martes, 7 de febrero de 2017

SEDUCCIÓN: CAPITULO 5




Pedro puso en marcha el coche y pronto se encontraron en la carretera, envueltos en la oscuridad.


Paula estaba inmóvil en su asiento con los ojos fijos en el parabrisas, pero sin ver nada. Se sentía destrozada, tanto emocional como físicamente. Además, el vino la tenía en un estado de estupor que, por fin, la hizo recostarse en el respaldo del asiento y cerrar los ojos.


No sabía si se había dormido, pero hubo un momento en el que notó que Pedro había parado el coche. Abrió los ojos y descubrió que todavía estaban en medio del campo


—¿Qué pasa? —preguntó ella alarmada mientras Pedro ponía la marcha atrás.


—No estoy seguro —respondió Pedro justo en el momento en que paró el coche después de recorrer unos cien metros marcha atrás—. He visto un coche poniéndose en marcha en este punto y, al pasar, he visto una caja de cartón en la cuneta. Sólo quiero echar un vistazo.


—¿Echar un vistazo dentro de la caja?


Él asintió.


—No sé por qué, pero me da mala espina. No salgas, quédate en el coche —Pedro abrió la puerta y salió, Paula le siguió al instante. Pedro estaba inclinado sobre la caja, pero sin abrirla—. Te he dicho que te quedaras en el coche.


—No seas tonto, seguro que no es nada.


Pedro abrió la caja justo cuando ella llegó a su lado y, al mirar dentro, vio unas cosas moverse y gemir.


—¡Oh, Pedro! —exclamó Paula horrorizada—. Alguien ha abandonado a estos cachorros aquí, en medio de la carretera. Es horrible.


—Al parecer, quien lo ha hecho no es de la misma opinión.


—¿Crees que están bien?


Los dos estaban agachados, viendo los cuatro cachorros moverse dentro de la caja y manchados de sus propios excrementos.


—Pobrecillos —añadió Paula a punto de echarse a llorar—. ¿Qué vamos a hacer con ellos?


Pedro se puso en pie.


—Si te pongo una manta encima de las piernas, ¿te importaría llevar la caja en el coche?


—Claro que no me importa.


Paula no podía creer que alguien pudiera ser tan cruel como para dejar a unos cachorros en una caja en una carretera solitaria en mitad de la noche.


Una vez que estuvieron de vuelta en el coche, con la caja en su regazo, Paula contempló los cachorros.


—Son muy pequeños. ¿Crees que les pasa algo?


—A juzgar por el ruido que están haciendo, no lo creo —comentó Pedro irónicamente.


—¿Adónde vamos a llevarlos?


—Debe haber alguna clínica veterinaria por aquí, pero no sé dónde. Sin embargo, la mujer que viene a limpiar mi casa, la señora Rothman, tiene perros. ¿Te importaría que diéramos un rodeo y nos pasáramos por su casa? Quizá ella nos lo sepa decir. Es decir, si no te molesta mucho llegar tarde a tu casa.


—No, no me importa. No olvides que mañana no tengo que ir a trabajar. Venga, vamos a ver a la señora Rothman.


Al cabo de un rato llegaron al pequeño pueblo donde vivía la señora Rothman, que estaba muy cerca de la casa de Pedro.


La señora Rothman era una mujer entrada en carnes y de aspecto maternal que les invitó a entrar nada más verlos y ordenó a su marido que preparara un té para sus inesperados huéspedes mientras ella examinaba a los cachorros.


—Son un cruce de Jack Russell con fox terrier —anunció al cabo de un par de minutos—. Y todas son hembras.


Después de limpiar a los cachorros, la señora Rothman cubrió el interior de la caja con papel de periódico mientras su marido hacía un puré con la comida de sus perros. Los cachorros no tardaron en acabar la comida que les dieron y, después, la señora Rothman volvió a meter a los pequeños animales en la caja, encima de una toalla vieja. Pronto, los cuatro cachorros se quedaron dormidos.


—¿Cuánto tiempo cree usted que tienen? —preguntó Paula a la señora Rothman mientras el matrimonio, Pedro y ella tomaban una segunda taza de té sentados al lado de la chimenea.


—Es difícil saberlo; pero como han podido comer sin mayores dificultades, yo diría que entre seis y ocho semanas. Desde luego, no habrían durado mucho de haber permanecido donde estaban. Las noches aún son bastante frías —la señora Rothman se volvió a Pedro—. Conozco un refugio para perros no lejos de aquí. Le daré el número de teléfono y la dirección. Estoy segura de que se quedarán con ellos si los lleva allí.


Pedro asintió.


—Gracias.


La señora Rothman volvió a servirles té y les dio tarta que ella misma había hecho. Era una casa acogedora y cálida, y Paula no quería que aquellos momentos llegaran a su fin.


Pero, al cabo de un rato, Pedro se puso en pie.


—Bueno, creo que ya les hemos molestado bastante. De todos modos, si no le importa darme la dirección y el teléfono del refugio antes de irnos…


Y aquel agradable y cálido momento llegó a su fin.





No hay comentarios.:

Publicar un comentario