lunes, 13 de marzo de 2017

HASTA EL FIN DEL MUNDO: CAPITULO 27





Arturo y la madre de Paula fueron al aeropuerto a recogerles.


—¿Es verdad? —les preguntó Juliana al acercarse a ellos—. Me ha dicho Arturo que vais a casaros.


Parecía desconfiar de la información que le había dado el anciano.


Pero Paula, rápidamente, le tendió la mano a su madre y le mostró el anillo.


—¡Cariño, es maravilloso! —la abrazó con fuerza y extendió el otro brazo para incorporar a Pedro en el expresivo gesto.


Pedro hizo una mueca de vergüenza y placer al mismo tiempo.


La mujer se encaminó hacia Arturo y le dio un sonoro beso en la mejilla.


—¡Eres un demonio! —le dijo al viejo—. No tenía ni idea de nada de esto.


—Ya te dije que funcionaría —le recordó Arturo a Pedro.


Pedro hizo una mueca.


—Podría haberlo hecho yo solo.


—Sí, claro, ¿en qué siglo? —protestó Arturo—. ¡Yo no voy a vivir eternamente! Ya la velocidad que ibais tendría que haberlo hecho para veros juntos.


—Ya —dijo Pedro secamente—. Así que todo fue idea tuya.


—Quizás no todo —dijo el anciano—. A mí jamás se me habría ocurrido comprar un anillo como ese. De vez en cuando, también tú tienes buenas ideas — rodeó a Paula con su brazo—. Me alegro mucho de teneros aquí.


—Yo también me alegro de estar de vuelta —respondió Paula.


—He hecho un apetitoso guiso —dijo Juliana—. Vendréis todos a comer a casa.Os podéis quedar con Walter y conmigo si queréis.


Se refería a su nueva casa, la que Walter había construido en su rancho, para poder dejarle la antigua a Analia, su hija, y su marido, Charlie


—Gracias, pero prefiero quedarme en la ciudad —dijo Paula—. En la casa grande. Espero que a Patricia no le importe.


Se trataba de una pequeña mansión de dos pisos, estilo Victoriano, que pertenecía a su hermana y en la que habían vivido todos juntos, hasta que tanto Juliana como Payticia se habían casado.


Santiago y ella se habían trasladado al rancho de aquel tras la boda.


—Seguro que no tiene problema alguno —le aseguró Juliana—. Estoy segura de que prefiere que la ocupe alguien. Según tengo entendido estaba pensando en venderla.


—¿Sí? Quizás podríamos comprarla nosotros —le dijo Paula a Pedro—. Está cerca de la tienda de Arturo. Si vas a trabajar allí, te podría venir bien. Yo volvería a abrir el salón de belleza.


—Yo quería construirme un lugar junto a Ray y Julia —respondió Pedro mientras recogía las maletas—. Quería dedicarme a entrenar caballos.


—Bueno, ya lo hablaremos —dijo Paula feliz—. Ahora tenemos otras cosas de las que preocuparnos. Por ejemplo, de la boda.


—Por cierto, respecto a la boda… —Julia miró a su hija algo preocupada. Paula sabía que su madre estaba recordando lo sucedido con Mateo.


—Pensé que, quizás, os habríais casado en el barco —dijo Arturo.


—No —dijo Paula—. Yo quería casarme aquí. Y esta vez, todo será perfecto.


—Sí —afirmó Pedro sonriente—. Aunque ya le dije que yo me habría casado en cualquier sitio.


—Pero teníamos que hacerlo aquí. No podíamos casarnos sin Arturo y sin la familia —dijo Paula.


—Bueno, yo habría podido hacerlo —confesó Pedro—. A mí me daba lo mismo.


—A mí no —dijo Paula.


Había soñado con aquella boda durante años.



No hay comentarios.:

Publicar un comentario