miércoles, 6 de julio de 2016

¿ME ROBARÁS EL CORAZON?: CAPITULO 10






A la mañana siguiente, cuando desayunaban en la terraza, Pedro le dijo:
–Háblame de ti.


Ella se atragantó con un sorbo de café y lo miró de hito en hito cuando él le dio una palmada en la espalda.


–Muchas gracias –dijo, cuando recuperó el aliento.


–No puedes morirte hasta que yo tenga las pruebas que escondes –contestó él.


Tomó su taza de café y dio un trago largo. Se recostó en su silla y sonrió para sí.


Al menos los muebles de la terraza eran cómodos.


–¿Qué quieres saber? –preguntó, mirándolo por encima del borde de su taza.


–Todo –contestó él–. La versión condensada, si no te importa –añadió–. Tenemos que saber algo el uno del otro antes de reunirnos con mi familia.


–¿A esto te referías con lo de practicar?


–Podemos considerarlo parte de eso, sí.


–Muy bien –ella dejó su taza en la mesa–. Soy hija, nieta y biznieta de policías.


–Mi más sentido pésame.


Paula le lanzó una mirada de irritación.


–Mi madre murió cuando tenía cuatro años y me crio mi padre. Tenía dos tíos y tres primos a los que no veía mucho. Principalmente estábamos mi padre y yo solos.


–¿Estabais?


–Él murió hace unos años –musitó ella, bajando la voz.


Aquello conmovió a Pedro. No quería sentir nada por ella. 


Estaba allí porque se había metido a la fuerza en su vida. 


Amenazaba todo lo que él quería y, sin embargo, al ver una sombra de dolor en sus ojos, se sintió conmovido por dentro.


–En cualquier caso –dijo ella, respirando hondo–, después de la muerte de mi padre, mi vida básicamente se centró en mi trabajo, y cuando perdí eso…


–Lo comprendo –comentó él–. Mi vida giró en torno a mi trabajo durante muchos años y…


–¿Tu trabajo? –preguntó ella–. ¿En serio? ¿Tú consideras robar un trabajo?


–Robar es una palabra muy vulgar –protestó él–. Y trabajo también. Yo prefiero carrera. O vocación.


–Oh, eso es perfecto –musitó ella–. Tú tenías vocación de maestro ladrón de joyas.


–Maestro –repitió él. Alzó su taza de café en un brindis–. Me gusta esa palabra.


–Normal.


Él soltó una risita, terminó el café y se levantó.


–Y ahora, si te vistes, podemos ir de compras.


–Odio ir de compras.


–Lástima –dijo él, que avanzaba ya hacia las puertas de cristal–. A mí me encanta.




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