jueves, 24 de diciembre de 2015

UN TRATO CON MI ENEMIGO :CAPITULO 17






De acuerdo, jovencita, ¡hora de cotillear! –dijo la madre de Paula sonriendo al dejar una jarra de limonada recién hecha y dos vasos sobre la mesa. Estaban sentadas en el jardín trasero de la casita de campo en la que ahora vivía con Rhys Evans, su segundo marido.


–¿Cotillear sobre qué? –preguntó Paula apartando su bloc de dibujo.


Maria, una versión de Paula en mayor, le lanzó una mirada reprobatoria al sentarse al otro lado de la mesa de madera después de servir la limonada.


–Ya llevas aquí dos días y no has dicho ni una sola palabra desde que has llegado.


–He estado dibujando –la había relajado dibujar la maravillosa variedad de flores que perfumaban el jardín en lugar de pensar en las cosas que Pedro le había dicho sobre su padre.


–De eso ya me he dado cuenta. Y ahora, dime, ¿quién es él? –preguntó con interés.


–¿Él? –ya debería saber lo imposible que era desviar la atención de su madre una vez que se le metía algo en la cabeza.


–El hombre que está haciendo que mi parlanchina hija se muestre tan introspectiva.


Sí, Paula admitía que había estado demasiado callada desde que había llegado porque la última noche que había pasado con Pedro la había dejado sumida en un estado de confusión.


–¿Eres feliz con Rhys?


–Totalmente –respondió su madre al instante con una cálida sonrisa en los labios.


–¿Y fuiste feliz con papá?


La sonrisa de su madre se desvaneció.


–¿A qué viene esto, Paula?


–No lo sé –se levantó–. Es solo que… os he observado a Rhys y a ti juntos, vuestras bromas, vuestro afecto, el respeto que os tenéis y… no recuerdo haberos visto así a papá y a ti.


–Fuimos felices al principio. Cuando eras pequeña.


–¿Pero no después?


–Todo… se complicó. William se agobió por trabajar en una oficina y empezó con esas ideas de hacerse rico rápidamente. Gastó todos nuestros ahorros en eso, y yo nunca sabía qué era lo próximo que iba a hacer ni si seguiríamos teniendo un techo bajo el que vivir a la semana siguiente. Esa clase de incertidumbre puede poner a prueba hasta las mejores relaciones, y nuestro matrimonio ya era bastante inestable. Así que no tardó en deteriorarse del todo.
Razón por la que, probablemente, ahora su madre valoraba tanto la estabilidad que le ofrecía Rhys, un carpintero muy respetado en la zona.


–Pero seguisteis juntos…


–Te tuvimos a ti –respondió su madre sonriendo.


–¿Y nunca pensaste en dejar a papá?


–Muchas veces, y estoy segura de que al final habría terminado pasando.


–Y aun así, durante el juicio permaneciste a su lado.


–Era mi marido y tu padre. Y lo adorabas.


Sí, Paula había adorado a su padre, pero ahora no lograba sacarse de la cabeza lo que le había contado Pedro. Quería hacer preguntas, quería saber si todo eso era verdad.


Los comentarios de su madre confirmaron lo que se había temido: que William había sido un timador implicado en varios delitos. Un timador que había intentado dar el gran salto vendiendo un Turner falso… y que había fracasado estrepitosamente.


–Pero ¿a qué viene tanto interés en eso ahora, Paula? ¿Ha pasado algo?


¡Pedro Alfonso era lo que había pasado! Un hombre que estaba haciendo imposible que no pensara en el pasado. 


Aunque no era culpa suya; Paula era la que había elegido volver a contactar con él al querer participar en la exposición.


La reacción que había tenido al reencontrarse con él había activado en su interior esos mismos sentimientos de culpa que había sentido cinco años atrás cuando al mirarlo en la sala del tribunal y, a pesar de todo lo que estaba diciendo y el daño que le estaba causando a su padre, lo había deseado de todos modos.


Si en aquellos momentos había sido duro ser consciente de que estaba prendada del arrogante y guapo Pedro Alfonso, más duro había sido darse cuenta, años después, de que seguía atraída por el hombre que había ayudado a echar su mundo abajo.


Lo sucedido en el pasado seguía haciendo imposible cualquier atisbo de relación entre Paula y Pedro, ¡a pesar de que su traicionero cuerpo tuviera otras ideas al respecto!


Solo pensar en la noche que había pasado con él, en la intimidad que habían compartido, en cómo se había derretido en sus brazos y había llegado al clímax de un modo tan espectacular bastaba para hacer que se sonrojara.


De acuerdo, ahora quiero saber quién es ese hombre que puede hacer que mi hija se sonroje así –dijo su madre con firmeza.


–No puedo contártelo.


–¿Pero por qué no? Siempre hemos podido hablar de todo. Paula, si es una mujer la que te está haciendo sentir así, espero que sepas que soy lo suficientemente tolerante como para…


–¡No es una mujer! Pero me alegra saber que tienes una mente abierta –añadió.


–¿Entonces es que ese hombre está casado? –preguntó su madre con preocupación.


–¡Es peor que eso! –gritó al comenzar a caminar sobre el césped.


–¿Y qué podría ser peor que eso? ¿Es mayor que tú?


–Ligeramente. Unos diez años o así.


–¡Eso no es nada! Pero sigo sin entender por qué no me dices quién es.


–Porque no puedo. Digamos que no es apropiado que esté con él, ¿de acuerdo?


–No, claro que no estoy de acuerdo, Paula. ¿No será traficante de drogas o algo así?


–Claro que no.


–¿Pero es inapropiado en otro sentido? –le preguntó su madre no muy convencida.


–Oh, sí.


–¿Tiene algo que ver tu reticencia a hablar de él con tu repentino interés por el pasado?


–Eh… tal vez. ¿Sabes…? ¿Es posible que fuera papá el que informó a la prensa para asegurarse de que ni la galería Alfonso ni ninguna otra pudieran demostrar que el cuadro era una falsificación?


–Me temo que es más que posible. ¿Sabes, Paula? He tardado años en aceptarlo, pero tu padre fue responsable de todo lo que le pasó –era lo mismo que Pedro había dicho unos días antes–. Ni yo ni tú ni nadie más. Jugó no solo con su futuro, sino también con el nuestro, y perdió. Todos perdimos. Pero haber encontrado a Rhys y tanta felicidad a su lado me ha demostrado que no podemos seguir permitiendo quedar como unas perdedoras, cariño.


–Yo no soy ninguna perdedora…


–Paula, he visto cómo has evitado tener relaciones con hombres estos últimos cinco años, y ahora te digo que el único modo de permitirte seguir adelante es dejando atrás el pasado.


–A veces es más fácil decirlo que hacerlo –respondió Paula con lágrimas en los ojos.


–Pero se puede hacer –Maria le agarró la mano con fuerza–. Y soy la prueba viviente de ello.


En efecto, la felicidad de su madre con Rhys era la prueba viviente de ello.


–Ya veremos –le apretó la mano con fuerza–, ¿pero podemos olvidarnos de esto por ahora? ¿Podemos hablar de otra cosa?


–Si es lo que quieres… –le dijo Maria no muy convencida.


–Lo es.


–Ya sabes dónde estoy si quieres o necesitas hablar.


Sí, Paula lo sabía; pero no podía imaginarse el momento de poder contarle a su madre el lío en el que se había metido con Pedro.











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