viernes, 18 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO FINAL






Conseguir una invitación para la fiesta de inauguración de las salas de cine Stow era más difícil que encontrar entradas para un concierto de Bruce Springsteen.


Era una fiesta por todo lo alto, con flores, champán, el alcalde, los concejales del ayuntamiento, amigos de los Mercer...


—Dámelo en cuanto te canses, cariño —sonrió Liliana Alfonso.


—No te preocupes, ahora está dormidito. Pero puedes tomarlo en brazos en cuanto se ponga a gritar.


—Me toca a mí —protestó Henrietta—. Liliana, tú estás siempre con él.


—No discutan, señoras —intervino Roberta Alfonso—. Si grita, Charlie y yo lo llevaremos a dar un paseo.


Joaquin estaba portándose increíblemente bien, sin darse cuenta de la atención que despertaba mientras dormía en los brazos de su madre.


Pedro Alfonso se inclinó para besar la frente de su hijo.


—¿Que tal, cariño? ¿Estás cansada?


—No, estoy fenomenal. Pero antes de descubrir la placa, me gustaría saber lo que dice —contestó Paula.


—Es una sorpresa. Pero te gustará.


Por fin, cuando el alcalde había terminado el discurso oficial de inauguración, Paula le entregó el niño a su abuela y subió al escenario para descubrir la placa conmemorativa.


—En nombre del grupo Alcom, es un placer para mí declarar abiertas las salas de cine Stow —sonrió tirando del cordón. 


Al ver la inscripción que había en la placa, se le puso el corazón en la garganta:


Este edificio está dedicado a la memoria de Marta Chaves.



—Me habría comido a besos al presidente de Alcom allí mismo, pero había demasiada gente —sonrió Paula, una vez en casa.


—Una pena —rió Pedro—. Habría estado bien.


—No puedo decirte lo que sentí al ver la placa, cariño —murmuró ella, apartando el biberón cuando Joaquin no quiso tomar más.


—Espera, ya lo hago yo —dijo su marido, colocándose el niño al hombro—. Pareces cansada. Deberíamos habernos quedado en casa de Angela y volver a Londres mañana.


—No importa. Joaquin y yo hemos venido durmiendo todo el camino. Además, me apetecía dormir en mi casa.


—Entonces, ¿de verdad consideras ésta tu casa? —preguntó Pedro.


—Claro que sí. Porque es tuya, mía y del chiquitín.


Después de acostar al niño, Paula se cepilló el pelo, un ritual nocturno que su marido agradecía inmensamente.


—Esperemos que duerma un rato más.


—¿De verdad no estás cansada?


—No. Aunque lo quiero con toda mi alma, tengo otras razones para querer que duerma —sonrió Paula, besando a su marido—. Lo que has hecho hoy me ha emocionado mucho, Pedro.


—Era mi tributo personal a una mujer admirable.


—Y yo no lo olvidaré nunca.


—Me alegro de haberte hecho feliz.


—No sabes cuánto —sonrió Paula, apoyando la cabeza en su hombro—. Pedro...


—¿Sí?


—Sólo hay una forma de mostrarte mi agradecimiento.


—¿Haciendo el amor conmigo?


—Ese es el plan. A menos que tú quieras hacer otra cosa...


Pedro la estrechó entre sus brazos.


—¡Nada en el mundo!







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