose los helados hasta que Maca se paró. Pedro supo que nunca, aunque viviera cien años, se olvidaría de la cara de espanto de la niña. Tenía los ojos desorbitados y le costaba respirar.


Encima del chocolate del helado se veían unas manchas marrones. Cacahuetes.


Pedro empujó a Chloe hacia Joel.


—¡Vigílala y llama a urgencias! —le gritó.


Agarró a Macarena en brazos y salió corriendo hacia el apartamento. Entró en el edificio y no esperó al ascensor. 


Subió las escaleras de dos en dos impulsado por la adrenalina y el pavor.


En la puerta, perdió unos segundos preciosos mientras buscaba las llaves. Maca seguía haciendo unos ruidos muy raros, que a él le parecieron una buena señal, aunque estaba pálida como la cera y tenía la piel sudorosa.


—Aguanta, Maca, aguanta.


La tumbó en el sofá y fue al cuarto de baño. 


Encontró la jeringuilla en el botiquín. Cuando volvió, Maca tenía las pupilas dilatadas y estaba amoratada. Le clavó la aguja en el brazo y vació el contenido mientras rezaba como no había rezado en su vida. A lo lejos, le pareció oír la sirena de una ambulancia.


—Vamos, Maca, vamos.


—¿Qué tal está?


Joel estaba detrás de él con Chloe, que lloraba, en brazos.


—No lo sé.


Paula tenía el pulso desbocado cuando atravesó las puertas batientes de la sala de urgencias.


—¡Mi hija! Macarena Chaves. La han traído en ambulancia por una reacción alérgica.


La mujer con bata blanca que estaba detrás del mostrador manejó tranquilamente el ratón de su ordenador. Era evidente que estaba muy acostumbrada a los padres presa del pánico.



—Están con ella, señora Chaves.


—¿Está bien?


—El doctor saldrá enseguida y se lo dirá. Entretanto, hay unos documentos que tiene que rellenar.


—¿Está bien? —repitió Paula al borde de la histeria.


La mujer sonrió compasivamente.


—Yo no puedo decírselo. Yo trabajo en el mostrador y me ocupo de los trámites del seguro. ¿Por qué no va con su marido? A lo mejor, él sabe algo.


—¿Kevin…? —dijo Paula casi para sí misma.


Cuando se dio la vuelta, vio a Pedro sentado en una de las sillas de la abarrotada sala de espera. Tenía los codos apoyados en las rodillas y la cabeza entre las manos.


Pedro, ¿qué pasa? ¿Qué tal está Maca?


Pedro se levantó y, sin decir una palabra, la abrazó con tal fuerza que hizo que el pulso se le acelerara el triple.


—¡Por Dios! ¿Va a ponerse bien?


—Sí, perdona. No quería asustarte. Va a ponerse bien —le temblaba la mano, pero ella lo creyó.


Paula cerró los ojos y se recostó contra él.


—¿Qué ha pasado? El mensaje que me ha hecho llegar Lottie a la reunión donde estaba era bastante críptico.


—El helado tenía cacahuetes. Todo pasó muy deprisa. Estaba perfectamente y de repente… no podía respirar.


Paula entendió su espanto. Ya había pasado por eso. También sabía que esas reacciones alérgicas empeoraban cada vez que tomaba cacahuetes.


—Pero le pusiste la inyección…


—Sí. Hice lo que me dijiste.


Había salvado a su hija. Lo besó en la mejilla y luego en los labios. Unos besos muy normales que cobraron intensidad por los sentimientos que llevaban consigo.


—Gracias, Pedro.


Se sentaron para esperar al médico. Paula se dio cuenta de que Joel también estaba allí y tenía en brazos a Chloe, que estaba profundamente dormida. Nicole, su hija, se ocupaba de la cámara. Aun así, Paula siguió agarrando la mano de Pedro cuando se sentaron. Ese vínculo era como un remanso de paz en medio del caos.


Llegaron muy tarde al apartamento. Paula estaba dispuesta a pasar la noche en el hospital, pero el médico le aseguró que Macarena iba a estar dormida toda la noche gracias al sedante que le habían dado y Paula accedió a irse a casa. 


Chloe ni se inmutó cuando Pedro la dejó en la cuna.


—Las niñas parecen ángeles cuando están dormidas —le comentó Paula, que se encontraba a su lado—. Todas las noches entro a verlas cuando están tranquilas. Cuando me pregunto qué sentido tiene todo, miro a mis hijas y lo sé. Ése es el sentido, Pedro. Son lo único importante que tengo en una vida anodina.


Se le quebró la voz con un sollozo.


Pedro la abrazó.


—Maca va a ponerse bien. Ya lo verás por la mañana. Mañana por la noche estará corriendo por aquí como siempre.


—Eso espero.


Volvieron a la sala y se sentaron en el sofá.


—Nunca podré agradecerte lo suficiente que hayas salvado a mi hija.


—A mí me ha quitado diez años de vida. Nunca había pasado tanto miedo.


Esa vez fue ella quien lo abrazó. Pasaron un rato en silencio y escuchando los ruidos de la ciudad.


—He decidido ir a casa de mi padre por su cumpleaños —dijo Pedro de repente.


—Estoy segura de que a tu madre le hará mucha ilusión. ¿Por qué lo has decidido?


—Por esta noche. Paula…


Se acordó de sus sobrinos. De los hijos de su hermano y su ex novia que se había negado a ver.


—No conozco a los hijos de mi hermano. Estaba tan concentrado en estar furioso con Damian y Laura que no me daba cuenta de lo que me estaba perdiendo —se rió con aspereza—. Llevo todo este tiempo sintiendo remordimientos por no formar parte de sus vidas. Sentía remordimientos al pensar en lo que les hurtaba con mi ausencia. Sin embargo, nunca me había parado a pensar en lo que yo estaba perdiéndome.


—La familia lo es todo, Pedro.


—Lo sé —le agarró la mano a Paula y se la besó—. Gracias por recordármelo.


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