miércoles, 29 de marzo de 2017

SUS TERMINOS: CAPITULO 15





La mujer, asombrosamente bella, sonrió. En sus mejillas se formaron dos hoyuelos.


—Tú eres Paula, ¿verdad? Me encanta tu nombre… pero me gusta todavía más tu vestido. Es maravilloso…


A continuación, murmuró algo en francés que Paula no entendió.


—Lo siento, pero ¿quién eres tú? 


Al escuchar su carcajada vibrante y alegre, llena de energía, Paula supo de quién se trataba. Tenía los mismos ojos marrones y las mismas motas doradas de su hermano.


—Ah, discúlpame; a veces olvido que no todo el mundo me conoce. Soy Alejandra, la hermana de Pedro—declaró, estrechándole la mano—. Pero la gente me suele llamar Ale…


—Cuando no la llaman cosas peores, claro —intervino Gabe.


—No le hagas caso, Paula. Haz como si no existiera; yo lo hago desde hace años.


Gabe se acercó a Ale y le dijo algo al oído. Ella se ruborizó levemente, giró la cabeza hacia él, entrecerró los ojos y le contestó en voz baja. Por la forma en que se miraban, Paula supo que eran amantes. Gabe se alejó un momento y Paula dijo:
Pedro me había dicho que entre vosotros no había nada…


Ale se ruborizó un poco más, pero sonrió.


—¿Entre nosotros? No, no hay nada en absoluto —mintió—. Nos conocemos desde que éramos niños. Gabe lleva toda una vida viniendo en mi rescate cuando él cree que me he metido en una situación inapropiada.


Paula asintió.


—Hum. Ya veo.


Ale la miró con malicia.


—Creo que tú y yo nos vamos a llevar muy bien. Necesitaba una compañera de delitos…


Gabe regresó con un plato de canapés.


—¿Ya te está reclutando para su campaña de terror, Paula? Espero que tengas un buen abogado.


Ale le dio un codazo tan fuerte que a Gabe se le cayó el canapé que tenía en la mano.


—Sólo necesitaríamos un abogado para que emitiera una orden de alejamiento contra ti —replicó.


Pedro apareció entonces. Pasó un brazo alrededor de la cintura de Paula, la besó en la frente y le robó un canapé a su amigo.


—Ah, ya os estáis peleando… Nadie diría que han estado ocho años sin verse, ¿verdad?


Gabe apartó el plato de Pedro.


—Eh, búscate tu propia comida. El bufé está al fondo.


Paula sonrió al observar a los dos amigos. Era obvio que se llevaban muy bien. Y se alegró de haberse puesto unos zapatos de tacón alto; sin ellos, se habría sentido ridículamente pequeña entre tres gigantes como Pedro, Gabe y la propia Ale.


La fiesta estaba resultando tan divertida que sus preocupaciones casi habían desaparecido. Todo era encantador y bastante normal, excepción hecha de la mansión del siglo XVIII, tan grande que probablemente podría haber alojado a la mitad de la población del lugar.


Mientras Gabe y Ale se enzarzaban en otra discusión, Pedro inclinó la cabeza sobre Paula y sonrió con humor.


—¿Cómo te va, Chaves? ¿Sobrevives?


Ella lo miró y le dedicó una sonrisa muy distinta, perfecta para que Pedro se arrepintiera de haber decretado un descanso amoroso de dos semanas. Por fortuna para ambos, ya habían transcurrido ocho días, dos horas y treinta minutos.


—Más o menos. Pero tengo intención de hablar con tu hermana para que me cuente todas las historias embarazosas de tu infancia.


—¿De mi infancia? Te deseo buena suerte. Fui un niño modélico.


Ale dejó de hablar con Gabe e intervino.


—Me temo que tiene razón —dijo.


—De ti no se podría decir lo mismo…


Ale hizo caso omiso del comentario de Gabe.


—Sin embargo, te puedo enseñar un montón de fotografías comprometedoras.


La cara de Paula se iluminó.


—Me encantaría… ¿A qué esperamos?


Pedro soltó a Paula a regañadientes y permitió que se marchara con su hermana. Lo de las fotografías no le gustaba demasiado, pero le agradó que Ale y ella se hubieran hecho buenas migas. Quería que disfrutara de la fiesta y que olvidara sus preocupaciones. Si todo salía bien aquella noche, tal vez tuvieran algún futuro.


Frunció el ceño, bajó la mirada y pegó una patada al canapé que se le había caído a Gabe. Su amigo suspiró.


—Si sigues haciendo eso, vas a manchar toda la moqueta.


—Y si tú sigues siendo tan repipi, te convertirás en toda una mujerona —replicó.


—Ten cuidado con lo que dices, niño rico.


Pedro no le hizo ningún caso.


—¿Dónde has dicho que estaba la comida? Si es que has dejado algo, claro…


—Tenemos que quedar en Dublín alguna vez. 


Paula sonrió mientras Ale la llevaba por una escalera enorme que parecía interminable.


—Me gustaría mucho.


Paula fue sincera. Sospechaba que Ale encajaría a la perfección entre su grupo de mosqueteras. Pero en lugar de alegrarse por haber hecho una amiga, se entristeció; aunque todo estaba saliendo bien, seguía pensando que su relación con Pedro era imposible. Y si finalmente se separaban, sería mejor que mantuviera las distancias con su hermana.


—Así podrías llevarme a la tienda donde te compraste ese vestido. Es vintage, ¿verdad? —le preguntó.


Paula asintió y bajó la mirada un momento. Le había costado un dineral, pero era tan bonito que había merecido la pena. Además, se sentía tan segura con él que no se encontraba fuera de lugar entre tantos miembros de la élite.


—Sí, en efecto.


—Pues te queda precioso.


Ale se detuvo entonces y le enseñó una de las fotografías de la pared.


—Mira, Pedro cuando tenía unos meses.


Paula rió.


—Vaya, sí que es una fotografía embarazosa…


—Tenía una cara ridículamente angelical. Casi todas las fotografías informales están en esta pared… viene a ser nuestra galería familiar. Las más serias se encuentran en la biblioteca —explicó.


Paula se alejó de Ale y contempló las imágenes con la sensación creciente de estar entrando en un mundo mágico en el que siempre sería una extraña. Había fotografías de Pedro, de su hermana y de su padre, casi todas sacadas en la mansión.


Ale la observó con detenimiento. Segundos después, extendió un brazo y dijo:
—Mira, éste es Pedro cuando tenía ocho años. Y aquí lo tienes cuando cumplió los veinte… fue el primer año en que corrió la maratón de Dublín; de hecho, la corre casi todos los años. No te puedes imaginar lo difícil que es seguir sus pasos. Hasta ha creado un fondo para ayudar a los niños con leucemia.


—¿Un fondo? No lo sabía.


Paula miró otra de las fotografías. Pedro tenía catorce o quince años, y estaba en compañía de un larguirucho Gabe y de su hermana, que llevaba coleta y sonreía.


—Es típico de Pedro. Siempre ha sido el hijo perfecto, a pesar de las responsabilidades que implica, y nunca se ha jactado de ello. Cualquiera diría que le resulta fácil y que le gusta estar sometido a tantas normas… pero no es verdad. Yo lo conozco mejor que nadie —afirmó—. Aunque claro, qué voy a decir yo, si soy la oveja negra de la familia. Gabe tiene razón en eso.


Una vez más, Paula pensó que estaba en un mundo perfecto. A decir verdad, demasiado perfecto para que se sintiera cómoda. Pero a pesar de todo, su corazón sentía la tentación de pertenecer a él o, al menos, de pasar unas vacaciones; aunque al final la echaran del paraíso.


—Venga, vámonos —dijo Ale, mirándola a los ojos—. Nos quedaremos en el fondo de la habitación cuando Pedro dé su discurso y nos burlaremos de él. ¡Hace años que no lo hago!


Paula sonrió con malicia.


—Tal vez deberíamos ir a buscar a Gabe para que nos ayude.


Ale arrugó la nariz y desestimó la propuesta.


—A diferencia de nosotras, Gabe no tiene sentido del humor…


—Pero sospecho que puedes ayudarlo con ese problema.


—Basta, no sigas… veo que eres tan problemática como yo —declaró Ale—. Y creo que me caes bien por eso.


Paula pensó que acababa de ganarse una hermana.




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