domingo, 23 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 15








Paula no había pensado que se emocionaría al volver a su casa, pero así fue. El césped estaba recién cortado y el jardín muy arreglado, y eso que solo pagaba al jardinero para que fuese dos veces al mes. Desde el exterior parecía no haber cambiado nada desde la mañana en la que había salido de allí por última vez.


Las luces estaban encendidas y, cuando dio al botón que abría la puerta del garaje fue como si no hubiese pasado el tiempo. Hasta sus chanclas seguían al lado de la puerta, donde las había dejado después de haber estado en la playa el fin de semana anterior.


Los tres últimos años desaparecieron y pensó que se iba a encontrar con su prometido al entrar en casa. Al abrir la puerta se le nubló ligeramente la vista. Olía un poco a rancio, y no a los ambientadores que ella siempre tenía enchufados.


Su casa no había cambiado en nada, pero ella sí, en muchos aspectos. Encendió el aire acondicionado y se quitó los zapatos del trabajo para ponerse las chanclas que había dejado al lado de la puerta del garaje. Luego volvió al coche a por los productos de limpieza y la cena de esa noche.


Solo necesitaba limpiar por encima, ya que su padre había estado mandando a un servicio de limpieza mientras había estado viviendo con él.


Recorrió la casa, que al principio le pareció que estaba demasiado en silencio, pero luego encendió la radio y su emisora musical favorita lo inundó todo de música y ella empezó a relajarse. Puso un ambientador en cada habitación y encendió los ventiladores del techo. Dejó su habitación para el final y al llegar a ella se detuvo en la puerta.


La cama estaba tapada con una sábana, como el resto de muebles de la casa.


Encima del tocador no había nada, ya que estaba todo en casa de su padre. Encendió la luz y entró, y su mirada se posó en la fotografía que tenía en la mesita de noche, en la que aparecía con sus padres.


Con los años, cada vez se parecía más a la mujer de la fotografía. Casi no se acordaba de su madre. Aquella guapa mujer que la tenía en su regazo era más una sensación, la sensación de un abrazo, que una persona de verdad.


Sonó el timbre y Paula se miró el reloj. Sin darse cuenta, había pasado más de una hora vagando por la casa.


Apretó el botón del intercomunicador mientras pensaba que tal vez no fuese buena idea. No estaba segura de querer compañía.


—¿Quién es?


Pedro.


—Ahora mismo bajo —le contestó.


—Tómate tu tiempo.


Paula bajó las escaleras corriendo y abrió la puerta principal. 


Allí estaba Pedrovestido de traje, pero sin corbata ni chaqueta. Tenía la camisa remangada, pero metida por los pantalones en la cintura.


—Hola —la saludó.


—Hola, entra —respondió ella.


Pedro cruzó el umbral de la puerta y le dio una botella de vino. Paula lo condujo hasta la cocina. Tenerlo allí la ponía nerviosa. Los encuentros que habían tenido hasta entonces no tenían ninguna importancia, había sido como salir con un amigo. Pero estar allí, completamente a solas con él, era diferente.


—Todavía no he empezado a cocinar.


—No importa. ¿Qué te parece si empiezo a quitar las sábanas de los muebles mientras tú preparas la cena?


—¿No te importa hacerlo?


—Para eso he venido. Y es un trabajo tan sencillo que no te necesito —le contestó él—. Tengo otra ropa en el coche, voy a por ella. ¿Dónde me puedo cambiar?


—En el baño que hay en el pasillo —le dijo Paula, señalando hacia la puerta que había junto a las escaleras.


—Ahora vuelvo.


Paula asintió y lo vio marchar. Pedro se giró y ella seguía mirándolo.


—¿Te gusta lo que ves?


Ella se negó a sentir vergüenza.


—Sí, me gusta.


Pedro tenía un buen trasero, pero cuando se giró de nuevo hacia ella, Paula se volvió enseguida hacia la nevera, sonriéndose a sí misma. Se sentía bien y hacía mucho tiempo que no tenía esa sensación.


Puso a hervir agua con sal y después salteó unos champiñones, hierbas aromáticas y un par de cebollas. Y volvió a olvidarse del tiempo mientras cocinaba.


Oyó cómo Pedro iba de habitación en habitación y se sintió reconfortada, cómoda. Hasta entonces, no se había dado cuenta de lo sola que había estado en la casa de su padre. Este tenía su vida y, aunque siempre había intentado dedicarle algo de tiempo, no habían podido cocinar ni cenar juntos por las noches.


Preparó una besamel y ralló queso y en cuanto la pasta estuvo cocida, mezcló todos los ingredientes y los puso a gratinar. Luego preparó su versión de la tarta de mousse de chocolate, cuya receta había encontrado en el libro de cocina de su madre.


Mezcló nata montada con chocolate fundido y luego lo puso sobre una base de galleta molida antes de meterlo en la nevera a enfriar.


Después programó el reloj y subió al piso de arriba a buscar a Pedro, que estaba en la salita de estar, delante del lugar en el que había estado la enorme televisión.


—¿Qué ha pasado aquí?


—Mi prometido. La tele la había comprado él. Supongo que se la llevó cuando rompimos.


—Qué cerdo —dijo Pedro.


—Yo casi no utilizo esta habitación —contestó ella, queriendo excusar a Benjamín, como había hecho siempre cuando estaban juntos—. A él le gustaba la
televisión y yo casi no la veo.


—Pero no era motivo para que se la llevase. No dice mucho de él, que te dejase cuando estabas tan mal.


—Supongo… que no —admitió ella.


Pedro se aclaró la garganta.


—Tienes una casa muy bonita —comentó.


—Gracias. A mí me gusta. Sé que es demasiado grande para una persona sola, pero siempre pensé que algún día tendría una familia. Y fue una buena inversión. La empresa de mi padre construyó esta fase, así que conseguí un buen precio.


—Hiciste bien —dijo Pedro, quitando la última sábana del sofá de piel y doblándola rápidamente.


La dejó encima del montón de sábanas que había hecho y se acercó de nuevo a Paula.


—Llevo todo el día esperando a hacer esto —le dijo, abrazándola e inclinando la cabeza.


—Yo también —susurró ella.


—Me alegro —le contestó antes de besarla.


Paula sintió su aliento caliente y se estremeció entre sus brazos. El sabor de Pedro hizo que se sintiese en casa.


Y a pesar de que la habitación olía a humedad y a ambientador, ella aspiró solo el aroma especiado de su aftershave. Él le acarició la espalda, y cuando levantó la cabeza y dejó de besarla, Paula lo abrazó por la cintura y apoyó la cara en su pecho, justo encima del corazón.


Pedro era un buen hombre, el tipo de hombre que siempre había querido tener a su lado y, teniéndolo en aquella casa tan grande entre las sombras de sus viejos sueños de futuro, deseó que sus vidas hubiesen ido por otro camino y que aquella hubiese sido su casa.








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