viernes, 27 de febrero de 2015

¿ME QUIERES? : CAPITULO 7




Pedro estaba descolocado y eso le resultaba desconcertante. Normalmente sus relaciones eran simples aventuras con mujeres que sabían a qué atenerse con él. 


Era un monógamo en serie. Sus aventuras duraban días o semanas o, en algunos casos, meses. No había enamoramiento ni finales felices. No creía en ellos. Había crecido en casa de Omar Alfonso, donde las relaciones de su padre con varias mujeres eran algo habitual. Pedro suponía que sería posible amar a una mujer para siempre, pero no para un Alfonso. Lo más cerca que había estado de tener una relación estable fue con Jesica Monroe, y aquello terminó en desastre cuando ella quiso más de lo que él podía darle.


El matrimonio y los niños no eran para él, y no haría como Omar, no intentaría hacer algo para lo que estaba genéticamente negado. Así les ahorraría a sus posibles hijos la vergüenza de tener por padre a un Alfonso.


Dios, Paula. Era inocente y tremendamente sexy, aunque no fuera consciente de ello. Pedro la deseaba tanto que le costaba trabajo evitar que su cuerpo reaccionara. No podía hacerla suya. Se obligó a recordarlo cuando la miró. Era demasiado inocente para verse metida en una tórrida aventura, porque no sabría que se trataba únicamente de una aventura.


Si le hacía el amor, Paula querría que fuera para siempre. 


Pensó que eso era lo que iba a conseguir del príncipe Alejandro y por eso encaminó toda su vida hacia aquella meta. ¿Cómo iba a cambiar su forma de pensar solo para satisfacer los deseos más primitivos de Pedro?


No podría hacerlo, y él no la tocaría por mucho que lo deseara.


Montaron el refugio y Pedro se llevó la ropa para tenderla al sol. Por una vez deseó que volvieran a estar vestidos lo antes posible. No es que no supiera apreciar a una mujer bella en ropa interior, pero Paula era tan inocente que se sentía como un malnacido por mirarla con avidez. Por desearla. Y desde luego que la deseaba. Quería llenarse las manos con sus curvas, deslizarle los tirantes del sujetador de encaje rosa por los hombros y cubrirle los montículos de los senos con las manos. Quería ver aquellos pezones puntiagudos que estaba sintiendo contra su cuerpo y luego quería saciarse de ella. Quería deslizar la boca por la dulce piel de su vientre y bajarle las braguitas antes de abrirle la delicada feminidad e introducir la lengua en la húmeda costura de su sexo.


Quería que Paula alcanzara el éxtasis, que gritara su nombre. Quería darle todo lo que se había perdido y quería marcarla como suya cuando lo hiciera. Pero no podía hacerlo. No sería justo para ella. Era vulnerable y sensible, y no podía aprovecharse de ella. Cuando le había parecido que no era más que una reprimida a la que su prometido había abandonado, pensó que un poco de diversión sexual era justo lo que necesitaría.


No era tan mala persona como para seducir a una virgen inocente a la que nunca habían besado. Tenía conciencia, aunque muchos creyeran lo contrario.


–¿Cuánto tiempo crees que tardarán en encontrarnos? –le preguntó Paula interrumpiendo sus pensamientos.


Pedro la miró y al instante se lamentó. Las entrañas se le retorcieron por el deseo. Tenía el pelo largo y castaño y se lo había peinado con la mano antes de que se le secara, por lo que lucía una melena revuelta que le pegaba mucho más que los moños que se hacía. Quería deslizarle los dedos por el pelo, hundirlos en él y echarle la cabeza hacia atrás mientras capturaba su boca.


Su cuerpo respondió. La sangre se le agolpó en la entrepierna. Maldición, ¿acaso tenía dieciséis años otra vez y no podía ejercer un poco de control sobre sí mismo? Pedro se encogió de hombros con fingida naturalidad.


–Dudo que nos empiecen a buscar hasta dentro de unas horas.


Ella frunció el ceño.


–Temía que dijeras eso.


–No nos pasará nada, nena –aseguró Pedro con ligereza–. Tenemos comida, agua y un refugio. Todo lo que necesitamos.


Paula apartó la cabeza. El pelo le cayó por el hombro y le acarició uno de los hermosos senos. En aquel momento Pedro tuvo celos de su melena.


–No es eso lo que me preocupa.


Pedro tardó unos instantes en entender a qué se refería. Al principio pensó que le preocupaba estar a solas con él, pero luego se dio cuenta de que era algo más significativo para el mundo de Paula. Algo mucho más retorcido. Se trataba de la impresión que causaría el hecho de que estuviera a solas con él.


–Paula, no puedes pasarte la vida con miedo a lo que los periódicos sensacionalistas puedan decir.


Entonces ella se giró para mirarle con sus ojos verdes como el jade echando chispas.


–¿Qué sabes tú de esto? Eres un hombre, y eso te convierte en un dios por tus hazañas. Yo solo obtendría desprecio por hacer lo mismo. Si se enteran de que estoy aquí a solas contigo…


Pedro contuvo las ganas de soltar una palabrota.


–¿Tienes pensado pasarte la vida así? ¿Crees que si eres lo suficientemente buena te dejarán en paz?


Ella se le quedó mirando con rabia. Con miedo.


–Yo… yo…


Pedro quería que se resistiera, que no le importara un pimiento, pero sabía que no podía hacer nada. Ese era su estilo, no el de Paula. ¿Le habría importado tanto a su madre? Seguramente sí, porque guardó los artículos. Pero había sobrevivido, igual que él sobrevivió a la atención de la prensa más adelante, tras la muerte de su madre.


–No funciona así, Paula. Lo que importa es lo que haga vender periódicos y revistas. Alejandro, Alicia y tú sois la sensación del momento. Tú siempre serás la pobre novia que se quedó sin novio. Siempre. Depende de ti cómo decidas lidiar con ello.


Paula tragó saliva.


–¿Cómo?


¿Cómo? Le parecía absurdo que le pidieran consejo sobre cómo lidiar con la prensa ya que a él nunca le había importado lo que dijeran, pero se dio cuenta de que Paula se lo preguntaba muy en serio. Creía que él tenía la respuesta, ya que su familia era carne de imprenta. Gracias a su padre. 


A Omar no le importaba lo que dijera la prensa siempre y cuando hablaran de él. Pedro pensaba que su mayor miedo era volverse irrelevante. Mientras los periódicos escribieran sobre él, Omar sentía que estaba haciendo bien las cosas.


Pero para Paula aquello no funcionaría. No quería ni necesitaba atención. No la buscaba.


Pedro dejó escapar un suspiro. Le dijo lo único que sabía cómo decirle.


–Siendo feliz. Viviendo tu propia vida. Negándote a cumplir el estándar que crees que se espera de ti. Eres Paula Chaves y eres libre de ser quien quieras. Lo cierto es, dulce Paula, que nada de lo que pensabas que ibas a ser va a ser posible ya.


A ella le brillaron los ojos con rabia y dolor.


–Lo sé.


Pedro apretó los puños a los costados para evitar acercarse y estrecharla entre sus brazos. ¿Por qué sentía aquella necesidad tan fuerte de proteger a esa mujer? La deseaba, eso no era nada extraño en él. Pero ¿querer resguardarla del dolor? Aquello era un territorio completamente desconocido y no estaba muy seguro de cómo enfrentarse a él.


Debía ser por su madre, porque nunca había olvidado cómo debió ir guardando aquellos artículos año tras año. ¿Los releería o se habría limitado a conservarlos? Nunca lo sabría. No podía soportar la idea de que Paula sufriera en el futuro por lo que la prensa publicara.


–Entonces haz lo que tú quieras –le dijo con firmeza tratando de infundirle fuerza–. Deja de tratar de complacer a los demás. Sé la dama dragón que estoy seguro que puedes ser.


Paula bajó la vista.


–Mi madre es la mejor amiga de la reina Zoe. ¿Lo sabías?


No lo sabía. Y eso hacía que las cosas fueran todavía más feas.


–No.


–Llevan planeando esta boda desde que éramos niños. Querían unir a las dos familias. Siempre he sido la novia de Ale, incluso cuando era una niña de seis años que jugaba con muñecas. Estaba predestinada.


La idea hizo enfurecer a Pedro. No estaba bien que alguien le hubiera dicho a una niña tan pequeña que aquel era su destino y no otro. Nunca le habían permitido escoger por sí misma, solo podía ser la esposa del príncipe Alejandro. Todo lo que había hecho estaba encaminado a prepararse para aquella vida. Ahora lo veía.


Y todo había quedado en nada cuando Alejandro conoció a Alicia. Pedro quería a su hermana y le deseaba toda la felicidad del mundo, pero en aquel momento estaba furioso con Alejandro, un hombre que no había dudado en abandonar a su prometida. Y estaba furioso con los Santina y con los Chaves.


–Lo que hicieron contigo estuvo mal, Paula. Tendrían que haberte permitido escoger por ti misma.


Ella dejó escapar un suspiro mientras se pasaba los dedos por el pelo en un gesto increíblemente sexy. Aunque seguro que no era consciente de ello. Pedro sintió un doloroso tirón en la entrepierna.


–Tal vez. Pero así fue como me educaron. Nuestras madres lo planearon cuando éramos muy pequeños. Nunca supe por qué, aunque creo que mi madre y la reina Zoe pensaban que era la manera perfecta de asegurar la pureza de la dinastía Santina.


–¿Pureza? Pero ¿tu padre no es griego?


–Sí, pero mi madre es de Santina. Aunque no creo que se refirieran a ese tipo de pureza. Es más bien un asunto de tradición. Puede que alguien de otro país no cumpla con las expectativas. Como te habrás dado cuenta, son muy tradicionales. Para mis padres supuso un honor que yo fuera escogida como futura reina.


–Y nunca se te ocurrió objetar –afirmó Pedro.


Paula se encogió de hombros.


–¿Por qué iba a hacerlo? Una niña criada para ser reina no pondría objeciones –sacudió la cabeza–. Cambiarlo todo ahora, hacer lo que yo quiera, como tú dices, es como estar aquí atrapada contigo. No es en absoluto lo que esperaba.


–¿Y esperabas estar aquí en ropa interior? –bromeó Pedro aunque no tenía ganas de bromas–. Qué experiencia tan singular, dulce Paula. Imagínate lo que podrás contarle a tus nietos.


Paula clavó la mirada en él y Pedro quiso morderse la lengua. No era el momento de mencionarle la descendencia a una mujer que pensaba que algún día le daría un heredero al trono de Santina.


–Creo que me limitaré a ver cómo se desarrolla el hoy antes de empezar a pensar en el futuro –murmuró Paula.


Pedro se recostó en el tronco de un árbol y la observó. Era elegante y delicada incluso en ropa interior. Tendría que haber sido reina. Era la mujer perfecta para serlo.


–¿Tú le querías, Paula?


Sus ojos verdes le miraron brillantes. El deseo que mantenía a raya volvió a cobrar vida, pero de una forma dolorosa porque no podría saciarlo.


Y sin embargo, Paula le atraía. Sus ojos, la piel, el cabello oscuro y largo. Su presencia. La mujer herida que había bajo los trajes abotonados hasta el cuello le atraía de un modo que no dejaba de sorprenderle.


Pedro siempre conseguía lo que quería porque no paraba hasta ganar. Pero esa vez era distinto. Esa vez tenía que retirarse en lugar de lanzarse a la conquista.


–Eso ya me lo has preguntado antes –murmuró ella. Pero no apartó la vista como había hecho unas horas antes.


–Y no me respondiste –replicó él.


Paula se mordió el labio inferior y una descarga de deseo atravesó el cuerpo de Pedro. Quería morder aquel labio. 


Estaba tan apetecible con aquella ropa interior rosa y las perlas… Nunca había vivido nada parecido, verse atrapado en una isla desierta con una virgen.


–Lo estuve –dijo ella finalmente–. O creía que lo estaba. Cuando te pasas la vida preparándote para casarte con alguien, empiezas a creer que le amas.


Era una respuesta y al mismo tiempo no lo era. A Pedro le resultó extrañamente frustrante.


–¿Qué sientes ahora que va a casarse con mi hermana? ¿Qué te molesta más, haberle perdido o que la prensa no te deje olvidar el tema?


Paula se lo pensó un instante antes de responder.


–Creí que esos sentimientos estaban mezclados pero tal vez no sea así, porque no odio a Alicia. Y no odio el hecho de que Ale vaya a casarse con ella. Lo que odio es lo que eso supone para mí, sentir que he perdido tanto tiempo preparándome para algo que no va a suceder.


Se puso de pie de un salto y Pedro pensó que parecía una amazona. Una amazona menuda pero al mismo tiempo fiera. Paula era feroz y apasionada. Lo ocultaba bajo los trajes y las perlas, pero era una guerrera. Una dama dragón.


Los ojos le echaron chispas. Y luego dijo varias palabrotas en griego. Pedro se reclinó y observó la escena, asombrado y excitado ante aquel despliegue de pasión. Dios, si no fuera virgen, arderían juntos. Pauls sabría dónde se metía y él no se sentiría en absoluto culpable por aprovecharse de su
apasionada naturaleza.


–Estoy harta de que nadie piense en mí –afirmó–. Estoy cansada de hacer lo que se espera de mí, de intentar ser la mejor en todas las tareas que se me encargan. Estoy harta de soportarlo todo con una sonrisa serena –se llevó las manos al pecho–. Y estoy harta de ser una persona fría a la que ningún hombre quiere tocar. Quiero pasión, Pedro. Quiero amor y sexo ardiente. Lo quiero todo. Y lo quiero ahora.




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