lunes, 14 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 13





Pedro Alfonso charlaba tan animadamente con el grupo que nadie se levantó a bailar, pero cuando el director de la orquesta avisó que era la última canción antes de los discursos, todos se arremolinaron en la pista de baile.


Cuando Pedro la tomó en sus brazos, Paula supo perfectamente que eran el objeto de todas las miradas, pero le daba igual. Por encima de su hombro, se encontró con la mirada hostil de Patricio Morrell y, como respuesta, se pegó un poco más a Pedro.


—Se me ocurrió que había llegado el momento de hacer las cosas a mi manera. ¿Te importa? —le preguntó él al oído.


—¿Te importa que me importe?


—Deberías saber que me importa muchísimo. Aunque bailas fatal —rió Pedro.


—No bailo fatal, es que me has puesto nerviosa, tonto.


—Da igual, aunque no sepas bailar, estás guapísima. Pero deberías llevar el pelo suelto.


—Lo intenté, pero con este vestido quedaba un poco... exagerado.


—Por delante es muy discretito, pero por detrás... es letal. ¿Cuándo podemos irnos?


Paula contuvo una risita.


—Falta mucho. ¿Dónde te alojas?


—Contigo... esté ordenado el dormitorio o no —contestó él.


Cuando la gente empezó a marcharse, por fin, Patricio Morrell se acercó a la mesa para darle a Paula las buenas noches. Ella hizo las presentaciones, intentando disimular su fastidio, y se percató de que los dos hombres se miraban con interés. Patricio se quedó un momento charlando con los demás, murmuró que la llamaría por teléfono y después se reunió con su familia.


Los amigos de Paula se levantaron poco después y fueron todos juntos al aparcamiento. Naturalmente, Pedro se despidió de ella como los demás… y Paula condujo a toda velocidad para llegar a casa lo antes posible. Nerviosa, le pareció que había pasado una eternidad hasta que sonó el timbre... Pedro dejó la bolsa de viaje en el suelo, la tomó en sus brazos y la besó como había querido besarla durante toda la noche.


—Llevaba horas soñando con esto.


—Yo también. Vamos a la cama.


—¡Pensé que no ibas a pedírmelo nunca!


Encantado, Pedro la tomó en brazos y subió los escalones de dos en dos, sin dejar de besarla en la cara, en el cuello... 


Una vez en la cama, la tumbó boca abajo y empezó a besar su espalda, centímetro a centímetro.


—Llevo fantaseando con esto toda la noche... y estoy seguro de que no era el único.


—¿Qué?


—Patricio Morrell. Por cierto, su cara me resulta familiar. Le he visto antes en alguna parte —dijo Pedro—. Parecía molesto, ¿no? ¿Crees que no le he caído bien?


Paula soltó una carcajada.


—Creo que le has caído fatal —contestó, quitándose los zapatos. Era un momento curiosamente íntimo, desnudarse mientras él se quitaba la chaqueta, como si lo hubieran hecho muchas veces.


—También estaba Daniel, su hermano pequeño.


—¿El pirómano?


—El mismo. Me pidió que bailase con él, aunque el pobre no tiene ni idea. Y luego me ha sacado Patricio... para exigirme que dejase en paz a su hermano. ¿Qué te parece?


—Morrell ha bailado contigo para abrazarte —la corrigió Pedro, tirando la camisa sobre una silla. Luego se acercó a la cama, mirándola muy serio—. Había pensado llamarte esta tarde, pero al final no pude resistir darte una sorpresa.


—Y yo estoy encantada.


—Cuando me sonreíste, habría querido tomarte en mis brazos delante de todo el mundo... Necesito hacerte el amor tanto como respirar, Paula —susurró Pedro, acariciando su cara—. Pero si no quieres, te abrazaré toda la noche y sólo te daré besos castos.


—¿De verdad podrías hacer eso?


—Podría intentarlo.


—Ni lo pienses —rió ella, levantándose—. ¿Te importa desabrocharme el vestido?


—No, señora —respondió él, obedeciendo a toda velocidad.


Debajo del vestido no llevaba nada más que unas medias negras de seda y un tanga del mismo color.


—Dios mío, ¿eso es todo lo que llevabas bajo el vestidito?


—No podía llevar sujetador —sonrió ella, encantada al ver su reacción—. Además, no esperaba tener compañía cuando me lo quitase —añadió, echándole los brazos al cuello—. ¿Has visto Lo que el viento se llevó?


—Sí, claro.



—¿Recuerdas cuando Clark Gable toma a Vivien Leigh en brazos para llevarla al dormitorio? Cuando vi la película por primera vez, me pareció la escena más erótica que había visto en mi vida.


—Vestida o desnuda, tú eres lo más erótico que yo he visto en mi vida —dijo Pedro con voz ronca, buscando sus labios—. ¿Traerte en brazos a la habitación ha sido buena idea?


—¿Cómo quieres que te lo diga? —sonrió Paula, arañando suavemente su espalda.


El la tumbó sobre la cama, enardecido.


—He soñado con esto toda la semana —musitó, quitándole las medias—. Suéltate el pelo, cariño.


—Estás obsesionado con mi pelo —lo regañó ella, mientras se quitaba las horquillas.


—Estoy obsesionado con cada centímetro de tu cuerpo... incluyendo esto —dijo Pedro, inclinando la cabeza para besar la cicatriz. Luego se quitó el resto de la ropa y le hizo el amor con un ansia a la que ella respondió con fiero abandono después de las largas noches sin él.


Durante el desayuno, a la mañana siguiente, Paula le dijo que había tomado dos decisiones importantes.


—¿Vas a decirme que esto no puede volver a pasar?


—No exactamente —contestó ella, mientas le ponía mantequilla a la tostada.


—Explícate, por favor.


—He decidido que ya es hora de dejar que el pasado me afecte. Aunque haya curiosidad por mi vida amorosa... ¿qué más me da? Me ha gustado eso de tener un amante secreto, pero si quieres que nuestra relación sea más abierta, por mí no hay ningún problema.


—¿Lo dices en serio?


—Sí.


Pedro apretó su mano.


—No sabes cuánto me alegro. ¿Y la otra decisión?


—Si vas a dormir aquí alguna que otra vez, tendré que comprar una cama más grande. Ocupas mucho sitio.


Él soltó una carcajada.


—Me gusta tenerte cerca.


—A mí también... pero estuve a punto de caerme de la cama.


—Ah, no quiero arriesgarme a que te rompas un hueso por mi culpa, así que encarga una cama ahora mismo. Yo pagaré la factura.


—No, gracias. La pagaré yo.


Pedro la miró, exasperado.


—Sin mí, no tendrías que comprar otra cama. Insisto en pagarla.


—Insiste todo lo que quieras, pero la respuesta sigue siendo la misma.


—Muy bien, Paula Chaves, pero no esperes salirte siempre con la tuya.


—¿O te estirarás todo lo que puedas para asustarme?


—No creas que no podría hacerlo.


Paula rió. Era un día maravilloso, mucho más por la inesperada compañía de Pedro Alfonso. Y como era el único día de la semana que solía cocinar, hizo un pollo con arroz que Pedro no paró de enlogiar, una ensalada y un postre. 


Después de comer, mientras tomaban café en un estado de somnolencia, Pedro sonrió con un brillo en los ojos, que dejaba bien claro lo que estaba pensando.


—Me apetece echarme una siesta. ¿Te arriesgas a romperte un hueso acostándote conmigo?




No hay comentarios.:

Publicar un comentario