martes, 1 de marzo de 2016

EL SECRETO: CAPITULO 24




Una semana y media después, Paula seguía sin creerse que hubiera mostrado tanta fortaleza ante la desgracia.


Se había aferrado a su orgullo, pero ¿a qué precio? Pensaba en Pedro a todas horas, todos los días, cuando trabajaba, cuando descansaba, y soñaba con él cuando dormía.


Él no había discutido cuando ella había reconocido la derrota sin luchar para impedirle que hallara la salida que buscaba con desesperación. Y él se había apresurado a tomar dicha salida.


Sin embargo, había continuado hablando con voz fría y distante, y en tono acusador, diciéndole que para él nunca había sido una relación a largo plazo, que le había dicho que no pensaba comprometerse y que ella lo sabía.


Ella había estado de acuerdo.


–Sobre todo con alguien como yo –había dicho con voz entrecortada y el corazón latiéndole a toda velocidad.


–Con nadie. No me interesa una relación a largo plazo, y no debí dejarme arrastrar a tenerla con una mujer que era vulnerable y que buscaba a un compañero de por vida.


–Tal vez fuera vulnerable, pero no buscaba a un compañero para toda la vida. Y aunque me haya enamorado de ti, ¿no se te ha ocurrido que no soy tan tonta como parezco?, ¿no se te ha ocurrido que sé que no estamos hechos el uno para el otro?


Por supuesto que no se le había ocurrido.


–Somos personas distintas y procedemos de medios sociales muy diferentes. Tú eres oscuro y yo soy luminosa. Yo no desconfío de todo el mundo y me gusta dar una oportunidad a la gente. Sé que crees que soy ingenua y estúpida por no haber escarmentado con lo que me pasó con Roberto, pero tal vez, y digo tal vez, eso me hace ser más feliz que tú,Pedro. Tuviste una mala experiencia y has dejado que te dicte el resto de tu vida. ¿Tiene alguna lógica?


–¿Así que vas a seguir insistiendo a pesar de que no tenemos futuro? –se había burlado él–. ¿Estarías contenta si te dijera que estoy más que dispuesto a acostarme contigo, pero nada más?


Naturalmente, ella no hubiera estado contenta.


Pero ¿y si hubiera accedido? ¿Y si hubiera ocultado sus sentimientos bajo una máscara que a él le hubiera resultado aceptable? ¿Y si hubiera aceptado su propuesta y hubiera arrinconado esa parte de sí que quería más, que siempre querría más?


¿Hubiera sido esa una decisión mejor que la que había tomado? Al menos no llevaría semana y media pensando en él mirando al vacío en su piso, que antes o después
tendría que abandonar.


Casi lamentaba no haberle arrojado a la cara el trabajo y el piso que le había dado, pero, por suerte, había prevalecido el sentido común, ya que, si no, se hallaría en una situación aún peor, sin casa y sin trabajo y teniendo que tomar el primer tren a casa de su abuela, donde tampoco habría encontrado trabajo y no sabía qué habría hecho para llegar a fin de mes.


Tener que seguir aceptando las condiciones acordadas le había dejado un sabor amargo. Pero, a veces, había que tragarse el orgullo. Y estaba contenta de haberlo hecho, porque le encantaba su trabajo, así como vivir en el centro de Londres.


A sus amigos les había impresionado su nueva casa, aunque ella no les había dado detalles de cómo la había conseguido. Se había limitado a contarles que había tenido la suerte de conocer a un tipo que se había compadecido de ella y la había ayudado, que el hombre en cuestión era el dueño del chalé de montaña y tenía mucho dinero, y al conocer su desgraciada historia había decidido echarle una mano.


Había convertido a Pedro en una benevolente figura paternal.


¡Nada más lejos de la realidad!


Con el tiempo les confesaría todo, pero, de momento, necesitaba estar sola y no ver a nadie.


Se acababa de duchar y de ponerse unas anchos pantalones de chándal y una camiseta aún más ancha, porque, al haber vuelto a estar sola, se le habían quitado las ganas de ponerse ropa sexy y ajustada, cuando sonó el timbre de la puerta. Se quedó petrificada, ya que solo había una persona que podía llamar después de haber pasado por delante del portero.


Pedro.


Tenía llave del piso, pero siempre llamaba al timbre, y solo usaba la llave si ella no estaba.


Sintió la boca seca y tomó aire varias veces. La idea de verlo la llenó de placer y angustia a la vez.


En los segundos que tardó en llegar a la puerta, pensó en cientos de razones que explicaran aquella visita.


La primera fue que, milagrosamente, él hubiera decidido que estaban hechos el uno para el otro, que había cometido un inmenso error. O incluso que la echaba de menos y venía a pedirle que se fuera a la cama con él. Ella se negaría, estaba segura, pero le vendría muy bien saber que la echaba de menos tanto como ella a él.


Aunque el corazón estaba a punto de salírsele por la boca, adoptó una actitud de indiferencia al abrir la puerta.


–¡Querida mía!


–¡Antonia!


Paula se obligó a sonreír, a pesar de su desconcierto al ver a la madre de Pedro. No había hablado con ella desde la ruptura con su hijo y se sentía culpable, ya que se había establecido entre ellas un fuerte vínculo en el poco tiempo que habían pasado juntas.


–Pensaba llamarte…


–Estás un poco pálida, querida.


–Pasa, por favor. ¿Qué te trae por Londres? No pensé que fueras a venir ahora. ¿Quieres tomar algo?, ¿té, café?


–He pensado en dar una sorpresa a mi hijo. Me tomaré un café descafeinado, si tienes. Después de las seis, la cafeína me impide dormir.


–Pensaba llamarte…


«¿Para aumentar tu decepción rellenado las lagunas que Pedro hubiera dejado al contarte nuestra ruptura?», pensó.


–Es más agradable verte en persona, Paula, querida. Te echo de menos. La casa parece vacía desde que os marchasteis. Yo estaba muy animada antes de que llegarais, desde luego, pero una se acostumbra en seguida a la buena compañía.


–Tienes un aspecto estupendo –afirmó Paula con sinceridad.


–Me encuentro muy bien. Supongo que me ha animado mucho el cambio de parecer de Pedro


¿El cambio de parecer…?


–Que por fin haya recuperado el sentido común y decidido sentar la cabeza.


Durante unos segundos llenos de confusión, Paula se preguntó con quién pensaba sentar Pedro la cabeza. ¿Tan pronto había encontrado a otra mujer?


–Así que he venido a veros para hablar con los dos y que me digáis cuándo será el gran día.





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