viernes, 13 de julio de 2018

BESOS DE AMOR: CAPITULO 16




Dos días más.


Era sábado y se marcharían el lunes.


Dos días más.


Paula había llamado a Raul Thurrell para alquilar un coche en Blue Rock y devolverlo en Trilby. 


Pedro los llevaría al pueblo el lunes.


Santiago estaba mucho mejor y la doctora Blankenship había aprovado el viaje, de modo que todo estaba preparado.


—Deberías tomarte esas vacaciones con tu novio —le dijo la mujer.


—Aún no sé si Alan puede tomarse unos días libres —murmuró Paula.


—Oblígalo. Vete a un hotel carísimo y dile que lo esperas allí.


Paula soltó una carcajada. No quería decirle a la doctora Blankenship que Alan no respondería a tal arrebato pasional. Él creía en la seriedad, en los planes seguidos a rajatabla, en el ahorro...


Y tenía razón. Así es como hay que vivir la vida, seriamente.


Y no preocupándose por cómo reaccionaba su cuerpo cada vez que miraba el apretado trasero de Pedro Alfonso.


Dos días más...


Acababan de llegar a la fiesta que organizaban los vecinos de un rancho cercano y había un montón de cosas nuevas que deberían interesarle. Pero Paula sólo podía mirar unos vaqueros. Unos simples pantalones vaqueros.


Ah, pero el hombre que los llevaba puestos... No tenía un solo gramo de grasa y le quedaban como un guante. Pedro era todo músculo. Su cuerpo estaba moldeado por el trabajo y ella lo sabía. Llevaba casi dos semanas viéndolo trabajar.


A las ocho, el rancho de los Sheehans estaba lleno de gente y Santiago parecía un poco abrumado. Pero no tenía fiebre y los granitos empezaban a desaparecer.


Además, pronto descubrió a dos vaqueros de su edad y su expresión cambio por completo. Era un poco tímido, pero enseguida se acercaría a ellos para jugar.


—Vamos a comer algo —sugirió Pedro.


La mesa estaba llena de gente y Paula se vio presionada contra el cuerpo del hombre. Y, de nuevo, su corazón se aceleró.


Nerviosa, le preguntó a Santiago qué quería comer.


—Un perrito caliente.


—¿Con patatas?


—Sí, con muchas patatas.


—¿Lo quieres todo en un mismo plato, cielo?


Pedro lo sorprendía siempre la ternura con la que Paula hablaba con su hijo.


Nunca parecía tener prisa, todo lo contrario. Le daba tiempo al niño para tomar sus propias decisiones, sin obligarlo a hacer nada. Y Santiago respondía siempre con educación.


—Todo en un plato.


—¿Quieres un poco de sandía?


—¿Puedo tomar coca-cola?


—Vale. Pero no tomes mucha, ya sabes que luego no puedes dormir.


—Vale —sonrió el niño.


En ese momento, Raul Thurrell se acercó. Y por su aliento, Pedro supo que había bebido.


—¡Pedro Alfonso, vaya, vaya! ¿No deberías estar trabajando... en alguno de los dos
ranchos?


Desde luego, había bebido.


Pedro no podía apartarse y sabía que la gente estaría pendiente de la conversación. Todo el mundo en Blue Rock sabía que los Thurrell y los Alfonso no se llevaban bien.


Pero Raul no había visto a Santiago y, sin querer, le dio un empujón.


—¡Cuidado con el niño! —le advirtió Pedro.


—Ya verás, Alfonso —siguió él, sin prestarle atención—. Tendrás que venderme el rancho. No puedes expandirte sin capital. Tu padre era muy listo, pero... ¡Ya verás como tienes que vender, Alfonso!


Cuando se daba la vuelta, empujó a Santiago de nuevo y el niño hizo un puchero.


—¿Te ha hecho daño, cielo? —le preguntó Paula.


—Me ha dado un golpe en la oreja.


—Raul es un poco torpe, ¿verdad? —sonrió Pedro, revolviendo su pelo—. ¿Te duele
mucho?


—No, ya no.


—Porque eres un niño muy fuerte.


—Sí, soy muy fuerte.


—Gracias, Pedro —sonrió Paula.


Unos minutos después se sentaban a una mesa, obserbando a Luisa y Pablo charlando con los vecinos. Paula suponía que Pedro conocía a todo el mundo, pero además de algún breve saludo, no se paró a charlar con nadie.


La orquesta empezó a tocar entonces y tuvieron que acercarse mucho para hablar.


Quizá fue por eso. Estaban demasiado cerca. Y, de repente, Pedro se dio cuenta de que estaban hablando de amor. Se había olvidado de Raul Thurrell, de su madre, de su abuelo, de todo el mundo.


—¿Tú crees en el amor, Pedro? —le preguntó Paula.


—Claro que sí. Y sé lo que hace falta para amar a alguien. Para amar hay que ser generoso. El amor crece poco a poco, como el musgo en un árbol. La mejor gente que he conocido en mi vida sabía... cómo amar.


—¿Tú crees que eres generoso?


Pedro se le puso la piel de gallina.


—No lo sé. Espero enterarme algún día. Me gustaría tener lo que tuvieron mis padres.


—Entonces, debes de pensar que soy muy vulgar porque voy a casarme sin tener eso, ¿verdad? —preguntó Paula entonces, los ojos verdes ensombrecidos.


Él lo pensó un momento antes de contestar.


—No creo que quieras casarte sin amor.


—¿Crees que no voy a casarme con Alan?


—No, creó que vas a casarte con él porque tienes la intención de que ese amor crecerá algún día. Yo pienso que, para la mayoría de la gente, al principio sólo es una intuición. El amor viene después.


—Quizá. O quizá el amor no es tan importante como el respeto, el cariño y los intereses comunes.


—¿Cómo los hijos?


—Por ejemplo. Santi es lo primero para mí.


—¿Podrías darle felicidad a Santi si tú no fueras feliz? —preguntó Pedro.


—Si Santi es feliz, yo también —dijo Paula entonces.


Parecía algo que se hubiera repetido a sí misma muchas veces.


—Te equivocas. Tendrás que buscar a alguien que os haga felices a los dos.


Al ver que ella se ponía colorada, Pedro decidió dejar el asunto. Quizá había hablado demasiado. Ella parecía tenerlo todo tan claro con Alan... y él no tenía nada que ofrecerle.


¿O sí?


Por un segundo le pareció sentir algo mágico, algo parecido a lo que tuvieron sus padres. Con Paula.


Pero las dudas volvieron enseguida.


—Sería cuestión de intentarlo... —murmuró para sí mismo.


—¿Perdona? Ah, estás hablando del rancho, de tu padre... —sonrió ella.


Pedro asintió. No hablaba de eso, pero... Quizá sí. Lo más importante de su vida era el rancho. Y la pérdida de su padre, cuya repentina muerte seguía rompiéndole el corazón.


—¿Es malo compararse con el mejor hombre que he conocido?


Paula se percató de lo importante que era para él parecerse a su padre. Y de cómo se castigaba a sí mismo.


—Tienes que dejar de hacer eso, Pedro.


—¿Hacer que?


—Comparate con tu padre.


Estaban muy cerca y sus piernas se rozaban. 


Pero no se apartó, todo lo contrario.


Tuvo que poner las manos en su regazo para no tocarlo.


—Cada persona es diferente. No puedo creer que él fuera mejor hombre que tú. Quizá cometió un error al comprar Thurrell Creek. ¿Se te había ocurrido? Deja de pensar que habría hecho él y haz lo que tú quieras hacer.


De repente, algo se lanzó contra Paula como una catapulta. Santiago.


—Mamá, ¿podemos ir a explorar? Los otros niños dicen que hay que buscar huevos en los matorrales —exclamó el crío, sin aliento.


—¿Por qué no descansas un poco? Estás cansado, hijo.


—No quiero irme a casa.


—No he dicho que nos fuéramos, sólo que descanses un poquito.


—Luego descanso... en casa, ¿vale?


—Vale —suspiró Paula.


—Venga mamá. Vamos a explorar.


—Ya voy.


Paula se volvió hacía Pedro, pero el negó con la cabeza.


—Tengo que charlar con una persona.


Ella se alejó, preguntándose qué habría pasado de su pequeña charla. Quizá había hablado demasiado. Pero ambos tenían algo en qué pensar. Ella, en el amor, en la intuición del amor...


Eso no reflejaba su propia experiencia. Había estado loca por el padre de santiago, Augusto. Absolutamente loca por él. Pero entonces no era más que una cria y Augusto, el chico mas popular del instituto. Para ella habia sido un triunfo que la eligiera. Lo que no intuyó fue que el interes de Augusto seria mas que pasajero.


¿Eso habia sido amor? Desde luego que no.


¿Y Alan?


«El amor crece lentamente, como el musgo en un arbol», habia dicho Pedro. «Al principio, es una intuición».


¿Cuál era su principio con Alan? No estaba segura, pero no tenia nada que ver con lo que decía Pedro.


Y si el amor puede crecer con los años, tambien pueden crecer otras cosas.


Como la desilusión, el desencanto, la frialdad, la desesperación...


—¡He encontrado un huevo, mamá¡


—Estupendo, hijo.


Usando la emocion del niño para abrazarlo sin que protestase, Paula se agarró a Santiago como si no quisiera soltarlo nunca. Él parecia ser la unica cosa clara en todo el universo.


Santiago y las palabras de Pedro Alfonso


Podria haber estado charlando con él entre toda aquella gente durante horas... mientras ambos intentaban devanar la madeja de sus encontradas emociones.




No hay comentarios.:

Publicar un comentario