jueves, 22 de marzo de 2018

CAMBIOS DE HABITOS: EPILOGO




Paula se acomodó en el sofá de la oficina de Pedro, dando la vuelta a la página de su ejemplar favorito de Jane Eyre. 


Podía sentir la vibración de la música del club a través del suelo.


Pero aquella habitación estaba prácticamente insonorizada, y ella había aprendido a ignorar la sensación de reconocer la canción que estaba sonando sin escucharla realmente.


Había aprendido muchas cosas en los pasados meses. 


Había aprendido cómo era vivir con un hombre, y a aceptar que Pedro la quería tanto como ella a él.


Se habían ido a vivir juntos al poco tiempo de la aparición de Pedro en la biblioteca. Pero ella había seguido sintiéndose un poco insegura con él, teniendo en cuenta todo lo que se había inventado al principio de su relación. Así que habían acordado tomárselo con calma, y conocerse realmente antes de comprometerse más.


Irónicamente, Pedro se había ido a vivir al apartamento de Paula, con estanterías con libros y gatos de cerámica. A él le había gustado su decoración hogareña, y además, había dicho que estaba cansado de su apartamento de soltero. Y lo había alquilado.


Después de seis meses de estar juntos prácticamente todo el tiempo que no estaban trabajando, Paula empezó a sentir que Pedro realmente la conocía, por dentro y por fuera. Y ella lo conocía a él. Por lo que cuando Pedro la había invitado a cenar y le había pedido que se casara con él, ella no había dudado, y le había dicho «sí» sin reservas.


Se habían casado en el Jazz Spot, la nueva aventura empresarial de Pedro. Él había encontrado un viejo almacén al otro lado de la ciudad y lo había reformado completamente para que pareciera un viejo club de jazz de los años cuarenta y cincuenta, y lo había decorado en estilo Art Decó, todo en blanco y negro.


Antes de inaugurarlo, lo habían decorado con globos y guirnaldas y habían celebrado su boda en el escenario vacío. Sus familiares y amigos habían compartido con ellos una cena, seguida de un baile que había durado hasta bien entrada la noche.


De aquello hacía casi un año, y no recordaba haber sido más feliz en su vida. Tenía un marido, un nuevo hogar, y una noticia importante que darle a Pedro.


La luz de la lámpara que iluminaba su lectura, reflejó el anillo de oro y diamantes que llevaba en la mano izquierda. Paula sonrió, y giró el anillo distraídamente, mientras pensaba en la sorpresa que se llevaría Pedro.


En ese mismo momento se abrió la puerta de la oficina, dejando entrar el ruido del piso de abajo hasta que la puerta quedó cerrada totalmente.


—Eh… —dijo él suavemente, sonriendo, al verla levantar la mirada—. No quiero interrumpir tu lectura.


Paula puso el señalador, dejó a un lado el libro y se incorporó.


—No importa. No podía concentrarme, de todos modos.


—¿Te molesta la música? —preguntó él, atravesando la habitación.


—No… —respondió Paula y le rodeó el cuello con los brazos—. Estaba pensando.


—¿En qué?


—En ti y en lo mucho que te amo.


—¿De verdad? —Pedro miró el libro por encima del hombro de Paula—. ¿Debería disculparme por separarte de Jane y el señor Rochester?


Paula sonrió cálidamente.


—¡Lo has leído por encima de mi hombro!


—Tengo que ponerme al tanto, con una mujer bibliotecaria… —bromeó—. Y para tu información, me gustó la historia. Ahora voy por la mitad de Cumbres borrascosas.


A ella le encantaba que Pedro se interesase por su profesión, una de sus mayores pasiones. Y lo hacía amarlo más aún.


—Me siento impresionada.


—Mmmm… —Pedro le besó el cuello—. ¿Es suficiente para que me arropes y me acuestes y me cuentes un cuento?


—¿Quieres que te lea antes de dormir? —preguntó Paula con sorpresa.


—No necesariamente. Estaba pensando que podrías inventar algo. Una historia traviesa y viciosa.


—Ah, quieres que juegue a Sheherazade.


—¿Las mil y una noches? —preguntó él, ansioso por su respuesta.


—Exacto. Todavía no estás listo para irte a casa, ¿verdad?


Pedro miró el reloj. Era más temprano de la hora habitual en que se marchaba las noches que había mucho trabajo, como aquélla.


—Me tengo que ocupar de algunas cosas todavía. Pero no tardaré mucho. No estás muy cansada como para esperarme, ¿no? Puedo llamar a un taxi, si lo estás. O llevarte a casa y volver.


—No, estoy bien —respondió Paula, agitando la cabeza y observándolo sentarse detrás del escritorio.


Sorprendentemente, se sentía genial para estar en el primer trimestre de embarazo. Tal vez por eso Pedro no se hubiera dado cuenta todavía de su estado.


Estaba deseosa de ver su reacción cuando se enterase de que iba a ser padre.


—Pedro… —le dijo Paula rodeando el escritorio y apoyando una cadera en él.


Estaba nerviosa, aunque sabía que él no se oponía a tener hijos. Ésa era una de las muchas cosas de las que habían hablado durante el tiempo que habían vivido juntos. Sólo que ella no sabía cómo se iba a sentir sabiendo que ella se había quedado embarazada tan pronto.


Pedro apoyó una mano en la rodilla de ella y empezó a acariciarla mientras esperaba que Paula continuase.


—Tengo una sorpresa, y espero que te guste.


Pedro sonrió.



—No habrás usado la tarjeta de crédito para comprar más muebles para la casa nueva, ¿no? Si sigues comprando cosas, no sé dónde las vamos a poner…


—No, no es nada de eso…


Aunque tendrían que hacer algunas compras, pensó Paula, si querían tener listo el dormitorio del niño cuando naciera.


Habían estado haciendo muchas compras para la casa de estilo Tudor, de dos plantas, que habían comprado.


Pedro se puso serio, y preguntó con ansiedad:
—Bien, ¿qué es?


Paula respiró profundamente. Luego sonrió y dijo:
—Estoy embarazada.


Pedro pestañeó.


—¿Cómo?


—Estoy embarazada. Vamos a tener un bebé.


—Eso es lo que me ha parecido oír. ¿Estás segura?


—Muy segura —le dijo ella, esperando aún su reacción—. Me he hecho una prueba de embarazo y he ido al médico. 
Ambas pruebas han resultado positivas. Estoy de seis semanas, y si no me dices pronto si estás contento o no, voy a ponerme a llorar.


Pasó un segundo, y entonces él la alzó en el aire y la besó con un amor y una pasión desconocidos para ella antes de conocer a Pedro.


Pedro le acarició el vientre.


—Estoy contento —murmuró—. Más contento que nunca. Un poco asustado por ser padre, pero feliz.


Ella lo miró a los ojos y sonrió.


—Serás un padre maravilloso —le aseguró—. Y tenemos ocho meses para aprender todo lo que tengamos que saber y para superar el miedo. Lucia y Marcos pueden ayudarnos, estoy segura.


Pedro puso los ojos en blanco.


—En ese caso, tengo problemas. Le he tomado mucho el pelo a Marcos cuando él estaba nervioso por la inminencia de su paternidad. ¡Cómo se reirá de mí cuando vea que puede vengarse!


—Quizás, si te ofreces a cuidar a Saul un par de veces, te perdone. Lucia y Marcos necesitan pasar algún rato solos…


—¿Cuidar a Saul, has dicho? ¿Vendrías conmigo para ayudarme?


—Por supuesto. Será bueno practicar un poco.


Pedro volvió a acariciar su vientre.


—Un bebé… —susurró—. No puedo creerlo… —la miró a los ojos—. Has hecho todos mis sueños realidad, Paula. No sé si lo sabes.


Los ojos de Paula se llenaron de lágrimas. No pudo reprimirlas.


—Oh, no. Creo que ésta es una de esas cosas que les pasa a las mujeres embarazadas… Me lo han advertido.


Ella le echó los brazos al cuello y se apretó contra él.


—Tú has hecho realidad todos mis sueños. Sueños que ni siquiera sabía que existían. Te amo, Pedro


—Yo también te amo, cariño —susurró él antes de besarla.


Cuando finalmente llegaron a casa aquella noche, y se fueron a la cama, fue Pedro el que le contó a ella una historia…


La historia de una tímida princesa y de un príncipe solitario que se encontraron, se enamoraron y vivieron felices y comieron perdices.



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