domingo, 30 de octubre de 2016

PELIGROSO CASAMIENTO: CAPITULO 16




A media noche, Pedro detuvo el coche en la cuesta que había a medio kilómetro de la puerta principal de Cphar. 


Aquello no le gustaba nada.


-¿Estás segura de que quieres hacer esto? -le preguntó a Pau por enésima vez.


-Completamente -respondió ella en la penumbra con una sonrisa.


Ambos iban vestidos con trenkas negras, jerséis oscuros de cuello vuelto, guantes negros, y botas y pantalones del mismo color. Pedro no quería arriesgar ni lo más mínimo. Si tenían que salir huyendo, estarían preparados. Linternas, un decodificador de seguridad electrónico y todo lo que fuera necesario. La mayoría de las cosas iban en la mochila que llevaría a la espalda.


-De acuerdo. Hagámoslo.


Se cambiaron de sitio para que Paula ocupara el lugar del conductor en caso de que hubiera alguna cámara. Cuando llegaron a la puerta, ella salió del coche y colocó la mano en el escáner que había dentro de una taquilla pequeña con aspecto de cabina de teléfono. Pau se inclinó hacia delante y se quedó muy quieta para el escáner de retina. Cinco segundos más tarde, la puerta se abrió.


Tres minutos después estaban en el interior del edificio. 


Llevaban puesta la capucha de la trenka para cubrir sus rostros al máximo sin obstruirles la visión mientras atravesaban las zonas vigiladas por cámaras.


Sin decir palabra, Pau abrió camino hacia el archivador que estaba en el sótano. Cphar tenía tres plantas subterráneas. Pau le explicó en un susurro que las dos plantas inferiores se utilizaban para trabajar con virus extremadamente peligrosos o con sustancias tóxicas.


Pedro siguió observando atentamente a su alrededor mientras Pau localizaba los archivos. El escáner de temperatura que había llevado consigo no mostraba signos de vida en los alrededores.


-Aquí está el archivo de seguridad de hace tres años, cuando me convertí en vicepresidenta primera.


Pedro colocó las hojas del archivo que necesitaba en una bolsa de pruebas que luego metió en la mochila. Después le devolvió la carpeta a Pau.


Transcurrieron quince minutos hasta que ella encontró el archivo que contenía su secuencia de ADN procedente de aquel estudio realizado cuatro años atrás. Un estudio del que Crane no podía tener constancia, le había asegurado a Pedro. El detective colocó las páginas en la bolsa de plástico junto a sus huellas.


Pau hizo amago de salir corriendo hacia el ascensor, pero él la detuvo.


-Tómatelo con calma -la advirtió en un susurro-. Estamos a punto de salir de aquí. No querrás que nos descubran ahora... En algún lugar del edificio hay un guardia de seguridad nocturno. No podemos arriesgarnos. ¿Lo entiendes?


Ella asintió con la cabeza.


Pedro sintió entonces creer en él una nueva oleada de respeto. Aquella jovencita era mucho más valiente de lo que nunca hubiera imaginado. Y eso le hacía desearla más.


Suspiró. Ella frunció el ceño, interrogándolo con sus grandes ojos azules.


-Vamos -le dijo Pedro.


Con expresión todavía confundida, Pau se dio la vuelta y lo guió hacia la salida.



****


El teléfono sonó suavemente.


David Crane se despertó de su sueño y lo descolgó. Se puso en alerta al instante. Una llamada a aquellas horas de la noche no podía significar nada bueno.


-¿Diga?


-Señor Crane, lamento llamarlo a estas horas.


Era Graham, el jefe de seguridad nocturno de Cphar.


-Ha hecho lo correcto -aseguró Crane aclarándose la garganta-. ¿Qué ha ocurrido?


-Usted nos pidió que si ocurría algo inusual en el edificio se lo comunicáramos personalmente.


Así es -dijo Crane sentándose y sintiendo una oleada de adrenalina.


-Una empleada de mantenimiento ha entrado en el edificio -explicó Graham-. No me hubiera sorprendido de no ser porque se trata de una empleada a la que no conozco. Busqué su expediente y he visto que es bastante antiguo. Lleva tres años inactivo.


Una sonrisa lenta se dibujó en el rostro de Crane.


-¿Sigue todavía en el edificio?


-Sí, señor.


-Quiero que coloque un dispositivo de seguimiento en el vehículo en el que ha llegado. Hágalo ahora. No quiero que se marche sin él.


-Pero, señor, podría detenerla ahora. Está en el sótano. Puedo hacer que cuatro hombres bajen allí en treinta segundos.


-No -respondió David con sequedad. Con tanta sequedad que la mujer que dormía a su lado se quejó suavemente.


-No se acerquen a ella. Repito: No se acerquen a ella. No quiero ningún incidente en el edificio.


Ni tampoco quería que nadie se acercara lo bastante a Pau como para hacerse preguntas.


-Haga exactamente lo que le he dicho. Si ese vehículo desaparece sin un rastreador le costará el empleo.


-Sí, señor.


David colgó el teléfono con suavidad.


-Ya te tengo -murmuró entre dientes-. Esta vez no te escaparás, cariño.


Luego apartó las sábanas y se levantó de la cama. Todavía estaba de mal humor por el fracaso del día anterior. Si sus hombres no eran capaces de orquestar una sencilla explosión a dos bandas, entonces tal vez tendría que pensar en jubilarlos. Permanentemente.


Por la mañana tendría a aquella zorra exactamente donde quería verla. A dos metros bajo tierra. Crane se rió ante aquella idea. Se lo había puesto más difícil de lo que debió haber sido. Y cuando se hubiera asegurado de que tanto ella como su amigo estaban fuera de circulación, entonces ataría el último cabo.


Entró en la habitación de Adrian Chaves con el sigilo de un ratón. Encendió la luz y se acercó a sentarse en la cama del anciano agonizante.


David se inclinó para asegurarse de que todavía respiraba. 


El anciano gimió y abrió los ojos. Tardó unos instantes en centrar la mirada, y entonces el miedo se abrió paso en aquellas profundidades azul pálido.


-Pronto -le advirtió David-. Muy pronto terminará tu agonía. Y entonces yo tendré todo lo que siempre te ha importado.


Adrian Chaves gimió con desesperación. Por sus ojos resbalaron las lágrimas. A pesar de su incapacidad para levantar la cabeza de la almohada, era plenamente consciente de lo que estaba ocurriendo a su alrededor.


David le palmeó el brazo cuando el anciano levantó una mano temblorosa hacia él.


-No te preocupes -dijo con sonrisa amenazadora-. También me ocuparé de ella.


Al regresar a su habitación, David hizo una última llamada antes de meterse en la cama.


-¿Los tienes?


Al otro lado de la línea, una voz respondió afirmativamente.


-Bien. Si viven para ver otro día, entonces serás tú quien no lo vea.






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