jueves, 20 de julio de 2017

NUEVO ROSTRO: CAPITULO 4





Paula fue en coche al club porque después había quedado con Abby para trasladar los flamencos, pero también porque no quería depender de Pedro para volver a casa aquella noche. El salón tenía la típica decoración texana, con mucha madera oscura y retratos de sus fundadores en las paredes.


Fue a la zona del bar y se pidió una copa de vino blanco mientras esperaba a Pedro. Odiaba estar sola en un lugar público, aunque hubiese estado toda la vida yendo al club. 


Se sentía expuesta por culpa del accidente.


Tenía la sensación de que todo el mundo la miraba y hablaba de ella a sus espaldas. Era consciente de que eran imaginaciones suyas, pero Royal era una ciudad pequeña, en la que todo se sabía, y Paula odiaba ser el centro de la atención. De joven, antes del accidente, había intentado hacer cosas temerarias para que la gente se fijase en ella, pero en esos momentos deseaba poder ser invisible.


—¿Paula?


Miró hacia el final de la barra y vio a su padre con uno de sus socios. Hernan formaba parte de la vieja guardia del club, y estaba intentando ser leal después del escándalo en el que había estado implicado Sebastian Hunter un par de años antes.


El desfalco de su amigo lo había pillado por sorpresa.


—Hola, papá —lo saludó, dándole un beso cuando se acercó.


Él le levantó la barbilla y Paula supo que estaba buscando la cicatriz que había tenido en la mejilla izquierda. Su padre había sido el primero en verla después del accidente ya que Benjamin, su prometido, no había tenido valor para hacerlo. Así que había sido Hernan quien había entrado en la habitación, le había dado la mano y le había dicho que seguía siendo su princesa.


—Preciosa —le dijo, dándole un beso en la frente.


Ella contuvo las lágrimas.


—Gracias, papá.


Hernan le dio un pañuelo y, luego, un abrazo. Paula enterró el rostro en su hombro, como había hecho de pequeña cuando estaba triste.


—¿Qué estás haciendo aquí, Paula? ¿Habíamos quedado a cenar y se me ha olvidado? —le preguntó él.


—La verdad es que no. He quedado con alguien —respondió ella.


No sabía cómo iba a tomarse su padre que fuese a cenar con Pedro, así que no dijo su nombre. Era evidente que Pedro había cambiado desde el instituto, pero, esa noche, quería vivir el cuento de hadas. Se sentía como la Bestia encerrada durante mucho tiempo. Y quería sentirse atractiva y disfrutar cenando con un hombre guapo.


Pedro y ella siempre habían hecho muy buena pareja.


—Me alegro. Quería que saliésemos a celebrar la última operación, pero ya sabes que tengo mucho trabajo.


Su madre había fallecido cuando Paula era niña y, desde entonces, se había quedado sola con su padre. Siempre celebraban las cosas a su manera y cuando podían. Y Paula estaba segura de que su padre la recompensaría.


—Ya lo sé.


Paula era consciente de lo mucho que trabajaba su padre. Era el propietario de una de las mayores empresas de construcción de Texas y viajaba mucho. Además, jugaba al póker en Midland todas las semanas y, dos veces al año, se iba de viaje, a pescar con sus amigos.


El camarero lo llamó y Hernan dudó.


—¿Quieres que me quede esperando contigo?


Paula le sonrió.


—No, estoy bien. Vete. Nos veremos mañana en el desayuno.


Él le dio un abrazo y se alejó. Paula se giró hacia la barra y dio un sorbo a su copa de vino. Y luego vio a Pedro, que acababa de llegar.


—Siento haberte hecho esperar —se disculpó—. Una cerveza, por favor —le pidió al camarero.


—Ahora mismo, señor.


—No pasa nada. He sido yo la que ha llegado antes de tiempo. Desde el accidente… conduzco más despacio —le dijo.


—Tienes que contarme todo lo que ocurrió, aunque ya me ha adelantado algo mamá —le contestó él—. Vamos a sentarnos en una mesa mientras nos llaman para pasar al comedor.


Ella asintió y Pedro la condujo hacia una de las pequeñas mesas que había en un rincón. Paula se sentó y esperó a que él hiciese lo mismo.


—Entonces, ¿qué ocurrió? Mamá me ha dicho que te quemaste —le dijo él.


Paula se encogió de hombros.


—Es la primera vez que alguien me pide que se lo cuente, como salió en las noticias.


—En Dallas, no.


—No sé qué decirte. Un camión me dio un golpe por detrás y fue horrible… todo el mundo dice que es un milagro que saliese viva.


Se quitó el anillo que llevaba en la mano derecha y empezó a jugar con él, luego se lo volvió a poner. No quería hablar del accidente. En realidad, casi no se acordaba de nada.


—Pues me alegro mucho de que tuvieses tanta suerte, Paula.


El camarero llegó con su cerveza. Paula lo estudió con la mirada mientras le daba un sorbo. No había cambiado nada desde el instituto. Sus rasgos habían madurado, pero estaba todavía más guapo que entonces.


Pedro arqueó una ceja y ella se ruborizó.


—Los años te han sentado bien —comentó, intentando encontrar las palabras para pedirle perdón por haber sido tan inmadura.


—No me puedo quejar. He trabajado mucho, pero me ha ido bien.


—Me has dicho que habías venido a Royal por trabajo.


—Eso es, voy a hacer un proyecto para ampliar y reformar el club.


Paula ladeó la cabeza y lo miró fijamente.


—¿Quién te lo ha encargado?


—Brad Price. Fuimos juntos a la universidad.


—¿Fuiste a Austin?


—Sí señora.


—Pensé que te querías marchar de Texas cuanto antes —le dijo ella.


—Pero cambié de planes. Me gradué con la mejor nota de la clase, así que me salía más barato estudiar en Texas.


—Ah, se me había olvidado que, además de ser guapo, eras muy listo.


—Eso no, la guapa siempre fuiste tú.


Paula se metió un mechón de pelo detrás de la oreja.


Ya no era la misma de antes.


—Por aquel entonces era un poco insoportable.


—De eso nada. Eras guapa y estabas muy segura de ti misma. Todos los chicos querían salir contigo.


—Pues ya no soy así. Y yo solo quería salir con uno.


—Y lo conseguiste. Fui tuyo. ¿Por qué has perdido la seguridad?


Paula se dio cuenta de que se sentía rara esa noche. Casi triste. No iba a decir en voz alta que ya no era guapa. No se lo iba a decir a Pedro, sobre todo, porque tal vez quisiese vengarse de ella por cómo lo había tratado en el pasado.


—Y a no soy tan superficial como entonces. Después del accidente, empecé a trabajar con niños en el hospital, en la unidad de quemados, y me di cuenta de que, en realidad, la belleza no tiene nada que ver con el físico.


—¿Y con qué tiene que ver entonces? —le preguntó él antes de darle otro sorbo a su cerveza.


—No puedo definirlo, pero sé que tiene que ver con el interior. Con la manera en que una persona se comporta con las demás.


Pedro sacudió la cabeza.


—Es verdad que has cambiado.


Antes de que a Paula le diese tiempo a contestarle, los llamaron para que pasasen al comedor. Se levantó y Pedro le puso la mano en la espalda para guiarla.


Era una mano grande y caliente y Paula se alegró de haberse encontrado con él. Estar en su compañía esa noche hacía que se diese cuenta de todo lo que se había estado perdiendo.






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