domingo, 20 de noviembre de 2016

UNA NOCHE...NUEVE MESES DESPUES: CAPITULO 6





Muy bien, respira, respira… siempre estoy diciéndote que respires. ¿Por qué hay tantos dramas en tu vida? Mi único drama es que no funcione mi tarjeta cuando voy al cajero —con un helado de chocolate y una bolsa de pañuelos de papel en la mano, Viviana se sentó en el sofá, al lado de Paula —. ¿Cómo vas a estar embarazada? No te has acostado con nadie en cuatro años. Ni siquiera las elefantas tienen embarazos tan largos.


Paula intentó contener una oleada de pánico.


—Me acosté con alguien hace tres semanas.


El helado de chocolate cayó sobre la alfombra.


—¿Te acostaste con alguien hace tres semanas? Pero si tú no… pero si no sales con nadie. Y no eres de las que se acuestan con el primero que conocen. Además, hace tres semanas fue cuando Pedro… —Viviana la miró entonces, perpleja.


Sí —admitirlo hacía que se encogiera. ¿Cómo se le había ocurrido?


¿Pedro?


—¿Te importaría dejar de repetir su nombre? Y me parece recordar que estabas muy contenta cuando me besó.


!Pero sólo fue un beso! Que yo sepa, nadie se queda embarazada por un beso. Además, tú odias a Pedro, ese hombre arruinó tu vida —Viviana tomó un puñado de pañuelos e intentó limpiar el chocolate de la alfombra—. Qué desastre.


—Ya lo sé.


—Me refiero a la alfombra, no a tu vida. Aunque tu vida tampoco es que sea una maravilla ahora mismo. ¿Es por eso por lo que se marchó sin llevarse el anillo?


—No lo sé, supongo que sí. Pero no me dijo nada, sencillamente desapareció —agitada, Paula se levantó para pasear por el salón de su amiga.


—Pau, no es que no te quiera o que no me preocupe tu situación, ¿pero te importaría dejar de pisar el helado? Mi casera me estrangulará si ve huellas de chocolate por todas partes.


—Ah, perdona —Paula se quedó parada, pasándose las manos por los brazos para entrar en calor. Se sentía enferma. ¿Era el embarazo o el pánico?, se preguntó—. Lo siento, te ayudaré a limpiarlo.


—No, déjalo, ya lo limpiaré más tarde —Viviana se sentó en el sofá y volvió a tomar el helado—. Vamos a ver, llevas cuatro años sin saber nada de él y de repente aparece y os acostáis juntos. La verdad es que nunca te había imaginado como…


—¿Una obsesa sexual? A lo mejor eso es lo que pasa cuando mantienes a los hombres a distancia durante cuatro años. Dios mío, ¿en qué estaba pensando? Pedro me dejó plantada… ¿y qué hago yo? Le recompenso acostándome con él. ¿Estaré enferma?


Viviana la miró, arrugando el ceño.


—Espero que no te pongas a vomitar, eso es lo que me faltaba. ¿Cuántos años?


—¿Qué?


—Has dicho que eso es lo que pasa cuando mantienes a distancia a los hombres durante cuatro años. ¿Llevabas cuatro años sin acostarte con nadie?


Sí, era parte de mi programa de rehabilitación antiPedros.


—Y veo que no ha funcionado.


Paula respiró profundamente, intentando calmarse.


¿Has tenido alguna relación en la que no pudieras… controlarte? Tú sabes que no es bueno para ti, pero no lo puedes evitar. Es tan poderoso que te supera.


—A mí no me ha pasado, pero mi cuñada es alcohólica y creo que eso es lo que ella siente por una botella de vodka.


—La analogía no me parece muy consoladora. ¿Si tu cuñada hubiera estado cuatro años sin beber vodka seguiría sintiendo lo mismo al ver una botella?


—Oh, sí. Dice que la sensación no desaparece nunca. La cuestión es no acercarse al vodka.


—El vodka me llevó a casa y entró sin que yo lo invitase.


Esta conversación se está volviendo muy complicada para mí. Pero lo del vodka suena bien. Tengo una botella guardada, para las emergencias.


—Estoy embarazada, Vivi, no puedo beber alcohol.


Pero yo sí. Beberé por las dos mientras tú decides qué vas a hacer.


Unos segundos después, Viviana volvía al salón pálida como un cadáver.


—Olvídate, no tienes que decidir lo que vas a hacer.


—¿Qué?


Hay una limusina enorme en la puerta y yo no conozco a nadie que tenga una limusina. Es Pedro, tiene que ser él.


¡No! —asustada, Paula se acercó a la ventana—. No puede ser él. ¿Por qué iba a venir precisamente hoy? No puede saber que estoy embarazada.


—Bueno, él estaba presente en el momento de la concepción. Y, evidentemente, es un chico listo, así que es posible que haya tenido en cuenta esa posibilidad.


—No, no…


—Por otro lado, a veces los hombres son increíblemente tontos, así que es posible que haya vuelto por el anillo —Viviana le dio una palmadita en el hombro—. Y, en ese caso, se marchará con algo que va a costarle mucho más: los pañales, el colegio, el iPod, la Play Station y todas esas cosas que necesitan los niños ahora. Y luego está la universidad y…


¡Cállate ya, Vivi! No puedes dejarle entrar. Aún no he decidido lo que voy a hacer. Necesito tiempo.


—No digas tonterías, el tiempo no va a cambiar nada. Pero prometo no decir: «hola, papá» o «¿has traído pañales?».


Paula se dejó caer en el sofá, con la cara entre las manos. ¿Qué iba a decirle? Tenía que contárselo, pensó. No podía ocultarle que estaba embarazada.


Tal vez podrían ser una de esas parejas que se llevaban bien pero no vivían juntos, pensó. Pero entonces el niño iría de casa en casa, como un paquete.


¿Cómo podía haber ocurrido algo así? Si no hubiera vendido el anillo, Pedro no habría ido a buscarlo, no se habrían acostado juntos y ella no estaría embarazada.


Sólo con pensar en esa palabra se mareaba.


Necesitaba tiempo para pensar y no estaba lista para hacerlo en ese momento…


Entonces sonó el timbre.


Iré yo —dijo Viviana. Unos minutos después volvía al salón con una maleta en la mano y un sobre en la otra—. Tranquila, no es él, es una de sus esclavas. Puedes darme una propina si te parece, un millón o así.


—¿De dónde has sacado la maleta? ¿Y qué hay en ese sobre?


—Una nota, imagino.


Paula abrió el sobre y, de inmediato, reconoció la letra de Pedro. Y, después de leer la nota, tragó saliva.


—¿Qué dice? —exclamó Viviana, quitándosela de la mano.


Mi jet privado está esperando en el aeropuerto. Jannis te acompañará. Nos vemos en Corfú.


—Qué horror —murmuró Paula.


¿Qué horror? Estoy a punto de clavarte algo en un ojo. Anillos de cuatro millones de dólares, Ferraris, limusinas, aviones privados… dame una razón para que no me muera de envidia.


—Ese hombre me dejó plantada el día de la boda.


Sí, es verdad. Pero un jet privado… —murmuró Viviana—. Seguro que hay mucho espacio. Y el asiento de delante no se te clavará en las rodillas, ni habrá comida de plástico. ¿Crees que debería hacerme un implante de pechos? Podría ir yo en tu lugar.


—Puedes ir en mi lugar porque yo no tengo intención de hacerlo —Paula miró la maleta—. ¿Qué es eso?


—Jannis ha dicho que era para ti.


—¿Jannis? ¿La llamas por su nombre de pila? Veo que os habéis hechos amigas.


—No digas tonterías —Viviana abrió la maleta—. Dios mío… vestidos envueltos en papel de seda. Y zapatos. ¿Te ha comprado un vestuario nuevo?


—Probablemente no quiere que aparezca con mi triste falda negra —Paula acarició uno de los vestidos con expresión soñadora antes de cerrar la maleta de golpe—. Devuélvesela a Jannis.


—¿Qué? Te ha invitado a Corfú, tienes que ir.


—¿Como que tengo que ir? No tengo que hacer nada. 
Pedro sólo quiere recuperar el anillo.


—Pero esos zapatos eran de Christian Louboutin… ¿tú sabes lo que valen?


—¿Y tú has visto el tacón que tienen? No sé lo que valen, pero sé lo que costaría la operación para arreglarme los tobillos rotos.


Viviana se cruzó de brazos, mirándola con expresión decidida.


—Si esto es por la mujer con la que lo viste en la revista, ya te he dicho que no está con ella. Salió en todas partes que habían roto y yo sé por qué: después de acostarse contigo se dio cuenta de que tú eras la única para él.


—Si quieres que suene romántico vas a tener que hacerlo mejor —replicó Paula.


Pero no podía negar que desde que supo que Pedro había roto con Mariana se había animado un poco. Había sido como caminar en la oscuridad y descubrir de repente que llevaba una linterna en el bolsillo.


—Estás embarazada, vas a tener un hijo de Pedro. Y él tiene derecho a saberlo.


—Se lo contaré, no te preocupes.


—¿Y por qué no se lo cuentas en Corfú? Puedes contarle lo del niño y pasar unas vacaciones maravillosas en una isla griega.


Paula tragó saliva, mirando la maleta.


—No quiero volver a Corfú.


Todo había ocurrido allí. Allí se había enamorado. Allí le había roto el corazón.


—La vida es dura —dijo Viviana, siempre tan práctica—. Pero es mucho más sencilla con cuatro millones de dólares y, al menos, te enfrentarás con el mundo llevando unos zapatos de Christian Louboutin.


—No creo que pudiera ponérmelos con la escayola.


—Apóyate en su brazo mientras los llevas puestos. Para eso están los hombres.


—Yo no quiero un hombre.


Viviana suspiró.


—Sí lo quieres, lo que pasa es que te da miedo. Pero míralo de este modo, Pau: las vacaciones empiezan mañana y la alternativa es quedarte aquí, sola y triste. Mejor ser rica y feliz en Grecia,¿no? Ponte esos zapatos de tacón y písale el cuello.







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