lunes, 17 de abril de 2017

MI MAYOR REGALO: CAPITULO 25




El sonido del teléfono sacó a Paula de un maravilloso sueño.., un sueño en el que Pedro y ella estaban felizmente casados. Al alargar la mano hacia la mesita de noche golpeó sin querer el despertador. Tras descolgar el auricular, contestó y miró hacia el otro lado de la cama.


Vacío. Pedro había desaparecido. Agotada tras la fiesta de
recaudación de fondos y una sesión de amor plenamente
satisfactoria, Paula se había quedado dormida como un tronco, y ni siquiera notó que Pedro hubiese salido de la cama.


— ¿Paula? ¿Estás ahí? —preguntó Sofia.


—Eh? Oh, lo siento. Sí, estoy aquí.


— ¿Sigue Pedro ahí contigo?


— ¿Qué? ¿Cómo has sabido que...?


—Las noticias se difunden muy deprisa —contestó Sofia—. ¿Está Pedro ahí?


—No lo sé. Puede que esté abajo.


—He pensado que debéis saberlo. La señora Brown ha ido diciendo por ahí que os sorprendió besándoos.


—Oh, cielos, me lo temía.


—Bueno, la señora Brown estaba encantada. Está segura de que pronto sonarán campanas de boda. Opina que Pedro y tú hacéis una pareja perfecta. Pero me temo que no todo el mundo está de acuerdo.


Paula se deslizó hacia el borde de la cama, se coló las zapatillas y se levantó.


— ¿Cómo es posible que se haya corrido la voz tan deprisa? La señora Brown nos vio ayer por la tarde.


—Eso no es lo peor —Sofia exhaló un suspiro.


— ¿A qué te refieres?


—Al parecer, han visto el Lexus de Pedro aparcado en el patio de tu casa, y todos saben que ha pasado la noche contigo. Eso, unido al relato de la señora Brown, ha hecho que los rumores corran como la pólvora por el pueblo. Hoy ya he recibido cuatro llamadas telefónicas, y son sólo las ocho.


—Maldición ¿Por qué se meterá la gente en los asuntos de los demás?


—He creído que debía avisaros. Así estaréis preparados para lo peor.


La puerta del dormitorio se abrió de pronto, y Pedro entró con dos tazas de cerámica.


— ¿Quién es? —preguntó mientras se acercaba a Paula.


Ella tapó el auricular con la mano y dijo:
—Sofia. Quería avisarnos de los cotilleos que corren por el pueblo. Parece ser que la señora Brown ha contado a todo el mundo que nos vio juntos ayer. Y alguien vio tu Lexus aparcado en el patio en plena noche.


Pedro le pasó a Paula una taza de chocolate caliente y luego le quitó el auricular de la mano.


—Sofia, soy Pedro.


—Mira, Paula y tú debéis saber que en el pueblo se han formado dos bandos... con opiniones contrarias sobre vuestra relación. Algunos se muestran encantados de que seáis pareja. A otros les es candaliza que hayáis ido tan deprisa, estando aún reciente la muerte de Leonel.


—A Paula y a mí no nos importa lo que piensen los demás. Pero puedes decirle a quien te pregunte que vamos a casarnos lo antes posible.


— ¿Qué? —gritó Sofia.


— ¿Qué... qué has dicho? —murmuró Paula, mirando a Pedro con los ojos abiertos de par en par.


—Paula te llamará más tarde —le dijo Pedro a Sofia, y luego colgó.


— ¿Pedro? —Paula soltó la taza en la mesita de noche—. ¿Qué has querido decir con eso de que vamos a casarnos lo antes posible?


El soltó su taza junto a la de ella, y a continuación la agarró por los hombros con ternura.


—Lo he pensado mucho, cariño. Y es lo mejor. Estás embarazada de mí, y el niño necesita un padre. Reconozco que me da miedo la idea de intentar ser un buen padre y un buen marido, pero no se me ocurre otra solución. Es mi deber ocupar el lugar de Leonel. Naturalmente, tendrías que venirte conmigo a Alexandria cuando regrese al FBI.


Paula lo miró fijamente mientras hablaba. Las palabras que más resonaban en su mente eran «lo mejor», «solución» y «deber». Pero no había mencionado la palabra «amor». Pedro le estaba ofreciendo aquello con lo que ella había soñado... el matrimonio. Pero en sus sueños Pedro la amaba.


Paula se retiró de él. Pedro la miró inquisitivamente.


—Quiero que te vayas —dijo ella con voz serena y controlada. El se limitó a seguir mirándola con ojos interrogantes—. No quiero que te cases conmigo porque no encuentres otra solución. Porque creas que es lo correcto —poco a poco, fue alzando la voz—. ¡No quiero que me hagas favores! ¡No tienes que sacrificar tu bendita soltería por mí y por mi hijo!


—Paula, cariño, no te disgustes —Pedro alargó la mano, pero ella la rehuyó—. Creía que deseabas casarte, y...


—Márchate —le gritó Paula.


— ¿Paula?


—Maldita sea, Pedro Alfonso, desaparece de mi vista ahora mismo! — lo miró con la mandíbula tensa y los dientes apretados.


—Está bien. Cálmate. Me iré y te daré tiempo para que te lo pienses —Pedro se dirigió presuroso hacia la puerta. Luego se detuvo—. Sólo trato de hacer lo mejor para los dos.


Paula agarró una figurilla de cristal de la mesita de noche y se la arrojó a la cabeza. Fallando por muy poco, la figurilla se hizo añicos contra el marco de la puerta y cayó al suelo.


Pedro salió rápidamente. Paula se derrumbó en la cama, apretó los puños y golpeó con furia las almohadas.


¡Maldito fuera! ¿Cómo se atrevía a proponerle matrimonio de una manera tan fría y calculada? Deber. Responsabilidad. Lo correcto. Al diablo con todos aquellos nobles sentimientos. 


Ella los hubiera intercambiado gustosamente por una única palabra. Amor.


Necesitaba hablar con alguien que la ayudara a decidir qué hacer.


¿Tenía derecho a rechazar la oferta de Pedro y privar a su hijo de un padre?


Paula descolgó el auricular del teléfono, marcó un número y esperó.


— ¿Sí? —respondió una voz de hombre.


—Reverendo Swan, soy Paula Chaves. Necesito hablar con usted enseguida. ¿Puedo ir de aquí a una hora?


—Por supuesto que sí, Paula. Ven.


Tras darse un baño, Paula se vistió rápidamente, bajó a echarles de comer a los animales y dejó salir a los perros unos minutos. Al entrar en la cocina oyó el retumbo de un trueno. Estupendo. Iba a llover. Se acercó al frigorífico para sacar una botella de leche y reparó en la nota prendida en la puerta.


—Les he echado de comer a los perros y a los gatos —leyó en voz alta—. Tenemos que hablar esta misma noche. Te llevaré a cenar fuera. Pedro.


Paula arrugó la nota y la arrojó al cubo de la basura. Tras ponerse el abrigo, se dirigió al coche. De pronto, el cielo pareció abrirse, descargando una lluvia torrencial.


Paula condujo despacio, tomando precauciones extra, pues la carretera estaba resbaladiza y la visión era casi nula. Al llegar a un cruce, vio que un coche se acercaba por la izquierda a gran velocidad.


El conductor no aminoró la marcha. Paula comprendió lo que iba a ocurrir, sabiendo que no podría hacer nada para impedirlo. El descontrolado vehículo golpeó de lleno el costado del coche de Paula con una fuerza mortífera. El air bag se activó. Ella gritó. Y e pronto todo se volvió negro









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