viernes, 22 de abril de 2016

ILUSION: CAPITULO 22





Pedro se quedó maravillado por la solidaridad que mostraban los rancheros de Cheyenne en un momento de crisis. Había al menos cincuenta personas bajo la lluvia, y llevaban horas trabajando. Hombres, mujeres y jóvenes se alineaban en la orilla, llenando sacos de una camioneta y pasándoselos en una cadena humana hasta el tramo del camino que discurría paralelo al arroyo.


Pedro estaba con Andres y Cesar al final de la cadena, apilando los sacos más grandes en la base de la barrera, mientras Paula estaba con un pequeño grupo río arriba, terminando la capa superior. Parecía exhausta y tenía el chubasquero pegado al cuerpo, con la capucha hacia atrás y el pelo cayéndole por el pálido rostro. Pedro quiso ir hacia ella, levantarla en brazos y llevarla a algún lugar cálido y seco, pero sabía que ella no abandonaría su puesto.


Pedro reanudó la tarea, asegurándose de que la base de la barrera fuese sólida. Al levantar otra vez la mirada vio que Paula se había alejado un poco y que estaba comprobando por su cuenta la barrera mientras los otros ya regresaban.


Recordó que la mujer a la que había conocido en un evento social y al frente de una empresa había pasado gran parte de su vida en un rancho. Estaba acostumbrada al trabajo físico. Pedro dejó de preocuparse por ella y empezó a sentirse impresionado.


Cesar le aferró de repente el brazo.


–¿Has oído eso? –gritó, llamando también la atención de Andres.


Pedro prestó atención y la sangre se le heló en las venas al escuchar el rugido procedente del arroyo.


–¡Atrás! ¡Rápido! –les gritó Cesar a todos–. ¡Salid del cauce! ¡Vamos!


Andres y Pedro echaron a correr por la orilla, repitiendo la orden de Cesar. El ruido era cada vez más fuerte y Pedro vio la riada de agua y escombros avanzando hacia ellos.


–¡Pau!


Era la que estaba más lejos. Un recodo del arroyo y un grupo de árboles le impedían salir del cauce. Estaba corriendo hacia él.


–¡Vete! –le gritó, indicándole que se pusiera a salvo–. Ya llego.


Pero la riada se acercaba por detrás. No podría escapar a tiempo.


–¡Corre! –la acució, lanzándose hacia ella a toda velocidad.


Entonces ella tropezó, cayó sobre las rocas y a Pedro se le detuvo el corazón.


–¡Pau!



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