domingo, 2 de julio de 2017

PROMETIDA TEMPORAL: CAPITULO 2




Pedro se encaminó a la cocina, donde llegó justo a tiempo de ver como Paula rechazaba el fajo de billetes que le ofrecía Barney.


—No se preocupe, señor Barney.


—Sabes que lo necesitas para pagar el alquiler —le metió el dinero en el bolsillo del chaleco y le dio un abrazo—. Te vamos a echar de menos.


Todos los empleados del catering fueron despidiéndose de ella uno a uno, tras lo cual Paula se marchó hacia la salida.


Al ver el brillo de las lágrimas en sus ojos, Pedro sintió un extraño instinto de protección.


—Paula —le dijo—. Me gustaría hablar contigo un momento.


Ella se volvió y lo miró con sorpresa.


—Por supuesto, señor Alfonso —lo siguió al pasillo que conducía a la zona de despachos—. ¿Ocurre algo? —le preguntó después de unos segundos—. Espero que no piense que el señor Barney ha tenido la culpa de mi error. Me ha despedido, si eso le deja más tranquilo.


Vaya.


—No se trata de eso —le aseguró él—. Quería hablar contigo en privado.


Pedro abrió unas puertas con una discreta placa en la que se leía: Pedro Alfonso, Presidente. Servicio de mensajería Alfonsos e invitó a entrar a Paula. Encendió unas luces suaves en la zona de la oficina en la que había unos sofás y una mesita, dejando a oscuras el lugar donde se encontraban los escritorios.


—Siéntate. ¿Quieres beber algo?


Paula titubeó un momento antes de decir con una sonrisa:
—Supongo que debería decir «no, gracias», pero la verdad es que me vendría muy bien un poco de agua.


—Enseguida.


Pedro volvió con dos botellitas de agua y dos vasos con hielo y se sentó junto a ella en el sofá. Quizá fue un error sentarse tan cerca porque percibió cosas de ella que prefería no haber notado. Su suave aroma de cítricos que lo envolvió de un modo inexplicable, la cálida energía de su cuerpo. El brillo de su pelo bajo una luz que dejaba en penumbra sus ojos azules. La había llevado allí con la esperanza de que el ambiente de trabajo mitigara un poco su reacción ante ella, pero no tardó en comprobar que, a solas con ella, sus sensaciones eran aún más intensas.


Trató de controlarse y se obligó a concentrarse en el asunto que tenía entre manos.


—Siento mucho que te hayas quedado sin trabajo —le dijo—. Me parece excesivo que te hayan despedido por un simple accidente.


—Normalmente no trabajo con los clientes más importantes. Era la primera vez —hizo una mueca antes de añadir—: Y la última.


—¿No podrían simplemente pasarte a fiestas más pequeñas?


—Si le soy sincera, lo dudo mucho. La mujer que se encarga de esos clientes no me tiene mucho aprecio.


—¿Diferencia de caracteres?


La pregunta la hizo sentir incómoda.


—No exactamente.


Si iba a contratarla, necesitaba saber todo lo que pudiera de ella, sobre todo si tenía problemas con sus superiores.


—¿Entonces? —insistió Pedro.


—Su novio es uno de los camareros y…


—¿Y?


—Intentó ligar conmigo —confesó finalmente Paula.


—¿Tú lo invitaste a que lo hiciera?


Sorprendentemente, aquella pregunta no la ofendió. En lugar de ofenderse, se echó a reír.


—JD no necesita que lo inviten. Lo intenta con cualquiera que lleve faldas. Espero que Belen se dé cuenta pronto de lo cretino que es. Podría encontrar a alguien mucho mejor.


Pedro se quedó allí sentado un momento, completamente desconcertado.


—¿Estás más preocupada por tu jefa que por tu trabajo?


—Ya encontraré otro trabajo, aunque sea lavando platos —le explicó con sencillez—. Pero Belen es buena persona… cuando no está furiosa porque JD está coqueteando con las empleadas. Yo tuve la mala suerte de ser una de esas empleadas.


Era una manera muy interesante de ver la situación.


—¿Y ahora?


Por primera vez atisbó cierta preocupación en su mirada.


—Seguro que encuentro algo enseguida.


—He oído que Barney decía algo del alquiler.


La oyó suspirar con evidente cansancio.


—Voy con un poco de retraso, pero creo que podré arreglarlo con el dinero que me ha dado por haber trabajado esta noche.


—Pero necesitas otro empleo.


Paula lo miró ladeando la cabeza.


—¿Tiene algún puesto vacante?


Pedro le gustó que fuera tan directa; sin falsa timidez. No abrió los ojos de par en par, no fingió, ni le lanzó una mirada que pudiera tener connotaciones sexuales. Simplemente le hizo una pregunta franca y sincera.


—Puede que tenga un trabajo para ti, sí —admitió con cautela—. Pero necesitaría hacerte algunas preguntas. ¿Te importa?


Ahí sí la vio dudar antes de negar con la cabeza.


—No, no me importa.


—Muy bien —no estaría tan bien si estaba ocultando algo. Pedro no soportaría que otra mujer la engañara con su falsa inocencia y después resultara estar llena de avaricia. No quería volver a tener nada que ver con una mujer así—. ¿Cuál es tu nombre completo?


—Paula Chaves.


Aunque no se lo había preguntado, le proporcionó también su número de la seguridad social y su fecha de nacimiento. Pedro sacó el teléfono y le mandó los datos a Julio, un abogado que había trabajado con su hermano. Se lo habría pedido a Lucas, pero habría tenido que enfrentarse a sus preguntas cuando presentara a Paula como su novia.


Sería mejor hacerlo al margen de la familia.


—¿Alguna vez te han detenido? —siguió preguntándole.


Ella meneó la cabeza de inmediato.


—No, nunca.


—¿Consumes algún tipo de droga?


Eso despertó su indignación por un momento, pero después respondió con calma.


—Jamás lo he hecho. Me han hecho análisis de drogas para algunos trabajos, incluyendo el último y no tengo ningún problema en someterme a uno ahora mismo si es necesario.


—¿Algún problema financiero?


La indignación dejó paso al sentido del humor.


—¿Aparte de que apenas llego a fin de mes? No.


—¿Problemas de salud?


—Ninguno.


—¿Experiencia laboral?


—¿De cuánto tiempo dispone? —preguntó, riéndose.


Pedro la observó con curiosidad.


—¿Tantos trabajos has tenido?


—Es una lista larga y variada.


—¿Por algún motivo?


Volvió a titubear, pero no parecía buscar evasivas, simplemente pensaba.


—He estado buscando.


—¿El trabajo perfecto en el lugar perfecto?


—Exacto —parecía contenta de que lo hubiese comprendido tan rápido.


—Me temo que yo no puedo prometerte eso, pero puede que tenga algo temporal.


Por algún motivo, parecía aliviada de que fuera así.


—Me parece bien. En realidad lo prefiero.


—¿No tienes pensado quedarte mucho tiempo en San Francisco? —Pedro hizo como si no fuera una pregunta importante, pero lo cierto era que, a pesar de lo atractiva que la encontraba, le sería más fácil proponerle aquel plan si sabía que se iría después de unos meses.


—No lo sé. Lo cierto es que estoy buscando a alguien y creo que es posible que esté aquí.


—¿Un hombre? —adivinó y eso no era nada bueno para su proyecto—. ¿Un antiguo novio?


—No. Nada de eso.


—¿Quién es entonces? —insistió.


—Si me disculpa, no creo que eso sea asunto suyo, señor Alfonso —le dijo con suavidad—. Pero puedo asegurarle que no repercutirá en el trabajo que vaya a ofrecerme.


Pedro decidió dejarlo estar. Al menos por el momento.


—Muy bien.


En ese momento le vibró el teléfono. Julio había respondido en un tiempo récord, lo que seguramente quería decir que Paula Chaves no tenía mucho que investigar. El mensaje solo decía: Limpia, pero adjuntaba un correo electrónico en el que encontraría más detalles. Pedro se disculpó un momento para ir al ordenador a ver el correo, en el que no encontró nada fuera de lo normal, aparte de una larga lista de trabajos de lo más variados. Algo bastante impresionante para una persona de solo veinticinco años.


—¿Sigue dispuesto a ofrecerme trabajo? —le preguntó ella en cuanto volvió.


Era la primera vez que se mostraba nerviosa y Pedro no tardó en adivinar el motivo.


—¿Cuánto retraso llevas con el alquiler?


Paula se llevó la mano al bolsillo del chaleco.


—Como le he dicho, podré solucionarlo con esto.


—Pero no te quedará nada para pagar las facturas o comprar comida, ¿verdad?


Se limitó a encogerse de hombros, una respuesta que no dejaba lugar a dudas.


Pedro se detuvo a analizar las opciones que tenía, que no eran muchas. O le proponía lo que se le había ocurrido a Ramiro, o se olvidaba de todo. Aún podría encontrarle otro trabajo, de eso no tenía la menor duda. La cuestión era qué trabajo.


En cualquier otro momento habría escogido la segunda opción, pero, lamentablemente, lo cierto era que no sabía cuánto tiempo podría aguantar que su familia siguiese presentándole mujeres. Había llegado a un punto en el que tal comportamiento no solo entorpecía su vida privada, también interfería en el trabajo; no podía dar un paso sin encontrarse con alguno de sus numerosos parientes y, por alguna razón, siempre iban acompañados de una mujer joven y soltera.


Necesitaba poner fin a todo aquello cuanto antes.


Pero antes de que pudiera decir nada, Paula se puso en pie.


—Señor Alfonso, no parece muy seguro —le dijo, sonriendo—. Voy a hacérselo más fácil. Se lo agradezco mucho, pero no es la primera vez que estoy un poco justa de dinero. Soy como los gatos; de una manera u otra, siempre caigo de pie.


—Siéntate, Paula —suavizó la orden con una sonrisa—. No dudo si ofrecerte trabajo o no, lo que dudo es qué trabajo ofrecerte.


Eso la hizo parpadear.


—Ah. Bueno… puedo hacer cualquier trabajo de oficina. Recepcionista, secretaria o ayudante, administrativo.


—¿Y qué le parece el trabajo de hacer de mi prometida? —Pedro cruzó los brazos sobre el pecho y enarcó una ceja—. ¿Cree que podría hacerlo?








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