jueves, 14 de abril de 2016

NO EXACTAMENTE: CAPITULO 37





Se comieron el estofado que había preparado y se rieron cuando Damian comenzó a sacudir los regalos al pie del árbol.


—Esto tiene que ser ropa. —Damy frunció el ceño.


—¿Por qué lo dices? —preguntó Pedro.


—Porque no hace ruido y no es muy pesado. —Damian soltó el paquete bajo el árbol y levantó uno de los que había traído Pedro.


—Silencioso y liviano, sí, debe de ser ropa —estuvo de acuerdo Pedro.


—Este —gritó, levantando un hermoso paquete por encima de su cabeza— es un juguete—. No es pesado, pero suena a piezas de plástico dando vueltas por ahí.


Paula tomó la mano de Pedro por encima de la mesa y le sonrió a Mónica.


—¿Cómo sabes que son de plástico?


Damian cerró los ojos y demostró cuán en serio se tomaba el asunto de sacudir los regalos.


—Tengo cinco años. Todos mis juguetes son de plástico.


Pedro le apretó la mano mientras hablaba con su hijo.


—Entonces, Damy, ¿qué es lo que de verdad, de verdad quieres para Navidad?


—Quiero una bicicleta.


Paula lo había visto venir. Era lo único que había pedido. La que ella había escondido en una caja en su dormitorio requería que Santa Claus hiciera un serio trabajo de montaje después de que Damy se fuera a dormir.


—Pero ¿sabes qué sería mejor que una bicicleta? —preguntó.


Oh, no. Ella no sabía que quería otra cosa más. Su carta a Santa, la que escribió el día después de Acción de Gracias, decía una bicicleta. Una bicicleta roja del doble de tamaño de la que tenía ahora.


—¿Qué cosa, chiquitín? —preguntó Paula.


—Quiero una casa en la que tengamos un camino y un lugar para andar en bicicleta. Así, la tía Mónica tendría su propia habitación y no necesitaría dormir aquí. Y mamá podría estacionar su auto nuevo en un garaje. —Damy se puso de pie de un salto—. ¿Has visto el auto nuevo? —le preguntó a Pedro.


—No. —Pedro le ofreció una sonrisa a Paula.


—¡Por Dios! Con tantas emociones, se me ha olvidado por completo contarte lo que pasó.


El pulgar de Pedro comenzó a acariciar el suyo mientras esperaba pacientemente su explicación.


—Después de que te fueras, me llamaron del concesionario de Toyota. Hubo una especie de incendio en el garaje que destruyó mi auto.


—¿En serio? —preguntó Pedro, sin dejar de sonreír.


—Eso fue lo que me dijeron. El concesionario me ofreció elegir un auto nuevo para compensar la pérdida. ¿Puedes creerlo?


Pedro inclinó la cabeza hacia un lado. Algo en la forma en que la miraba la hizo detenerse. Mónica se puso de pie y levantó algunos platos de la mesa.


—Todavía estoy esperando que llamen para decir que todo fue un gran error.


—No sé, Mónica. Los concesionarios odian que los demanden —explicó Pedro, desviando la mirada hacia Mónica.


—Eso fue lo que le dije yo —apuntó Paula.


—No me lo trago —replicó Mónica.


—¿Qué elegiste? —preguntó Pedro, cambiando de tema.


—Mamá eligió el auto más genial. Tiene televisores en el asiento trasero, y la voz de una señora que nos indica el camino si estamos perdidos. Es épico.


Damian tomó de la mano a Pedro.


—Vamos, tienes que verlo.


Paula le echó una mirada de compasión a Pedro cuando Damian lo obligó a pararse.


—Me encantaría verlo.


—Traeré las llaves.


Paula se paró, fue a buscar su bolso, que estaba junto a la puerta, y comenzó a revolverlo en busca de las llaves.


—Sabes… ¿Por qué no vamos a tomar un helado? —sugirió Pedro—. Así, tu mamá me puede llevar a dar un paseo en su auto nuevo.


—¿Podemos, mamá?


—Claro, por qué no. ¿Quieres venir, Mónica? —Paula se volvió hacia su hermana, que estaba lavando los platos.


—Id vosotros. Voy a terminar de limpiar todo este lío.


Afuera, el sol se había puesto y el viento congelaba el aire. 


El edificio tenía garaje, pero solo una cochera por apartamento y Mónica estacionaba allí su auto. Paula usó el control remoto para abrir el vehículo.


—Todavía no puedo creer que sea mío. Me siento un poco como si hubiera ganado la lotería sin ni siquiera jugar.


Pedro la rodeó con el brazo y lo apoyó en su hombro mientras se dirigían hacia el auto.


—A veces las cosas buenas realmente llegan a aquellos que lo merecen.


Parados ante el auto, Damian abrió la puerta trasera y se metió dentro de un salto.


—Mira, Pedro. Televisión.


—Reproductor de DVD —le dijo Paula a Pedro mientras pasaba la mano por el marco de la puerta que Damy había abierto.


Pedro se inclinó sobre Damian para mirar dentro y comenzó a hacerle cosquillas.


—Perfecto para viajes largos.


—Eso es lo que dijo el vendedor. Yo nunca pensé que tendría un auto como este.


—¿Es seguro? —preguntó Pedro.


—Tiene una puntuación decente en las pruebas de choque. El rendimiento de la gasolina es fantástico.


Pedro le dio la vuelta al auto y abrió el capó.


—¿Cuatro cilindros?


—Eficaz en el consumo de combustible.


—Creo que es una excelente elección —dijo Pedro, inclinado sobre el capó.


Por primera vez desde que había conducido en él hasta su casa, Paula sentía que podría disfrutar del auto. Sin Pedro, todo le había parecido un poco más gris. Pedro cerró el capó.


—¿Quieres llevarme a dar una vuelta?


Damian ya estaba en su asiento con el cinturón de seguridad. Después del helado, dieron algunas vueltas para mirar las luces de Navidad hasta que Damian empezó a cabecear en la parte de atrás. Pedro la miró cuando doblaron por la calle que llevaba a su apartamento.


—Es bueno verte con cosas nuevas —dijo—. Tu sonrisa resplandece un poco más.


Demonios, no quería que él pensara que ella necesitaba que le diera esas cosas. Juntos encontrarían la manera de pagar las cuentas y hacer que todo funcionara.


—Es solo un auto, Pedro. Sonrío porque lo estoy compartiendo contigo.


—Damy parecía dispuesto a pedirle a Santa Claus un garaje para estacionarlo.


—No se da cuenta de lo que pide cuando dice que quiere una casa por Navidad. Creo que vio la película Milagro en la ciudad.


—Los niños sueñan un poco más a lo grande que los adultos. Creo que es parte de la inocencia. —Ella estuvo de acuerdo.


—Los adultos saben que hacer realidad los sueños es un trabajo duro. Los niños piensan que todo lo que tienen que hacer es pedirle un deseo a una estrella fugaz.


Paula se detuvo en su plaza de estacionamiento y apagó el motor.


—¿Bien, qué te parece? —le preguntó acariciando el volante.


—Creo que es perfecto.


Luego Pedro se inclinó y le dio un beso. Dulce y breve, pero muy agradable.


—Creo que hay que seguir pidiendo deseos a las estrellas fugaces —susurró con una sonrisa.


Paula vio cómo brillaban sus ojos grises y no pudo dejar de pensar que parecían estrellas.


—Vamos —dijo él tras apartarse—. Vamos a meter a Damy en la cama. Y después te meteré a ti en la cama.


Ella salió del asiento del conductor. Ese sí que era un plan perfecto.


Pedro y Paula pasaron la noche haciendo el amor, recuperando el tiempo que habían perdido. Por la mañana, Pedro estaba dispuesto a separarse de ella durante algunas horas. Necesitaba un plan sin fisuras para explicarle su engaño. Jugó con varias palabras en su cabeza, tratando de decirlo de una manera que no la hiciera sentir engañada.


Cuanto más reflexionaba sobre cómo encararlo, más comprendía que ella se enojaría. Claro, él también se enfadaría si estuviera en su lugar. Necesitaba un consejo femenino. Pedro necesitaba hablar con su hermana pequeña.


Se escurrió por detrás de Paula mientras ella reunía los ingredientes para hacer unas galletas. Le dio un beso a un lado del cuello.


—¿Galletas de Navidad? —preguntó, con una mano en su cintura y la otra con un dedo en el cuenco pegajoso para robarle un poquito de masa. Se lamió el dedo y saboreó la mezcla de las galletas.


—Las mejores.


—Ya veremos. Las galletas con pepitas de chocolate a mí me encantan. —Paula se echó a reír y le golpeó la mano cuando intentó robarle un nuevo bocado.


—Los moldes de galletas no van bien con pepitas de chocolate y no se las puede cubrir con un baño de azúcar.


—Mmm, galletas con pepitas de chocolate y baño de azúcar. Excelente idea.


Ella se rio y tomó una cuchara para revolver la mezcla.


—Odio tener que decir esto —Pedro giró a Paula hasta que estuvieron cara a cara—. Pero debo ir a hacer unas gestiones y presentarme en el hotel.


—¿Tienes que trabajar hoy? —Se limpió las manos con un paño y lo puso a un lado.


—En cierto modo.


—¿Qué significa eso? —le preguntó con una sonrisa.


—Te lo explicaré más tarde —dijo, evitando la mentira.


Ir al hotel y trabajar estaba en su agenda, pero no exactamente como pensaba Paula.


—Guardaremos un poco de glaseado para que hagas tus propias galletas —añadió Paula.


Pedro miró a Damian, que estaba jugando a un juego de mesa con Mónica en la sala de estar, y luego se inclinó para besar a Paula. Sus labios se deslizaron sobre los de él en una suave caricia. Tan cálida. Ya no podía esperar más para ponerle un anillo en el dedo y reclamarla para sí. Puso fin al beso y la apretó contra su cuerpo antes de alejarse.


—Volveré —prometió.


—Más te vale —lo reprendió en broma.


Pedro le dio la vuelta a la encimera y saludó con la mano a los demás.


—Te veré luego, Damy.


—¿Te vas? —dijo levantando la cabeza.


—Tengo que hacer unas cosas.


Damian se puso de pie y corrió a abrazarlo. Había algo en la imagen de ese niño lanzándose a los brazos de Pedro que hacía que todo valiera la pena. Pedro le besó la cabeza.


—Hasta luego, compañero.


—Hasta luego, tío Pedro —lo imitó Damy.


Pedro abrió la puerta y lanzó una mirada a Paula. Llevaba el pelo recogido en una cola de caballo y su delantal se encontraba cubierto de harina. Estaba sonriendo, incluso antes de levantar la vista y sorprenderlo mirándola. No quería echar a perder todo eso. Una vez fuera, encendió su teléfono y vio que había recibido un mensaje.


Pedro, maldita sea, ¿dónde estás? —Era Catalina—. Oh, no importa. Escucha, papá llegó a casa muy contrariado al no verte. Él y Beth empezaron a hablar; como yo no quería decir nada, enseguida se dieron cuenta de que hay una mujer involucrada. Una que te interesa de verdad. Te juro que no he dicho nada. Él está en camino. Los dos vamos para ahí. Voy a tratar de detenerlo hasta que resuelvas tus asuntos con Paula. Estás resolviendo tus asuntos con Paula, ¿verdad? Ah, y dijo algo acerca de reunirse con el contratista del nuevo proyecto mientras esté ahí. Ha estado en el teléfono ladrando órdenes durante la última hora. De todos modos, considérate advertido.


Pedro apagó el teléfono y se metió de un salto en la camioneta. Con un poco de suerte, llegaría a tiempo al hotel y podría ponerse presentable antes de que su padre invadiera el lugar. Horacio Alfonso lo hacía todo a la manera de Texas. ¡A lo grande!




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