jueves, 9 de agosto de 2018
LA AMANTE DEL SENADOR: CAPITULO 7
Habiendo recibido aviso mediante una llamada al busca de que debía presentarse ante su excelencia, Paula se dirigió al despacho de Pedro.
Probablemente todavía estaría irritado con ella por haber llamado a sus hijos sin decirle nada.
Pues le daba igual, se dijo. No le gustaba disgustarlo, pero, en cierto modo, si siguiese enfadado con ella la separación le resultaría más fácil. Y, sin embargo, a pesar de ese pensamiento, sintió una punzada en el pecho ante la idea de no volver a verlo.
Había momentos en los que todavía le costaba creer que estaba embarazada... hasta que le entraban aquellas horribles náuseas o tenía que echarse una siesta porque no podía con su alma. Y pensar que iba a tener que criar a ese niño ella sola... «No», se dijo luchando contra el pánico que la invadió, «puedo hacerlo; voy a hacerlo».
Armándose de valor, levantó la mano para llamar a la puerta abierta del despacho, pero Pedro, que estaba esperándola de pie frente a su escritorio, fue junto a ella, la tomó de la mano para hacerla entrar, cerró, y tomó sus labios en un largo beso.
—Gracias por entrometerte —le dijo cuando despegó finalmente sus labios de los de ella y se echó hacia atrás para mirarla.
Con el corazón latiéndole como un loco, Paula parpadeó sorprendida.
—¿Qué?
En los labios de Pedro se dibujó una deslumbrante sonrisa, y en sus ojos relumbró un brillo sensual que la hizo derretirse.
—Gracias por entrometerte —repitió—. He almorzado hoy con Ian y ha ido mejor de lo que nunca hubiera esperado.
Una ola de alivio invadió a Paula.
—Me alegro —contestó. ¿Que se alegraba?, ¡eso era quedarse corta! Estaba feliz por él, y ansiosa por saber más—. ¿De qué hablasteis?, ¿te hizo alguna pregunta espinosa como temías?
—Bueno, hablamos de muchas cosas, y sí, sí que me hizo alguna que otra pregunta espinosa, pero fue bien —hizo una pausa y se rió entre dientes—. Me ha sorprendido ver lo mucho que se parece a mí en algunas cosas. Jamás lo hubiese pensado.
Paula sonrió al oír una nota de orgullo en su voz.
—Así que... ¿de tal palo tal astilla?
—Bueno, yo no diría tanto —replicó Pedro—. Me alegra que Ian no tuviera los problemas de aprendizaje que yo tuve. Si de algo me aseguré fue de que mis hijos tuvieran tutores si los necesitaban.
Paula sintió que se le hacía un nudo en la garganta.
—¿Le has hablado a Ian de tus problemas de aprendizaje? —inquirió sorprendida. Pedro sacudió la cabeza.
—No exactamente. Le dije que no era un buen estudiante —respondió.
—En cualquier caso para ti admitir eso va es mucho —replicó ella—. Me alegro mucho por ti. Pedro.
Si no podía compartir su vida con él, al menos quería que tuviese una mejor relación con sus hijos.
Pedro la miró a los ojos.
—Yo también me siento muy feliz, pero lo sería aún más si aceptases venirte conmigo a Washington —murmuró con voz ronca, acariciándole el cabello.
El corazón le dio un vuelco a Paula, que de pronto se notaba la garganta seca.
—Pedro, creía que habíamos acordado que debíamos mantener nuestra relación dentro de los límites de lo profesional.
Pedro negó con la cabeza y acortó la distancia entre ellos.
—Lo acordaste tú, no yo —replicó él—, y no pienso cejar hasta que me digas que te vendrás conmigo.
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