miércoles, 8 de febrero de 2017

SEDUCCIÓN: CAPITULO 9




Cuando Paula se despertó de un satisfactorio sueño en el que estaban Pedro, ella y un helado de chocolate, el sol brillaba resplandeciente. Se estiró y fue entonces cuando se dio cuenta de que unos golpes en la puerta era lo que la habían despertado. El despertador llamado Pedro.


—Gracias, ya me he despertado —dijo ella en voz alta para que Pedro pudiera oírla desde el pasillo.


Y lanzó un grito de sorpresa cuando la puerta se abrió y Pedro entró en el cuarto con una bandeja en las manos.


Pedro no pareció notar que ella, apresuradamente, se subía el edredón hasta la barbilla, debido a que mientras dormía el albornoz se le había abierto.


—Como no sé si tomas café o té por las mañanas, te he traído las dos cosas.


—Me da igual, gracias. Pero no deberías haberte molestado.


—No ha sido ninguna molestia.


Pedro dejó la bandeja encima de la mesilla de noche y se la quedó mirando. Pedro era muy alto, más de un metro ochenta, y el magnetismo que ejercía sobre ella le impidió observar durante unos momentos que no iba vestido con su acostumbrado traje y corbata.


Cuando recuperó la respiración, Paula dijo cautelosamente:
—¿Vas a volver a tu casa después de dejar a los cachorros en el refugio? —preguntó ella mirándole los pantalones vaqueros y la camisa azul.


Pedro le sonrió y respondió indirectamente:
—Bébete lo que quieras y luego, cuando estés lista, baja. No hay prisa.


—¿Qué hora es?


Pedro se miró el reloj de pulsera.


—Las once —respondió él con calma.


—¿Las once? No es posible. ¿Y el trabajo?


—Que yo sepa, no tienes que ir a trabajar hasta el lunes.


—Me refiero al tuyo.


—He decidido tomarme el día libre.


—Desde que te conozco, es la primera vez que haces eso —comentó ella con perplejidad.


—En ese caso, supongo que ya me tocaba.


—¿Y tu padre? ¿Y Susana? Ella aún no está acostumbrada…


—Le irá bien. Es de esa clase de mujeres —respondió Pedro con voz queda.


Sí, eso era verdad. Aún incapaz de creer haber perdido ya la mitad del día, Paula le miró fijamente. Los ojos de Pedro estaban oscurecidos y sus labios esbozaban una irónica sonrisa. Ella esperaba no tener los ojos enrojecidos por el llanto de la noche anterior.


—¿Están bien los cachorros? Todavía no los has llevado al refugio, ¿verdad?


—Los cachorros están bien y no los he llevado al refugio. Hace un rato los saqué al césped y los he tenido allí una hora. Y corrían como demonios.


¡Ojala no le amara tanto!, pensó Paula.


—Deberías haberme despertado antes, te habría ayudado.


—Necesitabas dormir.


¿Estaba tratando de decirle, de forma indirecta, que tenía ojeras? Pensando que era mejor no saberlo, Paula se preguntó cuánto tiempo más iba a quedarse Pedro ahí de pie mirándola.


—¿Has llamado al refugio?


—No —respondió él con calma.


Paula esperó a que se explicara, pero Pedro no lo hizo. La descarada virilidad de Pedro era aún más potente ese día, y más intimidante. Ella sintió la boca seca y el pulso acelerado.


—Bien, nos vemos abajo dentro de un momento, ¿te parece? —dijo Paula significativamente.


—Azul violeta.


—¿Qué?


—Que tus ojos son del color de las violetas silvestres que crecen en mi jardín al lado de la valla de piedra —explicó Pedro con voz suave—. Una flores preciosas, pequeñas y exquisitas.


—Ah —Paula sintió que el pecho le oprimía—. Gracias.


—De nada.


Pedro seguía sin moverse.


—Bajaré dentro de un momento y, si quieres, podemos llevar las perritas al refugio. Sé que debes tener muchas cosas que hacer y yo tengo que ir a mi casa a arreglarlo todo.


Suponía que por fin Pedro había captado la indirecta.


—Estoy preparando un pastel de beicon y patatas asadas para comer.


—¿Sí?


—Claro. No pensarías que iba a enviarte a tu casa muerta de hambre, ¿no?


—Lo que pensaba era que querrías deshacerte de los cachorros lo antes posible —contestó Paula.


Pedro frunció el ceño.


—Ah, ya. Entonces, no tienes mucha prisa por marcharte, ¿eh?


—Teniendo en cuenta que son las once de la mañana, no creo que pueda decirlo, ¿no te parece? —observó Paula irónicamente.


Pedro sonrió.


—Espero que no hubieras quedado con nadie.


Paula pensó en Janice, la vecina de abajo. Hasta ese momento había olvidado que le había prometido a Janice invitarla a desayunar antes de que se marchara al hospital donde trabajaba como enfermera, iba a haber sido un desayuno de despedida. El problema era que se le olvidaba todo cuando estaba con Pedro.


—Puedo quedar más tarde.


Él arqueó las cejas.


—Lo siento.


No parecía sentirlo mucho.


—Da igual, no importa.


«Pero vete, por favor. Vete».


Sin embargo, Pedro no se marchó. Su sonrisa había desaparecido.


—No es bueno dejarse llevar por otra persona.


Paula se lo quedó mirando.


—No, supongo que no —contestó ella sin comprender.


—Y una ruptura debe ser eso, una ruptura.


¿Se le había pasado algo por alto?


—Perdona, Pedro, pero no te sigo.


—Habías quedado con ese tipo, ¿verdad? Por Dios, Paula, ¿es que no te das cuenta de cómo es? Sabe perfectamente lo que sientes por él y por qué te vas de aquí; y, a pesar de ello, había quedado contigo… Dime, ¿para qué había quedado contigo?


Paula trató de no quedarse boquiabierta. Por fin, forzó una expresión indignada.


—Había quedado para desayunar con una vecina que vive en el piso justo debajo del mío. ¿Satisfecho? No sé lo que estabas pensando, pero te has equivocado de medio a medio.


A Paula se le derritió el corazón al ver la expresión de Pedro.


—Perdona. Creo que me he pasado.


—Y mucho. Eso ha quedado bien claro.


—Está bien, te dejaré para que puedas vestirte —dijo Pedro con suavidad—. La comida estará lista dentro de media hora.


Cuando la puerta se cerró tras él, Paula continuó sin moverse en la cama durante unos segundos. Luego, apartó el edredón, se levantó de la cama y se dirigió al cuarto de baño. Allí, se miró al espejo y gruñó. Tenía ojeras y sus ojos mostraban que había llorado la noche anterior. ¡Y su pelo! 


¿Por qué siempre tenía el pelo así por las mañanas?


Un cuarto de hora más tarde, el espejo le dijo que ya no asustaba a los niños pequeños.


Se había duchado, se había lavado el pelo y se lo había recogido en una cola de caballo. Como siempre llevaba maquillaje en el bolso, también se había maquillado y volvía a parecer un ser humano.


Había tenido la buena idea de lavarse las bragas antes de acostarse y de colocarlas encima del radiador de la habitación para que se secaran, esperaba que Pedro no hubiera visto la breve pieza de encaje negro.


Por fin, consciente de que estaba limpia y arreglada, respiró profundamente y abrió la puerta del dormitorio.


Almuerzo con Pedro. La última comida que iba a hacer con él, pensó trágicamente.







3 comentarios:

  1. Ayyyyy, Pedro está celosooooooo jajajajajaja. Me encanta esta historia.

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  2. Me encantaron los capítulos, me quede con ganas de más capítulos

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  3. Que hermoso Pedro tmb esta enamoradoooo!!!!

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