viernes, 18 de mayo de 2018

BAJO OTRA IDENTIDAD: CAPITULO 16




Eliana apenas podía soportarlo. Ya habían dado una vuelta al desierto campo de fútbol, y dudaba que consiguiera dar cuatro a pesar de que Sabrina intentaba animarla. Hacía un frío intenso, pero su amiga actuaba como si no le afectara; en cierto modo le recordó a sus abuelos, que vivían en Michigan. Estaban acostumbrados a temperaturas muy bajas, y aquello les habría parecido un clima tropical.


Pero Eliana no estaba acostumbrada. Tenía la cara y las manos heladas y le dolían todos los músculos del cuerpo. En aquel momento se arrepintió de haber salido a correr con Sabrina. Correr le parecía una tortura; no entendía que la gente lo hiciera voluntariamente, y mucho menos que se hubiera prestado a algo así


—Ánimo, Eliana, lo vamos a conseguir —dijo Sabrina.


Eliana miró a su amiga y enseguida comprendió que hubiera aceptado. Sabrina la había invitado a correr a ella, no a Wendy, ni a Jesica, ni a ninguna de las chicas más populares del instituto. La había invitado a ella, a la chica tímida y estudiosa que nadie quería.


El enfrentamiento de Sabrina con Wendy había dado mucho que hablar. Algunos habían dicho que la pelirroja estaba loca, y otros que era una chica muy valiente. Pero Eliana sólo sabía que Sabrina se había comportado como una amiga y que, por alguna extraña razón, era mucho mayor de lo que parecía. Además, se estaba convirtiendo en una especie de leyenda viva del instituto Roosevelt.


—Dobla los codos y mueve los brazos como yo —dijo Sabrina—. El ejercicio será más efectivo y te cansarás menos.


Eliana la imitó y echó un vistazo a su alrededor. No había nadie, y se alegró mucho, porque pensaba que debía de tener un aspecto ridículo.


—Magnífico. Ahora, sincroniza el movimiento de tus brazos con el de tus piernas. ¿Lo ves? ¿A que corres más deprisa?


Eliana comprendió, sorprendida, que Sabrina tenía razón. Le seguía doliendo todo el cuerpo, pero ya no era tan malo. Ya no sentía tan pesadas las piernas, y de hecho tenía menos frío.


—No lo entiendo. Ni siquiera jadeas —dijo Eliana, con esfuerzo—. En cambio, yo estoy muy cansada.


—Tendrías que haberme visto la primera vez que lo hice. Te aseguro que pensé que me iba a morir. En serio. No conseguí hacer ni un solo kilómetro.


—Pero al menos no estabas gorda.


—Te equivocas, lo estaba.


Eliana la miró con sorpresa. Estaba acomplejada con su peso, y nunca hablaba con nadie sobre su problema.


—¿Es que no me crees? —preguntó Sabrina.


—No dudo que quisieras perder peso —dijo Eliana, sin dejar de correr—. Pero dudo que estuvieras gorda.


—Pesaba más o menos lo que pesas tú, y eso que soy algo más baja. Sé lo que se siente cuando los chicos se burlan de una, lo que se siente cuando te tratan como si fueras invisible, o estúpida, o algo peor. Y sé lo que se siente cuando te dicen que tienes una cara bonita, pero que tu vida sería mucho mejor si perdieras peso. Y lo sé porque a mí también me pasó. Me crees, ¿verdad? —preguntó, mirándola.


—Sí —respondió Eliana—. Pero, ¿cómo lo hiciste?


—No fue ninguna dieta milagrosa, te lo aseguro. Intenté hacer varias dietas, desde luego, pero no logré nada. De hecho, empecé a perder peso cuando dejé de hacer dietas —respondió, sonriendo—. Anda, cierra la boca y sigue corriendo. Luego te contaré más cosas sobre mi pasado.


Eliana se sintió mucho más esperanzada. Pero no dijo nada. 


Se limitó a apretar los dientes y a seguir corriendo.



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