lunes, 29 de junio de 2015
MI ERROR: CAPITULO 4
Pedro Alfonso miraba el documento que tenía delante, sin verlo, cuando su hermana entró en la biblioteca.
—¿Qué le pasa a Paula? De verdad, podría haber tenido el detalle de decirme que llegaría hoy.
—¿Por qué? Ésta es su… —Pedro no terminó la frase.
Iba a decir «ésta es su casa», pero Miranda estaba demasiado irritada como para darse cuenta.
—Ése no es el asunto. Aunque encuentre a otro invitado para esta noche, tendré que cambiar el orden de los asientos. Y los del catering dirán…
—No.
—¿No? ¿Quieres decir que no va a cenar con nosotros? —Miranda pareció tranquilizarse—. Ah, menos mal. La verdad es que tenía un aspecto horrible. Aunque los invitados se volverían locos con ella. Una sonrisa y todos se tropezarían para saludarla…
—¡No! —Pedro nunca levantaba la voz y menos a su hermana, que lo miró, atónita—. No tendrás que reorganizar los asientos porque vas a cancelar la cena.
—¿Cancelar la cena? Pedro, no digas tonterías. No puedo cancelarla tan tarde. El embajador, el ministro de Asuntos Exteriores… ¿qué excusa voy a darles?
—Me da igual —contestó su hermano—. Pero si necesitas una excusa, ¿por qué no les dices que mi esposa acaba de dejarme y no estoy de humor para charlar con nadie? Seguro que lo entenderán.
—¿Dejarte? ¡Pero no puede hacer eso! —exclamó Miranda—. Ah, ya entiendo. ¿Quién es…?
—Miranda, por favor —la interrumpió Pedro, antes de que pudiera poner en palabras lo que él mismo había pensado. Un pensamiento que lo avergonzaba porque Paula siempre había sido sincera con él—. No digas una palabra más.
Cuando oyó que se cerraba la puerta, por fin abandonó el documento que unos minutos antes le había parecido tan importante. Nada era tan importante, pero cuando Paula entró en la biblioteca supo lo que iba a pasar. Lo había visto en sus ojos. Había visto la mirada que esperaba, que había temido, pero que sabía que llegaría algún día. La seguridad para una mujer como ella nunca sería suficiente.
Su primer pensamiento había sido posponerlo, retrasar el momento, hacer algo para buscar tiempo.
Otra hora. Otro día, otra semana…
Cada día le robaba unos preciosos minutos a su tiempo para verla en televisión. Cada día, mientras Paula estaba en el Himalaya, había visto los cambios que se operaban en ella y había sentido que se apartaba de él, de su vida. Y había reconocido el peligro. Quizá hubiera empezado antes de que se fuera y, sencillamente, él no había querido verlo.
Seguramente por eso había intentado que se quedara.
Pedro abrió el cajón del escritorio y apartó el billete para Hong Kong, comprado el día que la vio en televisión, sonriendo mientras una gota de sangre rodaba por su rostro.
Planes que había tenido que cancelar cuando uno de sus proyectos había sufrido una repentina crisis.
Se había dicho a sí mismo que no importaba, que iría a buscarla al aeropuerto para darle el collar que había encargado que hicieran para ella con los diamantes que su madre había llevado el día de su boda.
Y se había equivocado por completo.
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