domingo, 1 de marzo de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 16




Pedro no dijo nada y Paula se preguntó si la habría oído. 


Parecía muy distante. Y tan guapo y viril que sintió ganas de llorar. Llevaba puesto un traje oscuro hecho a medida, por supuesto. No llevaba corbata, sino una camisa azul oscura abierta en el cuello. Tenía aspecto de seductor, pensó con amargura. Pero su rostro atribulado no era el de un playboy.


Jugueteó con el vasito de cristal que tenía en la mano y se lo quedó mirando antes de apurar el contenido.


–¿Me estás pidiendo que me case contigo, dulce Paula? –le preguntó en voz baja.


Ella tragó saliva.


–Sí –era la mejor manera, la única, de proteger a su hijo. 


Había pensado mucho en ello durante el vuelo y sabía que era lo correcto–. Pero no te preocupes, no será una atadura –continuó–. Será un matrimonio pasajero.


Pedro arqueó una de sus oscuras cejas.


–¿Pasajero?


Paula percibió la frialdad en su tono, el desdén, pero aun así continuó.


–Es lo más lógico. Nos casamos para darle un apellido a nuestro hijo –se humedeció los labios–. Para evitar el escándalo. Y… y luego nos divorciamos cuando nazca el niño. Es la solución perfecta.


–Por supuesto –dijo Pedro con frialdad.


Ella se retorció los dedos y se dio cuenta de que eso le hacía parecer insegura. Hizo un esfuerzo por parar. Por quitarse con calma el impermeable y dejarlo en el respaldo del sofá de cuero. Por sentase en él y apoyarse contra los cojines.
Por levantar la cabeza y mirarle con lo que confiaba fuera una expresión serena.


–Me alegro de que lo veas igual que yo –dijo.


Pedro dejó el vasito en el mueble-bar y recorrió la estancia como si fuera un león enjaulado.


–¿He dicho yo eso? –su voz era tan cortante como el cristal.


Cargada de rabia contenida.


Paula se estremeció involuntariamente. Estaba cansada y el corazón le latía con fuerza contra las costillas. No había comido nada en todo el día. Quería acurrucarse y dormir durante horas, y quería levantarse con Pedro a su lado, sonriéndole mientras le apartaba el pelo de la cara y la besaba. Igual que en la isla.


–¿Tienes un plan alternativo? –le preguntó. Sonaba muy profesional, pero por dentro se estaba muriendo.


–No has pensado bien en esto, ¿verdad,Paula?


–Sí lo he hecho –afirmó ella–. He considerado las alternativas. Esta es la mejor opción.


–¿Para quién?


Paula parpadeó, momentáneamente desconcertada por la pregunta.


–Para… para nosotros. Para nuestro hijo. ¿Quieres que nazca bajo la nube del escándalo?


Pedro apretó las mandíbulas.


–Nena, creo que a ti es a la única a la que le importa eso. Hay maneras mucho peores de empezar a vivir.


Ella se llevó la mano al vientre en gesto inconsciente. Una corriente de furia desató una pequeña tormenta en su interior.


–Tú sabes por qué es importante para mí –los ojos se le llenaron de lágrimas. Las cosas se habían calmado un poco desde que Ale la abandonó un mes atrás, pero sabía que seguía siendo objeto de interés. Si le daba a la prensa un motivo de escándalo, volvería estar en los titulares.


Pedro siguió mostrándose frío y distante.


–Sé por qué es importante para ti. Pero no lo entiendo. Y no creo que hayas pensado a fondo en este asunto, Paula.


Ella resopló.


–Entonces dime qué he olvidado.


Pedro se acercó y le puso una mano a cada lado de la cabeza, atrapándola en el círculo de sus brazos. Paula sintió deseos de agacharse, pero no lo hizo para no demostrarle cuánto la alteraba. Y menos después de lo de Daniela.


Echó la cabeza hacia atrás mientras él inclinaba el rostro hasta situarlo a escasos centímetros del suyo. Paula vio el bulto de los músculos de sus antebrazos, el modo en que la tela de la camisa se le estiraba sobre el pecho.


–Estás aquí, conmigo, en una de las habitaciones de mi hotel. Te has subido a un avión y has volado a Londres para estar conmigo. No tenías programado venir, lo has hecho sin pensar.


–No ha sido así –jadeó ella.


Y sin embargo sabía que sí. Desde el momento en que vio las dos líneas rosas de la prueba de embarazo, no había pensado con claridad y coherencia. Solo supo que tenía que ver a Pedro y decirle lo que pasaba.


–Pues lo parece. Si nos casamos, y supongo que querrás que sea lo más rápidamente posible, ¿qué crees que dirán tus queridos periódicos? Sumarán dos y dos, ¿no te parece?


Paula apartó la vista.


–Es posible –y entonces, sin poder evitarlo, extendió las manos y le sujetó el rostro con dedos temblorosos acariciándole los pómulos. Le dio la impresión de que él se estremeció con su contacto pero no estaba muy segura. No tenía tiempo para asegurarse–. Pero Pedro, eso dará igual cuando nos casemos. No serán más que habladurías y nuestro bebé estará a salvo.


Pedro deslizó la mirada hacia su boca. Una descarga de puro deseo se clavó en el centro del cuerpo de Paula. A pesar del cansancio, del embarazo, del dolor y la ira de volver a verle, su cuerpo le deseaba.


Se sintió molesta consigo misma. ¿De verdad era tan débil?


Dejó caer las manos de su rostro. Pedro volvió a incorporarse y el momento pasó. Pero no había tiempo para lamentaciones. 


Necesitaba convencerle de que se casara con ella.


–Debería enviarte de vuelta a casa –murmuró él.


–Pero no lo harás –estaba segura de que no lo haría. No sabía por qué, pero lo estaba. Lo notaba en el modo en que la miraba. Tanto si le gustaba como si no, estaban juntos en aquello.


Pedro sacudió lentamente la cabeza.


–No, no lo haré. Voy a hacer algo mucho peor.


A ella le dio un vuelco al corazón. ¿Qué podía ser peor que volver a casa y enfrentarse sola a la prensa?


–Me casaré contigo, Paula –aseguró Pedro con tono pausado–. Pero no con tus condiciones, nena.


El miedo se apoderó de ella.


–No… no he puesto condiciones. Solo he dicho que sería algo pasajero.


La sonrisa de Pedro consiguió asustarla y encandilarla al mismo tiempo.


–Que sea pasajero implica que será un matrimonio falso. Y a mí no me gusta fingir. No voy a hacerlo. Así que si quieres esta boda, tendrás que compartir mi cama y mi vida hasta el final.


El terror le caló los huesos.


–Pero eso… –se detuvo y tragó saliva. Aquello no era lo que había imaginado. Había imaginado un acuerdo amable y claro que le proporcionaría a su hijo un apellido y les llevaría a ambos a actuar hacia un propósito común. Pensó incluso ingenuamente que, tras un par de semanas juntos, podrían vivir separados la mayor parte del tiempo. Sin duda la apretada agenda laboral de Pedro facilitaría las cosas.


Pero aquello… Oh, Dios.


–Eso es chantaje –dijo con un nudo en la garganta–. Sabes que no tengo más remedio que aceptar las condiciones que me pongas.


A él le brillaron los ojos.


–Siempre se puede elegir.


No si quería proteger a su hijo.


–¿Por qué me haces esto? ¿Por qué no podemos simplemente ser civilizados? No te estoy pidiendo mucho, solo que me ayudes a proteger a nuestro hijo del escándalo que sin duda se armará si no nos casamos –estaba prácticamente gritando.


Pedro permaneció impasible. La miró con frialdad.


–¿Has terminado ya?


–Por el momento sí –afirmó ella desafiante. Maldito fuera por despertar tantas emociones en ella. Por estar allí tan impávido y frío mientras ella era un cúmulo de sentimientos e inseguridades.


–¿Te has parado a pensar que tal vez estés más preocupada por ti misma que por el niño? –le preguntó Pedro–. ¿De verdad crees que dentro de cinco, diez o veinte años importará si estabas casada o no cuando diste a luz? ¿Crees que a un niño le importa más el estatus marital que un hogar feliz en el que crecer?


Paula tragó saliva al sentir una punzada de duda. ¿Estaría más preocupada por sí misma? ¿Estaba demasiado asustada como para enfrentarse sola al fuego?


Pedro, yo…


Él alzó una mano para silenciarla.


–Nos casaremos, Paula. Pero con mis condiciones. Si no quieres aceptarlas, tienes otra opción. Si no la tomas, no me culpes a mí por tu cobardía.





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