lunes, 28 de agosto de 2017

NECESITO UN MEDICO: CAPITULO 18




Al día siguiente, Paula pidió la llave al agente inmobiliario que llevaba la casa de Emerson y fueron todos a verla. Las casas eran más pequeñas en aquella parte del pueblo, pero el barrio no estaba mal. Paula tenía esperanzas de que, una vez arreglada, la casa quedaría tan bien como las demás de la zona.


Pedro, sin embargo, no parecía muy convencido.


—Hay una mancha en el techo —dijo, y su voz resonó en la habitación vacía y pintada a medias, llena de escaleras, latas de pintura y trapos manchados.


—¿Qué? —preguntó ella.


—Una mancha en el techo.


Paula miró el punto que señalaba.


—Parecer ser que las tuberías del baño se han roto un par de veces, pero dicen que ya están arregladas y ahora sólo tienen que reparar los daños.


El médico miró a su alrededor.


—Parece pequeña.


—Bueno, comparada con la suya, supongo que sí. Pero para nosotros está bien. Aquí abajo hay dos habitaciones y un porche cerrado, además de la cocina; y arriba hay tres dormitorios y un baño.


Pedro miró la estancia vacía.


—¿Los muebles están en un almacén?


Paula se ruborizó.


—Hay una mesa de cocina y sillas y algunas camas arriba. Podemos vivir un tiempo sin muebles en la sala...


Algo chocó encima de ellos y el techo tembló. Karen gritó y el médico salió corriendo y subió las escaleras de dos en dos.


Paula sacó a Ana del cochecito y lo siguió con el corazón en la boca.


—No pasa nada —dijo Pedro cuando la vio—. Se ha caído una escalera —miró a los niños con el ceño fruncido—. Aunque no creo que haya sido sola — su voz era más severa que de costumbre y Noah retrocedió hasta llegar al lado de su madre.


Karen, siempre servicial, señaló a su hermano.


—Ha intentado subir y se ha caído.


—Sí, eso suponía —Pedro dio un paso hacia Noah, que se pegó con fuerza a su madre.


—Ha sido un accidente —dijo con voz temblorosa—. Yo no quería. Por... por favor, no te enfades.


Pedro miró un instante a Paula y se acuclilló delante de él.


—No estoy enfadado —dijo con gentileza—. Simplemente no quiero que juegues con algo que puede hacerte daño.


—Pero tú eres médico. Puedes curar a la gente que se hace daño.


La mirada de Pedro se ensombreció.


—No siempre. Soy médico, pero no mago. Y por eso siempre es mejor evitar los daños que curarlos —se levantó y le puso una mano en el pelo—. Pero no importa lo que te diga o cómo lo diga, nunca debes tener miedo de mí, ¿vale?


Noah esperó un segundo y asintió con la cabeza. Miró a su madre.


—¿Puedo ir a jugar con Karen?


—Claro que sí —esperó a que se alejaran y miró al médico—. Gracias —dijo—. Tiene que aprender que hay una diferencia entre ser fuerte y ser malo.


Sus miradas se encontraron y él tragó saliva y pasó a la habitación contigua, donde empezó a golpear las paredes con los nudillos con expresión seria. Paula se echo a reír.


—¿Qué te hace tanta gracia? —preguntó él.


—¿Sabe lo que está buscando?


Pedro frunció el ceño. Los niños bajaron en ese momento corriendo las escaleras y salió al rellano.


—Los escalones pueden ser peligrosos — comentó—. Sobre todo cuando Ana empiece a andar.


—Para eso hay puertas de bebés.


—No siempre funcionan. Hay niños que saltan por encima.


—¡Vamos, doctor Alfonso! —empezó a bajar con exasperación—. ¿Nunca le han dicho que es un agorero?


Pedro la siguió de mala gana.


—¿Cuánto dices que piden?


Paula se lo dijo.


—¿Y seguro que estará lista para Año Nuevo?


—Me han dicho que sí. Y hablando de fiestas... —respiró hondo—. Quería preguntarle si puedo prepararle la cena de Acción de Gracias como un modo de darle las gracias por lo que ha hecho por los niños y por mí.


Pedro la miró de un modo raro.


—¿Tiene algo en contra de Acción de Gracias? —preguntó ella.


—No, no, es sólo que hace tiempo que no... —se frotó un segundo la parte de atrás del cuello—. Y no quiero que te molestes. Ese tipo de fiestas suelen ser muy atareadas para mí. Accidentes en la cocina, comida en mal estado, indigestiones... —hizo una mueca—. Curar a los heridos después de una discusión familiar.


Paula se echó a reír.


—Vale, vale. Pero también quiero hacerlo por los niños —miró a Ana, que intentaba meterse el puño en la boca—. Hace mucho que no celebran nada.


—De acuerdo —repuso él—, pero no puedes contar con que yo no tenga que salir.


—Lo sé. Hay una cosa más.


—¿Cuál?


—Ya que soy yo la que cocina, ¿le importa que invite a otras personas, como Mildred o Ines?


—Invita a quien quieras.


—¿A sus hermanos también?


Pedro frunció el ceño.


—Mis hermanos y yo no hemos celebrado nada juntos desde hace diez años.


—Pues ya va siendo hora —se acercó al cochecito—. Usted invite a Hector y yo invitaré a Mario cuando vayamos el sábado al rancho.


El médico apenas le dirigió la palabra durante el camino de vuelta a la casa.



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