jueves, 12 de octubre de 2017
PLACER: CAPITULO 14
En un abrir y cerrar de ojos, había transcurrido ya una semana desde que Paula había llegado al rancho. Como Monica la estaba necesitando, había decidido quedarse más tiempo. Al menos, aquellos últimos días, habían pasado velozmente y sin ningún incidente.
Paula había comenzado a hacerse cargo de las tareas de la casa. Tenía tiempo suficiente para organizarse ya que una chica joven llamada Tamy Evans estaba cuidando de Teo, quien seguía feliz en el rancho. Gracias a la ayuda de Kathy en el trabajo y a las indicaciones de su madre, Paula estaba pudiendo realizar las tareas sin problemas.
Pedro y ella habían adquirido el hábito de evitarse mutuamente. Paula estaba contenta con aquel acuerdo tácito, porque las pocas veces que se habían cruzado en el vestíbulo y sus miradas habían coincidido, se había sentido confusa. Además era incapaz de descifrar la expresión del rostro de Pedro y sólo veía la rabia que sentía hacia ella.
Sabía que a Pedro no le agradaba su presencia, pero Paula no podía hacer nada para cambiar la situación. Se fue a la cocina y se puso a partir algunas frutas para el postre de la comida. No podía dejar de pensar que antes o después tendría que hablar con él, no sólo de la casa sino de una fiesta que tenía que dar.
Había oído algo sobre una barbacoa que Pedro quería dar para lograr apoyos en su carrera política. Paula suponía que hablaría con ella a su debido tiempo.
Mientras tanto ella se dividía entre las tareas de la casa, el cuidado de su madre y el de su hijo. Cada uno de aquellos trabajos hubieran completado una jornada laboral. Pero no era el momento de quejarse, había conseguido un arreglo perfecto. Y además del trabajo de la casa, Paula estaba consiguiendo cultivar una de sus aficiones, la jardinería.
Tenía muy buena mano para las plantas y disfrutaba mucho en aquel porche lleno de macetas con hojas de todos los colores.
La ventana de la cocina daba al porche. En aquel momento entraba una luz preciosa que iluminaba las plantas que con tanto mimo cuidaba. Paula se preguntó qué pensaría Pedro de aquel vergel y de las nuevas macetas que ella había puesto. Quizás ni se hubiera dado cuenta.
—Has hecho un gran trabajo en el porche.
Los latidos del corazón de Paula se aceleraron. ¿Acaso tenían telepatía? Se dio la vuelta y se encontró con la mirada de Pedro. Parecía que venía de haber estado montando a caballo y había sudado. Estaba despeinado y las líneas de su rostro se habían acentuado. Tenía los vaqueros y las botas cubiertas de polvo.
—¿Qué te ha pasado? —le soltó Paula.
—Art y yo hemos estado limpiando unas tierras.
—Habréis trabajado mucho.
—La verdad es que sí —contestó él.
—Pareces agotado.
—Lo estoy. Pero no hay nada que no se arregle con una buena ducha y con un té bien frío.
Paula instantáneamente se dirigió a la nevera por el té.
—No hace falta que me sirvas —dijo él.
—Ya sé que no hace falta, pero no me importa hacerlo —añadió ella tras tragar saliva.
Antes de que él pudiera decir nada, Paula le había servido un vaso y se lo estaba tendiendo.
Con cuidado de no tocarla, Pedro tomó el vaso y sin dejar de mirarla, se lo llevó a los labios y tomó un gran sorbo. Aquella mirada estaba cargada de pasión.
Paula quería apartar la vista, pero no podía. Estaba cautivada por el ardor en los ojos de Pedro, por aquel olor tan masculino. De repente se dio cuenta de que le sudaban las manos y de que tenía la boca seca.
Antes de que Pedro se pudiera dar cuenta de los efectos que tenía su presencia sobre ella, Paula se dio la vuelta y continuó cortando fruta.
En un segundo, el cuchillo se le resbaló y se cortó.
—¡Oh! —exclamó.
Pedro se acercó a ella, tomó su dedo y lo apretó hasta que dejó de salir sangre.
—Maldita sea, Paula —soltó Pedro.
—¿Por qué me gritas? —preguntó ella.
Al mirarlo se dio cuenta de que los labios de Pedro estaban muy cerca de los suyos. Y aquellos ojos negros desprendían fuego.
En aquel instante, Paula supo que Pedro quería besarla.
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