martes, 9 de mayo de 2017

PEQUEÑOS MILAGROS: CAPITULO 8




—Andrea, soy…


—¡Pedro! ¿Estás bien?


Él pestañeó, sorprendido por su preocupación.


—Sí —mintió—, estoy bien. Mira, necesito que me hagas un
favor.


—Por supuesto —le dijo, y añadió—: ¿Cómo van las cosas?


—No estoy seguro —dijo él—. Necesito tiempo para descubrirlo. ¿Puedes anular todas las citas que tenga durante las dos próximas semanas?


—Ya lo he hecho —dijo ella, sorprendiéndolo una vez más—. Bueno, he cambiado las que he podido. Todavía estoy esperando a que Yashimoto se ponga en contacto conmigo.


«Maldita sea», pensó él. Se había olvidado de Yashimoto.


Se suponía que tenía que ir a Tokio, desde Nueva York, para
firmar un contrato.


—A lo mejor…


Pedro, hablaré con él. No hay problema. Puede tratar con
Stephen.


—No. Samuel no sabe todos los detalles. Diles a los dos que me llamen.


—¿Pedro?


Al oír la advertencia de Pau se volvió y la encontró en la puerta con una taza de té en la mano. Lo estaba mirando fijamente.


—Nada de llamadas —le recordó en tono helador.


Él hizo una mueca de frustración y le dio la espalda de nuevo.


—Está bien. Olvida eso, habla con él y deja que Santiago se
encargue de todo. Yo tengo que… Bueno, hay algunas…


—¿Normas? —preguntó Andrea.


—Dos semanas. Sin trabajo ni distracciones.


—Bueno, ¡aleluya! Creo que tu esposa me va a caer bien. Sólo espero tener la oportunidad de conocerla. No lo estropees, Pedro


Cielos, ¿qué le había pasado? ¡Se suponía que debía estar de su parte!


—Haré lo posible —murmuró él—. Mira, sé que va contra las
normas, pero si hay un problema serio…


—Si hay un problema serio, te llamaré, por supuesto. Dame el número de teléfono de tu esposa.


—¿Qué?


—Ya lo has oído. La llamaré a ella.


—No es necesario que la molestes.


—No, supongo que no, pero prefiero que ella sepa por qué
quebranto las normas.


Él maldijo, se disculpó y le entregó el teléfono a Paula.


—Quiere tu número de teléfono por si hay una emergencia.


—Bien —dijo ella, agarró el teléfono y salió de la habitación,
cerrando la puerta con el pie.


Él maldijo de nuevo, se pasó la mano por el cabello y oyó que una de las pequeñas lloraba en su habitación.


Sus hijas. De eso se trataba todo aquello. Se dirigió al dormitorio de las niñas y tomó en brazos a la que estaba despierta.


—¿Tú eres Eva? —preguntó en voz alta.


La pequeña se volvió y miró hacia la otra cuna.


—¿Ana?


Ella se volvió de nuevo y sonrió, agarrándole la oreja. Él la retiró un poco y tomó aire. Hmm. Tenía un problema que no sabía cómo solucionar. Esperaba que Pau no tardara demasiado.


—¿Pedro?


—Estoy aquí —dijo él, mientras sacaba a Ana de la habitación— ¿Ya estás satisfecha?


—Mmm. Parece simpática. Le he dado mi teléfono y otros datos de contacto, por si acaso.


—¿Por si acaso qué? ¿Que se incendie la oficina?


—Eso no tendría sentido. ¿Qué ibas a hacer? ¿Escupir desde aquí? ¿Has despertado a Ana?


—No, estaba despierta. Ella… Um, te necesita.


Paula se rió y tomó a la niña en brazos. La besó en el cuello y dijo:
—Hola, monstruito. ¿Papá es un cobarde?


Comenzó a hacer ruidos y la pequeña se rió.


—Por supuesto, parte del proceso para conseguir el vínculo
afectivo es aprender a cambiar pañales —le dijo ella, y al ver la expresión de su rostro, añadió—: Está bien, te dejaré que
practiques con uno menos poderoso —sonrió, y se contuvo para no reírse al ver que él se sentía aliviado.


Pedro se quedó en la puerta y, desde la distancia, observó cómo Paula cambiaba a Ana. Después, ella le entregó de nuevo a la pequeña y se lavó las manos. Momentos más tarde, sacó a Eva de la cuna e hizo lo mismo con ella. 


Cuando terminó, echó el pañal en un cubo.


—¿Son pañales de tela? —preguntó él.


Ella se volvió y arqueó una ceja.


—No te asustes.


—No lo estoy. Sólo un poco sorprendido. No sé… No pensaba que… Bueno, tendrás que lavar tanto… Podrías emplear pañales desechables.


—Mmm. Ocho millones de pañales al día acaban en los
vertederos.


—¿Ocho millones? ¡Madre mía!


—Sólo en este país. Y no son biodegradables, así que
permanecen ahí durante años. Prefiero lavarlos y secarlos en la estufa. Es más fácil, más barato y mejor. Y no están hechos de algodón, sino de bambú. Son muy suaves. Bueno, Eva, ¡ya estás lista!


—¿Cómo diablos te ocupas de las dos cuando estás sola? — preguntó él.


Ella sonrió y se encogió de hombros.


—Se aprenden trucos —dijo ella—. Primero te ocupas de la más necesitada, mientras la otra espera. Normalmente, Ana es la que espera, porque Eva tiene menos aguante.


—¿Así que ya ha aprendido a manipularte? —dijo él con voz de asombro.


Ella soltó una carcajada.


—Por supuesto —lo miró muy seria—. Se parece a ti.


Él la miró dubitativo.


—No estoy seguro de que eso sea un cumplido.


Paula se rió.


—No lo es. Pero los bebés son sorprendentes. Son grandes
supervivientes, y no tardan mucho en encontrar su lugar en la jerarquía. Te tendrán calado en muy poco tiempo, ya verás. Bueno, pequeñas, es hora de desayunar. Ahora toman cereales con fruta. Se pringan todas. Luego dejaré que las limpies.


Él la miró aterrorizado y ella estuvo a punto de reírse.


Pero entonces recordó que cualquier padre normal habría sabido lo que desayunaban sus hijas, cómo cambiar un pañal y cómo los niños eran capaces de manipular a sus padres.


Sin embargo, Pedro no había tenido la oportunidad de aprenderlo, y había sido por su culpa.


Volviéndose para que él no viera que tenía el ceño fruncido, se dirigió al piso inferior con Eva en brazos.


Él la siguió con Ana. Y con suerte, Paula conseguiría dar de
desayunar a sus hijas sin que se le cayera la baba al ver a Pedro en albornoz, consciente de que no llevaba nada de ropa debajo.


Además, eso no debía interesarla, al menos hasta que hubieran encontrado la manera de recuperar la relación.


Por lo menos, él había llamado a su secretaria, tal y como ella le había pedido.


Andrea parecía una mujer sensata, simpática y decente, y parecía estar de su lado. Ella estaba dispuesta a conocerla, pero todavía no.


Tenían que suceder muchas cosas antes de llegar a ese punto.


—Bueno, pequeñas, ¿queréis desayunar?





No hay comentarios.:

Publicar un comentario