jueves, 15 de septiembre de 2016

EL ANONIMATO: CAPITULO 24





La barbacoa en casa de Joaquin había sido una mala idea. 


Paula era muy consciente de ello. Le había recordado a Pedro todo lo que le producía amargura. Aunque las circunstancias eran completamente diferentes, no había logrado evitar que Pedro siguiera pensando que los ricos y poderosos se aprovechan de los demás. Aquello no hacía más que recordarle que Pedro no iba a tomarse bien las noticias de su propia situación económica. Aunque se veía claramente lo que sentía por ella, Paula no dudaba ni por un segundo que todo aquello podría cambiar cuando descubriera que lo había estado engañando todo aquel tiempo.


—¡Qué complicada es la vida! —murmuró, mientras cepillaba a Medianoche.


El caballo relinchó como si estuviera de acuerdo.


En aquella última semana, el animal era cada vez más dócil. 


Soportaba mejor el contacto físico y a Paula le daba la sensación de que, con una semana más, podría ponerle una silla. Esteban y Pedro estaban encantados con el progreso del semental y esperaban ansiosos el día en que se convirtiera en el magnífico caballo que todos sabían que era.


Señorita Molly era una historia completamente diferente. 


Nada de lo que Paula había probado había conseguido mejorar la actitud de la yegua. Estaba perdiendo peso y el pelaje era cada vez menos lustroso.


En cuanto acabó con Medianoche, lo sacó a pastar y luego fue por Señorita Molly. Sacó a la yegua al corral justo en el momento en el que Emma llegaba al patio. Catalina saltó del coche con algo entre los brazos.


Paula saltó la valla y se acercó a saludarlas.


—¡Tía Paula! ¿Sabes qué? —exclamó la niña, muy emocionada—. ¿Te acuerdas de que te dije que mi gata había tenido gatitos? Este es uno de ellos —añadió, entregándole una pequeña bola de pelo—. ¿A que es bonita?


La gatita, que era blanca y negra, tenía unos enormes ojos verdes. Miraba a Paula con solemnidad. Entonces, bostezó y lanzó un agudo maullido.


Para asombro de Paula, la yegua empezó a relinchar. 


Cuando la joven se dio la vuelta, descubrió que Señorita Molly tenía la cabeza erguida. Cuando la gatita volvió a maullar, el animal se acercó un poco más hasta donde ellas estaban. Terminó prácticamente por asomar la cabeza por el hombro de Paula para mirar.


—Vaya, vaya, vaya —dijo ella, con una sonrisa. Entonces, le acercó un poco a la gatita, que ronroneaba como un pequeño motor—. ¿Es esto lo que le faltaba a tu vida, Señorita Molly? ¿Había un gato en los otros establos?


Como para confirmarlo, Señorita Molly lamió a la gatita, que se irguió y le lanzó un bufido. Efectivamente, no parecía que fuera a ser una relación fácil, pero Paula estaba dispuesta a intentarlo por el bien de la yegua.


—¿Tienes planes para esta gatita? —le preguntó a Catalina.


—No, claro que no —respondió Emma—. Si la quieres, es tuya.


—¿Estás segura de que no te importa, Catalina? —insistió Paula.


—Supongo que no. Mamá me dijo que me tenía que deshacer de uno. ¿Por qué la quieres?


—Creo que Señorita Molly necesita un amigo.


—¿Qué una yegua quiere ser amiga de un gato? —dijo Catalina, asombrada—. ¿Y no le hará daño?


—Yo me encargaré de que no sea así —le prometió Paula—. Hasta que sea mayor y esté acostumbrada a Señorita Molly, la tendré en el despacho a excepción de cuando yo pueda vigilarlas. Bueno, ¿qué te parece? ¿Trato hecho?


—Di que sí —le dijo Emma a su hija.


—Vale, vale —respondió Catalina —, pero, ¿puedo venir a verla?


—Cuando quieras. ¿Le has puesto nombre ya?


—No. Mamá me dijo que sería más difícil darla si tenía nombre.


—Tu mamá es una mujer muy lista. ¿Qué te parece que la llame Caray?


—Bueno, es un nombre un poco raro —respondió la pequeña.


Por el contrario, Emma se echó a reír.


—Yo sé por qué —dijo, mirando a su hija—. Había una canción muy popular de los años cincuenta que decía: «Caray, señorita Molly…»


—Entonces, juntas formarían el nombre de la canción —concluyó Catalina—. ¡Es muy chulo!


—Claro que es muy chulo —afirmó Paula.


Casi no podía esperar para compartir las buenas noticias con Pedro.



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