domingo, 13 de noviembre de 2016

AVENTURA: CAPITULO 9





Cuando Pedro la llamó por la noche y Paula le contó su entrevista con el pequeño de los Morrell, él comentó que denunciar a Daniel a la policía no sería buena publicidad para Alcom.


—Pero si quieres hacerlo...


—En realidad, fueron cuatro chicos. Además, no voy a denunciarlo —sonrió Paula—. Pero no pienso dejar que se vaya de rositas. He decidido que va a arreglarme el jardín.


—¡Buena idea!


—¿Qué castigo te pusieron a ti por intentar entrar en el dormitorio de esa chica?


—Brutal. Me quedé sin salir durante todo un mes.


—Qué triste. ¿Y el objeto de tu pasión te esperó todo un mes?


—De eso nada. Se lió con mi mejor amigo.


—Ah, qué pena. ¿Te rompió el corazón?


—Del todo. Yo estaba loco por Charlie.


Paula soltó una carcajada.


—Eres tonto.


Charlaron durante un rato, pero al fin Pedro le dijo que tenía una llamada por la otra línea.


—Mañana tengo una aburridísima cena de trabajo, pero te llamaré cuando llegue a casa.


—No tienes por qué.


—Yo creo que sí. Hasta mañana, cariño.


—Buenas noches —dijo ella, suspirando mientras colgaba el teléfono.


La habían llamado «cariño» muchas veces en su vida, pero nunca con la voz de Pedro Alfonso, una voz que hacía que le temblasen las rodillas.


Estaba en la cama la noche siguiente, leyendo, cuando él la llamó.


—¿Te he despertado?


—No, estaba contando los minutos hasta que llamases —bromeó ella, aunque era verdad.


—Me gustaría creerte... Bueno, cuéntame qué ha sido del pirómano. ¿Cómo ha reaccionado al oír que lo sentenciabas a trabajos forzados?


Paula le describió la expresión de Daniel cuando le dijo que no iba a denunciarlo, pero que exigía una compensación por el daño que le había causado a su negocio...


—El pobre se puso amarillo cuando pensó que iba a tener que pedirle dinero a su padre.


Pedro soltó una risita.


—Me habría gustado ver su cara.


—Cuando le dije que tendría que arreglarme el jardín, el pobre estuvo a punto de besarme. Así que voy a tener jardinero...


—¡No le dejes entrar en tu casa!


—¿Por qué no?


—Las hormonas de un adolescente son muy peligrosas.


—Soy un poquito mayor para Daniel, ¿no crees?


—El atractivo de una mujer mayor es irresistible, te lo aseguro.


—¿Hablas por experiencia?


—Absolutamente. De pequeño me enamoré de la mujer del director de mi colegio.


—¿Antes o después de intentar entrar en el dormitorio de la chica?


—Al mismo tiempo. Entonces, tenía hormonas para dar y tomar —contestó Pedro—. Así que hazte un moño y no te pintes los labios.


—¿Alguna cosa más? —rió Paula.


—No, te llamaré mañana. Buenas noches, cariño.


Pedro la llamaba casi todos los días, pero nunca sabía cuándo y una noche tuvo que acudir a uno de los eventos del ajetreado calendario social de la ciudad. Cuando volvió a casa, había un mensaje de Pedro en el contestador... pero un mensaje no era como charlar con él. El sexo tenía la culpa, se dijo. Después de tres años de abstinencia, le estaba afectando al cerebro.


Después de un sábado solitario frente a la televisión, sabiendo que Pedro no iba a llamarla aquel día, Paula se levantó temprano para hacer las tareas. Divertida, vio que Daniel ya estaba en el jardín, en chándal.


—Buenos días, señorita Chaves —la saludó el chico—. Mi madre no quiere que mi padre sepa que estoy aquí, así que no he podido traer herramientas de jardinería.


—No te preocupes, las mías están en la leñera. ¿Necesitas instrucciones o sueles arreglar el jardín de tu casa?


—Ayudo a mi padre algunas veces, así que sé lo que hay que hacer —contestó Daniel—. A menos que quiera que le construya una fuente o algo así...


—No hace falta —rió Paula—. Sólo quiero que podes un poco el aligustre, pero poco. Si tienes tiempo, luego podrías recortar el seto. A las once haremos un descanso para tomar café, pero llegarás a tu casa a la hora de comer. ¿Te parece bien?


—Puedo trabajar hasta más tarde. Los domingos comemos a las tres.


—Da igual, tocaré el silbato a la una. No hace falta que hagas horas extra.


Paula se llevó un encargo al dormitorio, desde cuya ventana podía observar a su joven jardinero. Aparentemente, sabía lo que hacía.


Ignorando las advertencias de Pedro, decidió ofrecerle un café dos horas después. Daniel se quitó las botas llenas de barro, se lavó las manos y se sentó con ella en la cocina para tomar café con galletas, un poquito más cómodo. En cuanto terminó de comer, le dio las gracias, se puso las botas y volvió al jardín para seguir con su tarea.


Cuando Paula dio por terminado el trabajo, Daniel se ofreció a volver el domingo siguiente.


—Aún queda mucho por hacer —insistió.


—No hace falta, pero te lo agradezco —sonrió Paula—. Además, no estaré aquí el domingo que viene.


Porque estaría con Pedro.







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